Es posible apreciar, que no se puede hablar históricamente de identidad homosexual, sino a partir del siglo XIX, cuando el discurso burgués inventa la categoría “homosexual”, para imponer la división heterosexualidad/homosexualidad, basada en el dimorfismo jerárquico valorativo del sexo hombre/mujer.
Para poder ubicar la procedencia histórica de la homosexualidad, es importante rechazar aquellas ideas según las cuales, la homosexualidad, sería un “acto contra natura” (herencia de los prejuicios cristianos medievales); una “enfermedad” (teoría del discurso psiquiátrico) o una “tara de la decadencia burguesa” (teoría de la izquierda stalinista tradicional). Rechazar asimismo, dos teorías bastante difundidas y aceptadas entre los homosexuales: la primera, que sirvió de base al primer movimiento homosexual de finales del siglo XIX, que consideraba a los homosexuales como un “tercer sexo”. Esta teoría carece de base científica, “por eliminar la cuestión del componente homosexual del deseo y, de la homosexualidad latente” 1; por teorizar sobre la situación de exclusión, de lo que sobreentiende como una “identidad homosexual” y por limitar la lucha contra la exclusión, a la defensa de los derechos democráticos de una minoría oprimida. La segunda teoría, surge después de mayo 68, y considera que la homosexualidad es revolucionaria por naturaleza y, subversiva de todo el orden social existente.
Esta teoría, se olvida del acomodo social que sufre el deseo, en una sociedad burguesa y, de las opresiones de clase que atraviesan a los homosexuales; desvía la lucha contra la opresión homosexual, hacia una lucha contra los heterosexuales, una lucha a menudo viciada de falocratismo y misoginia. Tanto la teoría de la homosexualidad como tercer sexo, como la teoría de la homosexualidad revolucionaria, tienen en común el reforzar la división entre homosexualidad y heterosexualidad y, en perpetuar, el mito de la identidad homosexual.
El mito de la identidad homosexual, surge a lo largo del siglo XIX, a través de la voluntad de saber, de la scientia sexualis (razonamientos seudocientíficos de la psiquiatría y de la sexología) que desconocía, los aportes de Freud acerca de la indiferenciación del deseo respecto de su objeto, sea éste del mismo sexo o del otro sexo.
La ideología de la identidad homosexual consiste, en teorizar una pretendida especificidad de los homosexuales en torno al hecho único de su sexualidad. Tiene su base objetiva en la condición de opresión impuesta a los homosexuales por la sociedad burguesa capitalista; constituye la forma de alienación específica de los homosexuales, frente a la ideología dominante. Las diversas formas de guetto, son el fundamento de esta ideología. Los guettos, en el fondo no son más que otro tanto de lugares de reclusión que el poder patriarcal asigna a los arrojados del sistema. El guetto homosexual es, lo que la familia doméstica, para la mujer y la escuela, para el niño.
Actualmente, esta ideología se encuentra interiorizada en los propios homosexuales, ya que cuando adquieren conciencia de su deseo, no encuentran otro medio de expresarlo que identificándose con el modelo caricaturesco y estereotipado que la imaginería burguesa del homosexual, les presenta. O se identifican con este modelo y adaptan su comportamiento a la función social mutiladora y reductora que les ofrece, o bien, lo rechazan, sin poder encontrar otro modelo con el cual poder identificarse. Frente a este vacío, muchos tratan de sofocar su deseo, de negarlo, y en este intento, terminan en la locura o en el suicidio. El tabú anti-homosexual y la homofobia social, son dos dispositivos letales de la compulsión tanática de purga e inmunización, del diagrama biopolítico de la sexualidad.
Existe pues, una profunda crisis de identificación, en aquellos que se sienten marcadamente atraídos (aunque no de manera exclusiva) por individuos de su mismo sexo.
