marzo 29, 2024

El capitalismo siempre gana

Japón y Haití son dos países situados a los extremos de una misma realidad. Ambos golpeados recientemente por los peores terremotos de su historia, se diferencian, sin embargo, por la forma que los sufren. En ambos casos la avaricia transnacional parece estar más presente que cualquier verdadera intención humanitaria y solidaria, pero la potencia nipona puede defenderse mejor de aquellas aves de rapiña que el país más pobre del continente americano. Algo esta claro: los empresarios que piensan invertir tanto en un Japón como en Haití celebran lo que estas poblaciones lamentan.

El terremoto del 12 de enero de 2010 que sacudió Haití hasta destruir literalmente los cimientos de su gobierno costó la vida de más de 350 mil personas y dejó al país completamente devastado, sin casi ningún edificio en su capital y en una situación de miseria peor de la que ya vivía -es uno de los países más pobres del planeta-. El daño económico para esta nación fue calculado por la Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití (CIRH) en 7.900 millones de dólares, el equivalente al 120% de su Producto Interno Bruto alcanzado en 2009. Dicen que la reconstrucción costará el doble.

El terremoto de Japón del 11 de marzo de este año fue seguido por un tsunami que elevó el nivel del mar en 10 metros y arrasó con la ciudad de Sendai. Los muertos registrados a poco más de dos semanas del desastre superan los 10 mil y el daño económico y material ha sido comparado por el gobierno de este país con el que dejó la Segunda Guerra Mundial. El Banco Mundial calculó que las pérdidas económicas representan el 4% de su PIB alcanzado en 2010.

Además, también provocó uno de los peores incidentes nucleares de los últimos 25 años en la planta nuclear de Fukushima, incidente que aún no acaba de ser resuelto y que muchos temen que se convierta en otra fuente de contaminación mortal como lo fue Chernobil en 1986.

Solidaridad desinteresada

En el caso de Haití la solidaridad de la comunidad internacional fue más generosa en palabras que en los hechos. Hace más de un año, en una Cumbre de donaciones realizada en Nueva York, países e instituciones de todo el mundo se comprometieron en donar más de 10.000 millones de dólares para su reconstrucción. Hasta la fecha solo se ha desembolsado el 2% de esa ayuda y la reconstrucción no ha avanzado ni siquiera en ese porcentaje.

Ni los EE.UU., ni el Banco Mundial, ni la Unión Europea han entregado la mitad de lo prometido, y el único organismo internacional que ya reunió más del 75% de la ayuda acordada fue la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), según su representante en Haití, Rodolfo Materolo.

Pero lo que sí recibió Haití de parte de EE.UU. fue un contingente de más de 13 mil soldados bien armados y listos para poner “la situación bajo control”, asegurándose de mantener la disciplina entre los damnificados desesperados por ayuda que comenzaban a saquear y matarse entre sí por la poca comida donada en las destruidas calles repletas de cadáveres. El caos no era gratuito, pues la mayor parte de los alimentos y otras donaciones de la comunidad internacional estaban retenidas en los aeropuertos de Haití, que dejaban pasar marines pero no vituallas.

Japón vivió algo similar. Inmediatamente después de la crisis, a pesar de lo preparado de su Estado, se vivió un periodo de desabastecimiento de alimentos en muchos campos de refugiados, pero no hubo saqueos ni revueltas y no fue necesario desplegar tropas militares para controlar a la población.

La doctrina del Shock

Este sin sentido no es coincidencia, pues en realidad no se trata de solidaridad sino de un frío cálculo de oportunidades políticas y económicas por parte de los gobiernos y asociaciones interesados en dar una supuesta ayuda humanitaria. En 2005 la periodista e investigadora Naomi Klein publicó su libro “La doctrina del shock: El auge del capitalismo del desastre”, donde demuestra que el neoliberalismo fue impuesto por los países desarrollados, como EE.UU. e Inglaterra, en los momentos de crisis y peor debilidad de los países del tercer mundo, como Chile después de su golpe de Estado en 1973 (financiado y planeado por EE.UU. y después del cual se liberalizó su economía.) o Sri Lanka en 2004 (tsunami tras el cual vino una ola de privatizaciones).

¿En que consiste esta “doctrina del Shock”? De la misma forma que los prisioneros suelen ser más “receptivos” después de situaciones de estrés y aislamiento o una sesión de tortura, las sociedades también son más proclives a aceptar cualquier cosa durante un momento de crisis. Lo que estaría sucediendo en Haití encajaría en una historia de chantajes e imposiciones que servirían para asegurarle mayores ganancias a empresas y consorcios.

En su momento, Klein advirtió como fundaciones de derecha de EE.UU. como la Heritage Foundation le recomendaba a su gobierno que, “la crisis en Haití le ofrece oportunidades a los EE.UU. Además de proveer asistencia humanitaria inmediata, la respuesta de EE.UU. ofrece una oportunidad para remodelar el gobierno y la economía persistentemente disfuncional de Haití, además de mejorar la imagen de EE.UU. en la región”.

El consejo fue bien recibido, y el presidente Obama no se limitó a mandar tropas y armas sino que también envió a sus predecesores George W. Bush y Bill Clinton para ofrecer ayuda y abrir oportunidades de negocios para compañías estadounidenses. Luego de que los militares controlaran la situación, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) también se unió a la rapiña y inició una subasta entre empresas privadas para repartir las tareas de la reconstrucción y la asistencia humanitaria con altos dividendos provenientes de la ayuda internacional dirigida formalmente al pueblo de Haití.

