Por Rosario Aquím Chávez-.
Hace algunos días, la comunidad lésbica quedó conmovida por una ola de suicidios de personas pertenecientes al colectivo TLGB. Tres mujeres se quitaron la vida en circunstancias distintas, en menos de cuatro días. La primera, una estudiante de colegio de 16 años, fue víctima de violencia al confesarle a su madre que era lesbiana; la familia la echó de la casa, la joven no resistió la calle y prefirió tomar raticida. La segunda de 28 años, dejó cuatro niñas huérfanas, una por cada violación que la familia le preparaba para que aprenda a “ser mujer”, se quitó la vida ahorcándose del techo del cuarto de alquiler donde vivía, y, la tercera, de 32 años, murió de sobredosis, cansada de fingir una heterosexualidad inexistente, conviviendo con un hombre que no amaba y criando un hijo de cuatro años fruto de esa relación, para “camuflar” su lesbianismo.
Cuando se es parte de este tipo de realidades, el cuerpo se eriza, y una parece estar envuelta en una historia de terror.
¿Son estos suicidios fruto de la voluntad soberana o han sido inducidos por una voluntad externa e invisible? Tan invisible, que el propio límite entre una muerte natural y una muerte no natural se desvanece. Aunque todos sepamos, que como dijo Sartre “en el fondo, la muerte no es nunca natural, sobre todo para el amenazado, siempre y cuando sea aun relativamente dueño de sí”. Sin duda, dada la genealogía de los acontecimientos vividos por cada una de estas mujeres, sus muertes no se trataron, en ningún casos, de muertes naturales, una pesada amenaza, un sordo desprecio, se cernía, sobre cada una de ellas, al punto de hacerles sentir, , que la propia vida les era tan insoportable, tan insoportable, que era mejor anticiparse, y arrancarla de una vez del propio cuerpo, antes que venga la muerte y haga lo suyo.
Estas muertes, que no aparecen en los registros estadísticos, que permanecen ocultas por la conciencia culpable de la hipocresía familiar, ponen en tensión dos conceptos: humanidad y dignidad. Humanidad, porque la muerte voluntaria (el suicidio) es un privilegio profundamente humano. Dignidad, porque el/la suicida con su muerte afirma la libertad y el derecho a la felicidad de cada humano. La muerte voluntaria es difícil para el suicida, como lo es toda muerte, pero en gran medida su paradoja está en que al final, también se convierte en una muerte natural.
Porque como dice Spinoza, “nadie deja de apetecer su utilidad, o sea, la conservación de su ser, como no sea vencido por causas exteriores y contrarias a su naturaleza, sino compelido por causas exteriores; ello puede suceder de muchas maneras: uno se da muerte obligado por otro que le desvía la mano en la que lleva casualmente una espada, forzándole a dirigir el arma contra su corazón; otro, obligado por el mandato de un tirano a abrirse las venas, esto es, deseando evitar un mal mayor por medio de otro menor; otro, en fin, porque causas exteriores ocultas disponen su imaginación y afectan su cuerpo de tal modo que este se reviste de una nueva naturaleza, contraria a la que antes tenía, y cuya idea no puede darse en el alma […]. Pero que el hombre se esfuerce, por la necesidad de su naturaleza, en no existir […] es tan imposible como que de la nada se produzca algo”.
Spinoza no admite el suicidio sino como evitación de un mal mayor, como fruto de una fuerza humana externa o de una enfermedad que se pone por encima del suicida.
Lo que intenta demostrar Spinoza es que, incluso en el caso de quien se quita la vida, sigue valiendo el principio de que “nadie deja de apetecer su utilidad, o sea, la conservación de su ser, como no sea vencido por causas exteriores y contrarias a su naturaleza”, y que toda persona posee una especie de naturaleza que la lleva a poner la subsistencia como valor supremo y exclusivo. Ya que el mantenimiento de la vida es un destino inexorable de ella misma. Porque esta muerte libre no se deduce de ninguna estructura existencial del ser humano.
El sometimiento que significa la presión invisible para cometer suicidio, es un acto de libertad, el último acto de la libertad, que surgió del corazón de estas mujeres, frente al odio impune, de sus familias lesbofóbicas, asesinos impunes.
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