marzo 29, 2024

De mujeres y hombres estamos hablando

por: Yecid Aliaga Badani *

Los hombres estamos acostumbrados a escribir nuestra historia, nuestros logros con sus héroes de grandes batallas. Vanagloriamos a los deportistas que rompen récords imposibles, festejamos al triunfador y miramos con pena casi lastimosa al derrotado… Observamos con altivez y sonrisa burlona al portero del arco rival en el suelo antes de que vaya a buscar el balón que se le coló entre las piernas segundos antes y lo condenó a la humillación y reproche de toda una hinchada… y seguiremos escribiendo y contando las hazañas de los primeros, de los ganadores, de los fuertes, celebrando la vieja lógica dual de vencedores y vencidos dejando la puerta chica de la historia para “segundones y perdedores”, si es que acaso importan.

Así siempre fue, porque la historia siempre la escribimos los hombres, no la humanidad ni las personas que la componen. Sólo una mitad privilegiada (menos todavía) que resalta valores vinculados a la beligerancia en desmedro de nuestra historia emocional. Y cuando la otra mitad intenta desvirtuar este discurso hegemónico androcéntrico, las empezamos a llamar locas, brujas, solteronas amargadas que escriben y se rebelan porque no tienen un hombre al lado.

Una línea infranqueable, poderosa

Quizá una herencia de la colonia en toda Latinoamérica -o quizá de antes- es la diferencia creada entre los diseños sociales de mujeres y hombres. No pretendo descubrir ni contar las razones del momento o los momentos en que hombres y mujeres empezamos a ser tan diferentes, pero sí me parece muy importante hablar de las diferencias que escogimos. Para vivir en sociedad y en un mundo “civilizado” creamos leyes basadas en costumbres elevadísimas, costumbres que sobrevivieron a las mismas leyes que inspiraron. Costumbres y posteriores leyes diseñadas por hombres blancos, católicos, heterosexuales, con mucho poder y que además vivían en las ciudades.

Entonces se trazó una línea entre hombres y mujeres, infranqueable, poderosa. Las mujeres tuvieron que acatar leyes en cuya confección jamás participaron ni fueron consultadas y sus destinos fueron decididos y condenados a su eterna minoría: objetos delicados de gran belleza que tienen que ser protegidos a perpetuidad. Humillante y dolorosa posición que abrió un mundo de posibilidades para toda clase de abusos y vejaciones. Los resultados finales, señoras y señores, los vemos todos los días en noticias de crónica roja, en caras, cuerpos y espíritus desvencijados, en miradas desesperanzadas, en estadísticas dolorosas y absurdas en plena era de iluminación y razón.

Por suerte para todas y todos nosotros, en toda época y lugar, siempre hubo por lo menos una “loca” que, no contenta con el rol que le tocó cumplir, empezó a cuestionar la infamia desatada contra ellas. A veces se llamaba Juana Azurduy de Padilla, a veces Bartolina Sisa, las más veces corría sin nombre en la historia, libre de toda carga moral, incorregible e incasable, comenzando a esbozar las primeras ideas políticas y filosóficas del feminismo.

No sólo de mujeres es el feminismo

Y digo suerte para todas y todos, porque hay que entender de una buena vez que el feminismo no es “una cosa de mujeres”, ni es lo opuesto al machismo. Las personas que no quisieron enterarse sobre el feminismo o se quedaron con el prejuicio de que el nombre sólo involucra a las “féminas” se perdieron de un movimiento ideológico, político y filosófico tan interesante e importante como el marxismo, el socialismo, el estructuralismo o el capitalismo.

Es así que mientras el movimiento feminista crecía en Bolivia y el mundo, también crecían los anticuerpos y la maquinaria para mantener el estatus quo. Los hombres descubrimos muchas formas para desvirtuar este movimiento: lo catalogamos como un movimiento peligroso de lesbianas radicales, marimachas que querían invertir los roles impuestos a hombres y mujeres, es decir, que no contentas con ser las más bellas, ahora querían también ser las más fuertes. Y claro, el pánico empieza a cundir pues caeríamos en desgracia, ahora nos tocaría cuidar de la casa, los niños, la cocina, la lavandería. No más mundo para nosotros, la mujer hereda la tierra. Y fueron poderes bien establecidos como los medios de comunicación y las diferentes iglesias quienes se encargaron de difundir la mala nueva: hay que tener cuidado con esta nueva plaga, pues sólo desgracias y malas noticias podía traer, iba en contra de todas las tradiciones y principios morales. El miedo es una herramienta poderosísima para hacer que las cosas no cambien y qué cosa peor que tener que convertirse en una mujer y asumir sus roles.