Y funcionó. La última reunión del BID fue celebrada el último 24 de marzo. En ella estaba presentes ejecutivos de Air Canada, Aguas de Barcelona, The Coca Cola Company, Diesel Canada y Trilogy International (Voilà) para discutir futuras inversiones “por el bien del país centroamericano”. También se beneficiaron con ganancias exponenciales empresas de Latinoamérica como Cementos Ergos de Colombia, compañías hidroeléctricas de Brasil, la Asociación Dominicana de la Industria Eléctrica (ADIE) de República Dominicana, empresas constructoras de EE.UU. y Canadá, etc., etc.

Todo el mundo sacó provecho de la situación de Haití, rondas de empresarios como esta fueron más recurrentes que llegadas de personal médico o técnico. Salvo Cuba, todos los países involucrados con Haití lo hacían desde la perspectiva de la “reconstrucción” y las inversiones que esta implicaría.

Esta tendencia de aumentar las inversiones privadas en Haití y asegurar millonarias ganancias a compañías extranjeras fue garantizada por el candidato a la presidencia Michel Martelly. El ex músico allegado a diplomáticos y empresarios estadounidenses prometió el pasado domingo 20 que de ser elegido se encargaría de “rehacer las normas” para que la inversión extranjera siga llegando.

Su propuesta despertó tantas expectativas que ni bien realizado ese comentario el presidente de República Dominicana, Leonel Fernández, junto con empresarios interesados en invertir en Haití organizaron una cena en su honor, durante la cual Martelly anunció que, “República Dominicana será parte importante en el proceso de reconstrucción de Haití a partir del incentivo de la inversión que favorezca a empresas dominicanas igual que de cualquier otra nación”.

Japón, no es el mismo caso

Cuando existen condiciones favorables, como las que tiene países del primer mundo o “economías desarrolladas”, las tragedias también representan oportunidades. La reconstrucción es un negocio que se instala con rapidez y genera jugosos dividendos pero también fuentes de empleo. El PIB crece y las economías “rebotan”, es decir, crecen.

Tal no es el caso de Haití, es bien sabido, dado que no cuenta con industria desarrollada ni sectores empresariales dispuestos a invertir en ella, para eso está ahora el capital transnacional. Pero Japón es otra historia. Días después de ocurrida la catástrofe, grandes compañías niponas como Toyota, Nissan y constructoras anunciaron que retirarían sus inversiones del exterior y las dirigirían a la reconstrucción de Sendai, la ciudad arrasada.

Se tratará de un negocio gigantesco que el gobierno de ese país puede pagar, a expensas de aumentar la deuda pública. El costó de la reconstrucción se estima en 309 mil millones de dólares y se ha anunciado que se cuenta con los recursos para tal empresa, comenzando por un fondo de 135.000 millones de dólares que originalmente se tenía aprobado bajo ley para rescatar a la banca japonesa durante la crisis financiara de 2008.

Pero la entrada de capitales extranjeros no será impuesta de ninguna forma. Tal como observó el economista Hermann González, de la consultora Zahler y Co., “el ingreso de nuevas empresas al mercado nipón se dará en la medida que las empresas nacionales que ya están allá no sean capaces de suplir la gran demanda por insumos para la reconstrucción, se abren espacios para el ingreso de nuevas empresas”, tal como lo menciona el sitio Terra Colombia.

Los pronósticos son alentadores, pues hace poco el Banco Mundial publicó un informe en el cual indica que: “el crecimiento se verá negativamente afectado en la primera mitad del año pero que luego los trabajos de reconstrucción compensarán ese retroceso en la recta final de 2011”.

“Ahora, sectores como el de la construcción o el inmobiliario y firmas que habitualmente distribuyen altos dividendos, han pasado a ser alternativas muy valoradas, a la hora de canalizar el dinero”, se apunta.

Warren Buffett, uno de los capitalistas más exitosos del mundo, expresó hace poco que el terremoto y tsunami que destruyeron parte de Japón han creado oportunidades de compra de acciones extraordinarias. “Frecuentemente, algo inesperado como esto, un evento extraordinario, crea realmente una oportunidad de compra. Yo he visto que pasa en Estados Unidos, he visto que pasa en el mundo. No creo que Japón sea una excepción”, aseguró.

Y todos concuerdan, la tierra del sol naciente se ha convertido también en la tierra de las oportunidades para la inversión en energía, constructoras y materias primas. Solo que en este caso, y a diferencia de Haití, lo que primará será la inversión nacional, que generará empleos muy diferentes a los de las maquilas del primer país que consiguió independizarse en la historia de Latinoamérica.

Aunque también ha habido desembarco de tropas estadounidenses en esta región afectada del mundo, el gobierno de la Casa Blanca no ha podido imponer ninguna condición de cooperación que le permita introducir sus capitales con ventajas respecto a la industria japonesa y la reconstrucción se perfila como un jugoso negocio que hará crecer esta economía estancada durante la última década. Algo esta claro: los empresarios que piensan invertir tanto en un Japón como e Haití celebran lo que para estas poblaciones es una incuestionable tragedia.

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