Así, por ejemplo, el adolescente que se descubre diferente a consecuencia de su deseo, no entiende al inicio qué le ocurre. En la educación que se le inculca no dispone de ninguna referencia cultural con la cual poder identificarse de una manera positiva, no puede sino experimentar el sentimiento de su diferencia, hasta el día en que si no sofoca totalmente su deseo, le arrojen a la cara la etiqueta que lo marcará para toda su vida ¡marica! Ante esta asignación que le hace la consideración social, no tiene más remedio que retroceder, tratar de negar y reprimir su deseo, aceptar desesperadamente la norma heterosexual o bien, recluirse en una desoladora castidad o, finalmente, identificarse con la etiqueta que le han puesto, aceptándose más o menos como homosexual. En tal caso, cae en la trampa y quedará encerrado en el guetto reservado a los de su misma especie. 2
Hay que aclarar aquí, que el término guetto, es usado de forma metafórica, no existe un guetto homosexual, propiamente hablando, lo que existe son diversas formas de encierro que no son homogéneas. Todas estas formas, responden más que a un deseo, a una necesidad precisa: la búsqueda de pareja. Esta búsqueda de pareja, al igual que la demanda de matrimonio, de adopciones, de seguridad social, de respeto legal a la propiedad privada, etc. pese a ser parte de los remedos de la heterosexualidad, en el caso homosexual adquieren otras connotaciones. Esto debido, a la tensión que se genera entre el poder estatal patriarcal y el movimiento homosexual. Por un lado, los primeros, intentan asimilarse a la vida heterosexual por la vía de la demanda de derechos; y, por otro, el Estado insiste en su pulsión represiva, y en sus intentos de expulsión de los inadaptados, a través de la homofobia, la exclusión o la discriminación 3.
En este contexto, es posible apreciar, que no se puede hablar históricamente de identidad homosexual, sino a partir del siglo XIX, cuando el discurso burgués inventa la categoría “homosexual”, para imponer la división heterosexualidad/homosexualidad, basada en el dimorfismo jerárquico valorativo del sexo hombre/mujer. Esta valoración jerárquica del universal hombre, que sustentará la institución heterosexual obligatoria y que repercutirá en una desvalorización, inferiorización y desprecio por la homosexualidad, tendrá como consecuencia la organización de movimientos homosexuales en lucha, contra todas estas múltiples opresiones que se irán condensando a partir de esta división. Sin embargo, hay que aclarar, que si bien la historia propiamente tal de la homosexualidad, se inicia en esta época, la opresión de los perversos, los anormales, los enfermos, los locos, las brujas, tiene una larga y sangrienta pre-historia.
Al respecto, ciertas corrientes antropológicas, han descubierto que en algunas sociedades pre-capitalistas, la homosexualidad, estaba totalmente integrada y admitida en la cultura. Las relaciones homosexuales, estaban ligadas a prácticas religiosas o ritos de iniciación y de tránsito de los adolescentes a la edad adulta, aunque también se desarrollaban estos ritos, entre adultos, sean estos hombres o mujeres. Sin embargo, esta concepción va desapareciendo, conforme las sociedades van instaurando la propiedad privada y el régimen patriarcal, que va a garantizar la transmisión de la herencia de padres a hijos. Con el patriarcado, lo primero que desaparece es la libertad sexual de las mujeres, ya que éstas pasan a ser propiedad privada, exclusiva del señor patriarca, merced al contrato sexual establecido por la alianza matrimonial. Este contrato sexual, conlleva también, la expropiación de la capacidad productora de vida de las mujeres.
En la Grecia antigua, por ejemplo, la homosexualidad estaba bastante integrada a la clase dominante, en la medida que la pederastia era el vínculo con la educación-filosófica en Atenas, y con la educación-militar en Esparta, y era parte, además, de un proceso de integración social. Sin embargo, es necesario distinguir que la situación de la homosexualidad en Atenas y en Esparta varía, según el avance de la instauración del patriarcado. A medida que se impone la familia monogámica patriarcal, va desapareciendo la libertad sexual de las mujeres y con ella, la libertad sexual de los homosexuales. Esto quiere decir que, en sociedades misóginas, donde la situación social de las mujeres se encuentra más desvalorizada y degradada, existe mayor opresión y repulsión hacia los homosexuales.
Esta constante, se da también entre los hebreos, donde nace el tabú anti-homosexual. La condena a los homosexuales, se da en la época del exilio judío. En el Levítico, se condena con pena de muerte, a hombres que se acuestan con otros hombres. Como se puede apreciar, el tabú relacionado con la homosexualidad, es parte de un “proceso histórico complejo que engloba fenómenos como la división de la sociedad de clases sobre la base de la propiedad privada, la instauración de un estado para mantener por vía coercitiva ciertas relaciones políticas y económicas, el desarrollo del monoteísmo, la sumisión de la mujer y la institución de la familia en el lugar que antes ocupaba el clan” 4. El cristianismo primitivo, recoge éste tabú, mientras que los evangelios no mencionan la cuestión.
