marzo 29, 2024

Bolivia a 193 años de aquel 25 de agosto


Por Julio A. Muriente Pérez *-.


Entre la Bolivia mediterránea y el Puerto Rico insular

Para un isleño —y ese es el caso de los puertorriqueños— que inevitablemente tropieza en cualquiera de las esquinas de su territorio nacional con el mar Caribe o el océano Atlántico resulta difícil imaginar la existencia de un país que no tenga costas marítimas, con centros turísticos, puertos y bahías desde las cuales se enlace con otros países y pueblos. Para nosotros, el mar ha estado ahí por siempre, inescapable; como una suerte de dios omnipresente al cual a veces ni caso se le hace, pero sin cuya presencia no se puede vivir tranquilo un instante.

Con el tiempo descubrimos que en tan colosal diferencia geográfica habida entre el Puerto Rico insular y la Bolivia mediterránea, encontramos importantes similitudes, no precisamente de origen geográfico. El primero rodeado de mar y océano, con vecinos distantes, sin fronteras terrestres con nadie, pero con su territorio, sus aduanas y sus puertos sometidos al control extranjero; la segunda rodeada de tierra, de vecinos, con fronteras terrestres, inmensas cordilleras con nieves eternas y aduanas y lenguas, culturas y razas que se entrelazan.

También aprendemos que, en el caso de Bolivia, se trata de una realidad histórica marcada por la guerra expansionista y los intereses de potencias extranjeras. Que Bolivia tuvo una extensa costa que daba al océano Pacífico y la misma la fue quitada a la fuerza. Una costa rica, además, en fosfatos y otros recursos naturales, en medio de la sequedad más asombrosa del desierto más seco del planeta, Atacama.

De la misma forma que nuestra insularidad ha estado controlada por otros, desde la llegada de los conquistadores europeos en 1493 y los conquistadores yanquis en 1898.

Más allá, desde este Caribe donde en estos días el sol veraniego azota sin piedad mientras que, al mismo tiempo el invierno boliviano golpea con fuerza similar—por aquello de que la Tierra es esférica y no plana—por mucho tiempo no eran muchas las noticias que nos llegaban de lo que acontecía allá abajo, en el sur, en Bolivia. Alguna nota sobre el dictador de turno y la abundancia imparable de golpes de Estado; alguna otra sobre la pobreza extrema en la que vivían los pobrecitos indios; quizá alguna música de esa que por estas latitudes llaman andina, interpretada con instrumentos cautivantes y mágicos y bailada de manera extrañamente familiar. Para quienes algo habían leído sobre historia boliviana, conocían un poco sobre los acontecimientos acaecidos en la década de 1950 y sus desenlaces nada felices. Algunos habían descubierto que Bolivia se llama Bolivia en homenaje a ese personaje que tampoco era muy conocido que digamos entonces, Simón Bolívar.

El Che en Bolivia

Para los de mi generación, Bolivia apareció en nuestra conciencia como un azote de fuego, como un golpe estremecedor. La muerte en combate del Guerrillero Heroico, Ernesto Che Guevara en octubre de 1967, colocó de manera singular a Bolivia en el mapa mundial. Aquel país medio anónimo para tantos comenzaba a dejar de serlo. Poco a poco fuimos conociendo de sus luchas, de su pueblo diverso, de su cultura exquisita, de su alegría contagiante, del afán de salir de la pobreza y la marginalidad, del anhelo de que tantos dictadores y tantas dictaduras fueran cosa del pasado y que el porvenir ofreciera alegría y prosperidad.

Todavía tendrían que pasar varias décadas antes de que, como un alineamiento de estrellas, el pueblo boliviano –y sobre todo la mayoría originaria o indígena—alcanzara la victoria electoral que llevaría a uno de los suyos a la presidencia. Entonces apareció en escena Evo Morales, y con Evo se inició un profundo proceso de cambio social, económico, político y cultural, eminentemente justo y necesario. Un proceso que dura hasta nuestros días y que más de una década después ha catapultado a aquella Bolivia ninguneada, hasta convertirla en uno de los países más importantes y respetados de Nuestra América.

Evo y la lucha contra el colonialismo

La Bolivia de Evo y el MAS corresponde en el tiempo al proceso de cambios que ha impactado a América Latina y el Caribe durante los pasados veinte años, y que se inició con la victoria electoral del Comandante Evo Chávez en Venezuela, en diciembre de 1998. Y más.

Tuve el privilegio de asistir a la primera toma de posesión de Evo como presidente, en 2006. Recuerdo como ahora su discurso tras juramentar. Confieso que en aquel instante no comprendí bien su llamado a iniciar desde aquel momento y por fin, una lucha para la erradicación del colonialismo en Bolivia. ¿Acaso no se trataba de un país formalmente independiente, que al proclamar su independencia el 6 de agosto de 1825 había trascendido el colonialismo?

Luego comprendí mejor sus palabras. Entendí que en Puerto Rico los conquistadores europeos llegados en el segundo viaje, en 1493, habían borrado a sangre y fuego a la población originaria que luego sustituyeron con esclavos traídos de África; mientras que en Bolivia la población originaria era mayoritaria, pero siempre se le mantuvo al margen de la construcción del Estado nacional, que en realidad servía a una minoría criolla y su descendencia. Por consiguiente, en lo que respecta a la población originaria mayoritaria de Bolivia, la colonia comenzó a desaparecer apenas con la llegada de Evo Morales a la presidencia —en pleno siglo XXI-, y a través suyo con la llegada de millones de marginados, explotados y olvidados que comenzaron a ser protagonistas y constructores de su historia a partir de entonces.

Por eso a esta nueva Bolivia se le denomina—con toda justeza y corrección—plurinacional. En más de un sentido, la victoria de Evo Morales y el proceso de transformación del país a partir de entonces, representa el inicio de la verdadera independencia de Bolivia, de la verdadera Bolivia.

La salida al mar y la independencia plurinacional

Sin embargo, prevalece el gran problema no resuelto de la salida al mar. Ese reclamo se ha convertido en una de las más importantes banderas del pueblo boliviano en nuestros días. Ha trascendido fronteras y se convertido en un reclamo mundial. Hasta ahora han podido más el chauvinismo y la mezquindad nacionalista de diversos gobiernos de Chile. En la balanza están, de una parte, el derecho de un pueblo a tener salida soberana al mar a través de apenas una fracción menor de los territorios que en su día le fueron usurpados y, de otra parte, la insistencia de imponer la letra de unos tratados desacreditados, sostenidos solo con la fuerza de la intolerancia.

Mientras tanto, Bolivia avanza por la ruta de la justicia social y la prosperidad, palmo a palmo, recuperando tantas décadas y siglos de injusticia y marginalidad, de racismo y explotación, de infelicidad y abandono.

Recién ahora adquiere algún sentido genuinamente independentista la fecha del 6 de agosto de 1825. Ahora, que las grandes mayorías originarias son mucho más que un vil ministerio. Ahora, que a la República Plurinacional de Bolivia y al pueblo boliviano hay que mirarlos de frente y escuchar con atención su voz sonora y orgullosa. Ahora que mares y océanos de solidaridad y hermandad se vuelcan y disipan fronteras y distancias.

Esa es la Bolivia que nos hace sentir orgullosos y orgullosas a los hijos e hijas de Nuestra América.


*            Catedrático Universidad de Puerto Rico, Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH) de Puerto Rico.


 

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