Viejos debates dejan puertas abiertas para nuevos debates, así como territorios ganados abren muchos más flancos: ¿Pueden los hombres ser feministas? Entonces empezamos a preguntarnos si la lucha del feminismo es contra los hombres o simplemente contra la ignorancia y la injusticia. Desglosamos los males del machismo y sus alcances y nos damos cuenta que no sólo afecta la vida de las mujeres, sino que también aflige y moldea la vida de los hombres…

De masculinidad y masculinidades

En los años 70, los primeros estudios sobre masculinidades o “men studies” en inglés por ser los precursores, son realizados por grupos de hombres desde la academia con un discurso y una plataforma feminista. Comienzan a estudiar las dinámicas propias que permeaban la vida de los varones y el proceso de construcción sociocultural de su género. Por supuesto que desde diferentes perspectivas, Julio César Gonzales Pagés, Coordinador General de la Red Iberoamericana de Masculinidades describe algunas:

 

a)        Perspectiva conservadora o fundamentalismo machista: basado en que el rol masculino tiene su fundamentación en la naturaleza biológica y en el dictamen religioso de que “así sea”, esta perspectiva defiende los roles tradicionales de ambos sexos y sus defensores extenderán su lucha contra los derechos de los homosexuales, inmigrantes, minorías y cualquier otra manifestación “deformada” y diferente a lo que conocen.

b) Perspectiva de los derechos masculinos (80s): este movimiento fue integrado tanto por varones que defendían los derechos patriarcales como hombres partidarios de derechos igualitarios. “Si el feminismo sirvió como plataforma reivindicatoria de los derechos de las mujeres, será una posición de reclamo sobre derechos usurpados a los hombres como:

 

    poder demandar a las mujeres por su violencia invisible,

    romper el monopolio feminista sobre las investigaciones de género,

    lograr la custodia de los hijos en plena igualdad legal con las mujeres y

    tener derecho a una ley de paternidad plena”.

 

c)        Perspectiva mitopoética: inspirada por el poeta estadounidense Robert Bly a partir de la búsqueda del reencuentro de la energía masculina en tiempos de “feminización” de los hombres.

d)        Perspectiva profeminista: a principios de los años 70, asociada a los movimientos por los derechos civiles, constituidos generalmente por varones de sectores medios que formaron una postura positiva ante el cambio en las mujeres y “bebieron del feminismo de la igualdad”

 

Las diferentes corrientes y estudios abrieron un amplio panorama, encuentros y disidencias a la orden del día, a mayor debate mayor estudio y más argumentos, más razón y menos tradición sin sentido. Como todo movimiento creó sus propios polos y uno de ellos empezó a tratar de desvincularse del feminismo y a confrontarlo, como si fueran cosas diferentes, como si las masculinidades fueran sólo una y no miles, como si tuvieran una plataforma teórico-ideológica propia y no fueran simplemente un aporte al feminismo, una mirada fresca que involucra a hombres y también a mujeres. ¿Masculinidades vs feminismo? No tiene razón de ser, a no ser para darnos cuenta que uno es sólo parte del otro, un complemento, un aporte, otra mirada más.

Nuestras masculinidades

En Bolivia, hablar de masculinidades es relativamente nuevo, algunas instituciones vienen trabajando la temática hace ya algunos años y junto con el movimiento de Avances de Paz, tuvimos la suerte de trabajar contra la violencia basada en género desde hace unos cinco años, con la apuesta de involucrar no sólo a mujeres, sino también a hombres como parte fundamental del cambio y ampliar la mirada. Recién este año empezamos a hablar de masculinidades, pero la experiencia de las mujeres que lideran el grupo ya trataba la equidad de género con enfoque de género. Y claro, a quitarnos los prejuicios de a poco y desaprender un montón de cosas que dábamos por sentado para mirarnos de nuevo y luego las luchas internas, los conflictos con uno mismo y con la sociedad. No fue fácil para nadie y no es fácil, hay todo un aparato social, una construcción patriarcal ancestral que hemos aprendido durante tanto tiempo y asimilado como el orden natural de las cosas que hace que el cambio sea complicado.

Una de las primeras cosas que aprendimos cuando empezamos a hablar con hombres sobre feminismo, masculinidades, género y violencia, es que nosotros mismos pensábamos que a los hombres no nos interesaba hablar de aquello, y cuando me tocó recorrer el altiplano boliviano para conversar con cooperativistas mineros y palliris (mujeres mineras que trabajan el desmonte o residuos de mineral pero que no se les permite entrar a la mina) resultó ser que había una pila de hombres en los talleres sobre violencia basada en género que encima alargaban el encuentro (el financiamiento y el tiempo sólo alcanzaban para 6 horas con cada grupo) porque nunca tuvieron chance de hablar de lo que a los hombres nos da miedo. Al parecer el machismo también nos había estado molestando: había sido que por cada mujer que estaba obligada a quedarse en casa, cuidar a las wawas y cocinar, había un hombre conflictuado que tenía que enfrentarse al mundo para proveer todos los bienes materiales y así seguir siendo objeto de respeto en la comunidad; por cada mujer que no podía ir a las reuniones del pueblo, había un hombre que no podía demostrar afecto a sus hijos en el pueblo; por cada mujer golpeada, había un hombre que se lloraba las penas con cerveza y singani porque sólo cuando uno está borracho puede llorar.