Sin embargo, la opresión homosexual adquiere estatus de legalidad, por primera vez, cuando la religión cristina asciende a religión de estado del imperio romano, durante el periodo del emperador Constantino (342), quien impone la pena de muerte por sodomía. Posteriormente, el emperador Valentiniano (390), decreta la pena de muerte en la hoguera y, Justiniano (538) prescribe para los homosexuales la tortura, la mutilación y la castración antes de su ejecución.
En la Edad Media, este diagrama de poder del suplicio, continúa bajo las mismas formas la represión de los homosexuales. La novedad es que, los actos sodomíticos fueron asimilados a las herejías cometidas por grupos contrarios a los dogmas del poder y de la iglesia oficial. Se acusaba a los valdenses, cátaros y adamitas de practicar ritos religiosos paganos, anteriores al cristianismo. La razón de fondo era, el interés de la iglesia, de apoderarse de las tierras de estos señores feudales, a partir de la acusación de herejía y de sodomía (prácticas homosexuales).
La segunda legalización de la opresión homosexual se da, cuando el poder utiliza para sus fines el tabú anti-homosexual. No sólo como instrumento de opresión, sino como medio de intimidación contra aquellos que pueden ser acusados de homosexuales si deciden combatir el poder institucionalizado (purgas stalinianas, represión del movimiento obrero por los nazis).
En el siglo XIII, con santo Tomás, el tabú contra la homosexualidad, obtiene su justificación metafísica: ya no es sólo pecado, sino “acto contra natura”, por su incapacidad de producir vida. Esta idea perdura hasta nuestros días, pese a ser una falacia, demostrada ampliamente por Freud 5.
Pese al surgimiento del capitalismo y a la decadencia de la iglesia, los resabios medioevales respecto a la opresión homosexual, aún continúan. Esta vez, ligados a lo que Foucault llamó “el tercer orden de la represión”: la reunión de la sodomía, con el conjunto de los excluidos del orden social, aquellos que se oponían de una u otra forma a la razón y a la moral sexual cristiano-burguesa (el loco, el mendigo, el enfermo, el anormal, el ateo). Con este tercer orden de la represión, se inicia el periodo de la gran reclusión, que permitirá el nacimiento de la clínica, de la cárcel, de la escuela, del manicomio, ampliamente estudiado, por Michel Foucault.
Pero es, a finales del siglo XIX, con la invención del término “homosexualidad”, por un médico húngaro, cuyo seudónimo era Kertebeny, que la homosexualidad pasa de la opresión religiosa, a ser parte de la opresión científica del discurso médico y psiquiátrico. Son precisamente, los razonamientos médico-psiquiátricos respecto de la patologización de la homosexualidad, los que se encargarán de fundamentar la aparición de un aparato represivo legal, encargado de justificar la discriminación y la violencia contra los homosexuales, esta vez, en alianza con el poder jurídico-legal estatal.
En el siglo XX, el estatuto de la homosexualidad empeoró, sobre todo en los regímenes reaccionarios. No ocurrió lo mismo, en la revolución socialista de los primeros tiempos, ya que una de las primeras medidas que se tomaron, después de la revolución Rusa, fue abolir las antiguas leyes zaristas contra los homosexuales y, en los años veinte, organizar la Liga Mundial para la Reforma Sexual, impulsada por Magnus Hirschfeld. Sin embargo, a medida que el proceso revolucionario se degeneraba (con Stalin), volvió a entrar en vigor, una política anti-homosexual, conjuntamente con la restauración de la familia. En este periodo, se forjó el mito staliniano según el cual, la homosexualidad es “una perversión fascista”, un “signo de decadencia en el sector burgués de la sociedad”.
