Allá cuando corrían los años ochenta y noventa, en la ciudad de Sucre gozaba de prestigio constituyéndose en un centro selecto de reunión de propios y extraños un restaurante, con aires de lujo medieval, ubicado frente a la histórica campana de la libertad del templo de San Francisco, en pleno centro de la vieja capital boliviana.
Su fama, buena o mala, se mantuvo intacta mientras funcionó, con el añadido que la chispa de mis paisanos, conocidísimos por colocar apodos a quien se les cruce en el camino, también llegó a este exclusivo local, al cual sin mayor detalle le apodaron como “La Maestranza”.
Curioso como aprendiz de periodista y un tanto desorientado por el retorno al pago después de mucho tiempo, quise conocer el porqué de aquel denominativo, aparentemente alejado de tan señorial centro de comida y reunión, acudí a mis buenos amigos, aquellos caballeros de la tertulia que han ocupado de por vida una acera de la plaza 25 de mayo, la que está ubicada frente al antiguo balcón de radio La Plata, para informarse de la vida ajena.
La respuesta fue pronta: “porque allí es donde se arreglan los autos” y yo quedé tanto o más confundido que antes.
Varios magistrados de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, cuya sede se encontraba en Sucre, junto a “gestores judiciales”, “lobistas” o como quiera llamárselos y abogados de diferente laya, cargando voluminosos maletines con una valioso cargamento en efectivo, se instalaban de manera constante como consuetudinarios comensales al interior de aquel distinguido local, discreto por fuera, convirtiéndolo en una verdadera maestranza donde, a determinado precio y condiciones, se podía arreglar cualquier “auto”, para que salga a gusto y sabor del cliente.
Ingenuo o tonto, seguramente más lo segundo, pensé en que allí se tuneaban algunos carros de marca para hacerlos exclusivos, únicos en su género, pero no había sido precisamente así, bueno no en la forma en que me imaginé, evidentemente no se tuneaban, se fabricaban autos a pedido, para que quien ponga la plata se vaya, no precisamente sobre cuatro ruedas, contento y satisfecho.
En las calles sucrenses, entre broma y broma, se decía que muchas fortunas se construyeron, algunas poco a poco, otras de un solo golpe, por obra y gracia de la mecánica judicial que se desarrollaba en esa maestranza capitalina.
Tiempo después la maestranza se cerró. Y no porque hubiesen desaparecido los mecánicos de autos supremos, y obvio que no hablo de los automóviles que sirven para transportar a las autoridades judiciales, sino de aquellos otros autos que los transportaron a la fortuna. Lo que pasó es que abrieron muchos otros talleres, con menos discreción, y ya no solo en Sucre sino también en otras ciudades del interior del país.
Muchos mecánicos itinerantes salían permanentemente de las oficinas judiciales sucrenses, con rumbo a otras ciudades a realizar trabajos a pedido, satisfaciendo siempre las exigencias de quienes ponían el dinero y engordando más a los señores que golpeaban el mazo para dar justicia.
La ilustre ciudad blanca, sus calles coloniales y su gente, acogedora y poco hábil para guardar secretos, fueron los testigos de este relato que con el desarrollo de la tecnología y la globalización de las comunicaciones ha tornado innecesaria la existencia de elegantes y discretas “maestranzas” para administrar justicia. “Dura lex sed lex”.
* ADVERTENCIA. Es preciso advertir que el anterior relato fue producto de mi afiebrada imaginación hace algunos años cuando pensaba que la administración de justicia tenía que cambiar, aunque me doy cuenta que sigo esperando lo mismo, espero que no sea por mucho tiempo más. Todo lo mencionado es imaginario y cualquier relación con la realidad no es más que pura coincidencia.
Deja un comentario