Con lo anterior no quiero decir que los hombres sufrimos el machismo en la misma medida que las mujeres. Sería muy injusto. Es sólo una forma de ilustrar que los males del machismo son con todas y todos e impone roles que hay que cumplir para no ser condenados por la sociedad. No hubo ni un solo taller con mujeres en el que varias de ellas no hayan contado desde lo más profundo de su alma y con un dolor que quebraba las mismas montañas donde trabajaban sus agresores, las vejaciones y abusos que sufrían cada día de sus vidas y la impotencia y ganas de morirse que tenían bien guardadas.

Por iniciativa propia, algunas de las cooperativas designaron comisiones de “género” que funcionaban con dinero de los mismos mineros para tratar los hechos de violencia intrafamiliar. Por supuesto que hubo muchas falencias y errores de concepto en los intentos de combatir la violencia, una cooperativa decidió castigar al agresor con un mes sin sueldo y si reincidía, se lo expulsaba de la cooperativa sin derecho a recibir paga alguna por su acción. Había que ver cómo comía la familia durante un mes cuando el hombre no llevaba dinero a la casa y el castigo que infligía a su mujer por delatarlo si era expulsado de la cooperativa. A veces las buenas intenciones son sólo buenas intenciones, por eso la necesidad de seguir trabajando el tema, de generar más conocimientos y teoría, de ahondar esfuerzos, convertirlo en asunto de salud pública.

Hay que recalcar que no existe “un” modelo de masculinidad. Las masculinidades no son exclusivas de los heterosexuales, ni de los homosexuales, ni siquiera de los hombres. Son diferentes formas de construir nuestra identidad genérica sin imposiciones sociales ni “así seas”. Se trata de reconstruirte cada día poniendo a un lado los roles asignados por una sociedad masculina hegemónica y sus dogmas, preguntando siempre ¿por qué? Hombres y mujeres con una nueva y mejorada apuesta de vida no son islas, todavía hay que salir a enfrentar un mundo que sigue reforzando y premiando las actitudes y comportamientos tradicionalmente patriarcales y hay que saber que ir en contra va a generar rechazo y sanciones sociales.

Y es que el ejercicio de la violencia ha sido una “cualidad” asignada socioculturalmente a los hombres a lo largo de la historia y el eje transversal de las relaciones sociales inequitativas, desiguales y discriminatorias. La escuela de la violencia comienza desde niños y es aceptada en el seno mismo de nuestras familias, después se extiende a las instituciones educativas y al deporte y nos empieza a definir. Asumimos que un buen jugador de fútbol será más apto para sobrevivir en este mundo difícil y nos encontramos con la herencia del olimpismo griego y su competitividad. Entre nosotros estamos acostumbrados a las relaciones de poder, hay un orden y una cadena de mando. En cambio ni por asomo intimamos con otros hombres para hablar de nuestras depresiones y sentimientos, las debilidades no se las mostramos ni a nuestros amigos. Los patrones culturales urgen a los hombres a responder al arquetipo de buen proveedor del hogar, a ser exitosos económicamente, cuadros políticos abnegados, mujeriegos, deportistas, quizá músicos… todos audaces buenos bebedores.

Entonces erradicar la violencia se hace una tarea obligada y la prevención es el enfoque más adecuado, sin olvidarnos de que hasta que sea eliminada habrá muchas víctimas que necesiten respuestas y acciones inmediatas. Será pues una deconstrucción, un repensar quiénes somos y en quiénes nos convertimos. Tendremos que desaprender una serie de actitudes y prácticas y seguro enfrentaremos y cuestionaremos poderes que impiden el cambio. Nuestra apuesta siempre estuvo dirigida a que hombres y mujeres son sujetos activos que promueven y generan cambios si los entienden como positivos y así lo quieren. Y es posible, sólo imaginemos la cantidad de evoluciones y transformaciones desde el proto-feminismo hasta nuestras masculinidades, nacidas hace poco, aún en pañales.

 

 

*     Comunicador social, investigador y miembro del Equipo Avances de Paz. Este artículo fue publicado en versión extensa en la Revista Lazos Nº 8 de la Fundación UNIR, que gentilmente ha accedido a que se reproduzca en una versión más corta en este semanario.

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