En Alemania, las leyes anti-homosexuales, ya estaban en vigor desde los tiempos de Bismarck. La moralidad de los nazis, implicaba una regresión hacia las supersticiones y prejuicios medioevales de negación de la sexualidad. El ideal sexual nazi era la “pureza”, a la que oponían el “bolchevismo sexual”. De ahí que, los ataques hacia militantes homosexuales eran constantes, ya desde antes, de su ascenso al poder. Durante los años del terror nazi, los homosexuales eran marcados con un triángulo rosa, antes de ser confinados en los guettos especiales, y ser sometidos a estricta vigilancia, a objeto de impedir la contaminación. Hacia 1928, se calcula que había en Alemania alrededor de un millón doscientos mil hombres homosexuales. Entre 1933 y 1945, cien mil de ellos fueron arrestados y unos 50 mil fueron oficialmente inscriptos en los archivos como criminales. Y, aproximadamente, 10 mil fueron enviados a distintos campos de concentración. Actualmente, investigaciones resientes estiman, que en los campos de concentración perecieron como mínimo, doscientos veinte mil homosexuales 6. Los regímenes tanto conservadores como revolucionarios, en decadencia o no, comparten el terror de ser seducidos por el placer. La homosexualidad, abre hondas fisuras a la posibilidad de la erotización del poder.
En el siglo XXI, se puede apreciar, una compulsión mucho más marcada de la homosexualidad, hacia su integración en la sociedad burguesa; así como, una superficialización y banalización de la misma, a imagen y semejanza de la heterosexualidad. Hay una tendencia mimética perversa, a reproducir los estilos de vida y las instituciones decadentes del orden burgués. Sin embargo, este proceso de asimilación, no está acabado y, se presenta de manera muy diferenciada, según se trate de una clase social o de una cultura. Con el proceso de integración de los homosexuales, la burguesía lograría, por un lado, desmantelar una forma de lucha que le es molesta y, por otro, copar un mercado que se revela prometedor. Por otro lado, esta intensión integradora, le permitiría flexibilizar y ampliar el guetto y, eliminar de manera parcial, el tabú homosexual.
La intensión de la burguesía es, reconocer una igualdad formal entre homosexuales y heterosexuales, incluso pretende, una institucionalización de la pareja homosexual, con todo lo que ello implica. Lo difícil es que logre una igualdad real, es decir, el reconocimiento del estatuto de la homosexualidad, en el conjunto de la sociedad. Esto significaría, poner en entredicho, el universal androcentrado, el patriarcado, la virilidad del macho y, por ende, estremecer de manera profunda, las estructuras de la familia monogámica heterosexual y, de toda la cultura burguesa en general. Sin contar, lo que esto significaría, para el poder pastoral, directo responsable y portador de la intermediación entre Dios y sus hombres.
* Rosario Aquím Chávez, es Coordinadora General de Enlace, Consultores en Desarrollo. Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social de la UCB, tiene dos Maestrías una en Desarrollo Rural y otra en Filosofía y Ciencia Política y actualmente, ha concluido el programa de Doctorado Multidisciplinario en Ciencias del Desarrollo del CIDES-UMSA.
1 Ibidem. Pág. 34
2 Ibídem. Pág. 36
3 Según el Estudio sobre Discriminación en la Sociedad Boliviana, realizado por el Defensor del Pueblo, a fines de mayo de 2007, las y los bolivianos _con más o menos matices_ son discriminadores. Los grupos más discriminados son aquellos conformados por personas que viven con el VIH, indígenas, campesinos, y quienes tienen una orientación sexual distinta a la heterosexual En promedio, 2 de cada 10 personas creen que la sociedad boliviana es poco discriminadora, frente a 7 de cada 10 que opinan que la sociedad boliviana si es discriminatoria. Las encuestas sobre discriminación fueron aplicadas a personas de todos los niveles socioeconómicos. El 31,2% de los encuestados consideró que el grupo humano más susceptible de sufrir discriminación es el de las personas con VIH, seguido de los indígenas y campesinos con el 20%, 2%, personas con discapacidad, el 10% individuos con otras identidades sexuales y genéricas como lesbianas, gays, bisexuales y trans con el 9,1%. DEFENSOR DEL PUEBLO, Estudio sobre discriminación en la sociedad boliviana. Encuestas aplicadas en mayo de 2007; publicación: julio de 2007, p. 1.
4 Ibidem. Pág. 43
5 FREUD, Sigmund, “Tres ensayos para una teoría sexual”, en Obras Completas, Vol. II, Biblioteca Nueva, Madrid, 1996.
6 Este dato corresponde a una estimación resiente realizada por la iglesia protestante de Austria, citado en Nicolás, Jean, La cuestión homosexual, Pág. 47.
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