marzo 29, 2024

Antonio

Quizás por eso decidiste dejarnos un día primaveral de invierno, en Junio, para no hacer más lacerante el septiembre. Creí estar “curtido” por las caídas de Inti y Coco pero tu decisión de irte me dejó ¿con tristeza? ¿desamparo? ¿vacío? . No sé, pero triplicaste mi compromiso, ya estaba duplicado.

Me encontró muy a destiempo tu partida. Ni prematura, ni tardía, inoportuna y a destiempo.

Cuando éramos todavía niños, vos con diez yo con cinco años, me enseñaste en dibujo una hoz y me explicabas la utilidad de ese instrumento que usaban los campesinos de otros lugares. No me conformaba con el dibujo y quería ver, tocar el objeto. No sé de donde lo sacaste pero a los pocos días me trajiste una hoja curvada con su mango, “esta es una hoz” y abundaste en explicaciones de cómo y para qué se usa. Luego me mostraste el martillo que sobradamente conocía -y hasta le tenía miedo- porque justo en los días que me dibujaste la hoz me machuqué dos dedos de mi mano derecha (yo era zurdo para mis travesuras). Me hablabas de los campesinos y de los obreros y también del color rojo mientras yo miraba mis dedos golpeados azul-morado-amarillentos, de varios colores menos el rojo.

Esa fue mi primera lección sobre el comunismo. No sé si me dijiste entonces -o yo le agregué al recuerdo- que la letra entra a golpes.

Muchos años después leía uno de tus tantos trabajos literarios, especial y bello, dedicado a Antonito sobre las letras. Las hacías bailar, jugar, entreverarse, ordenarse, reírse y hasta crear confusiones. Esta vez con el golpeteo de tu vieja máquina de periodista, Remington, que te costó cambiar por el teclado de las “nuevas” que hacían girar velozmente una bola con todos los signos y letras. Ocasión para invertir la frase: los golpes hacen las letras. Por lo menos al leer esa perlita literaria, me imagino que así fue porque luego te oí protestar cuando la invasión de las computadoras era incontenible y las letras virtuales se convertían en travestis, capaces de cambiar de formas, tamaños y colores según el deseo o la conveniencia del manejador, pocas veces literato. “Estas características no me hubieran inspirado tal ODA a las letras”, me lo dijiste tiempo después, haciendo una analogía con ciertas tendencias humanas.

En una de mis habituales “regresiones” te veo de pié con las manos entintadas y muchos trocitos de pequeñas barras de plomo que con asombrosa velocidad distribuías en una caja grande que contenía casilleros. En cada uno se colocaban las plumbíferas barritas que portaban una letra. Creo que era el método de linotipo. Ahí vos sos el linotipista, oficio principal en la imprenta, pero además el armador, el impresor, el redactor y el distribuidor de un semanario estudiantil, aunque en esta última tarea te ayudamos Inti, Coco y yo. Tienes 15 años y estás con una camisa manga larga arremangada ¡en esos calores de Trinidad! Y el tema me traslada a otro momento muy posterior en una vetusta casa de La Paz a la que llego una mañana fría. Estás discutiendo con un hombre apacible, de baja estatura, sobre la existencia de Cristo a propósito de un artículo sobre la Revolución y los cristianos.

-¿interrumpo? -les digo yo

-No, pasa nomás. Te presento a mi hermano Chato -me señalas con una mano y con la mirada te diriges al hombre de baja estatura.

-¡Ah… tú eres el Chato! Yo te hacía petiso

-No soy alto -le respondo aunque le llevo unos cuantos centímetros y agrego- Yo ya te conozco hace mucho tiempo.

Para zanjar ¿o aportar? En la discusión le recito un poema de Oscar Alfaro, según las buenas lenguas: “Con la voz heroica de los hombres dignos/ te saludo hoy día, camarada Cristo/ No caigo a tus plantas obrero judío/porque te repugna todo servilismo/Ahora quiero hablarte plantado en mi sitio/ con el puño en alto camarada Cristo/Hoy se prostituyen todos tus principios/por las aves negras del clericalismo… …Carpintero inmenso alza tu martillo/ para hacer pedazos los templos antiguos/deja para siempre los cielos ficticios/ en que te ha encerrado la iglesia de cínicos/y arrastra a las masas en busca del símbolo/ glorioso y radiante de la hoz y el martillo”.

Corto unas estrofas de la poesía en virtud del espacio que se me pide, pero destaco el evento porque …Lucho (Luís Espinal) …está fascinado por la poesía y me pide se la copie “es dura, pero encierra mucho” me dice.

Avanzo en el tiempo al 2 de junio pasado. Desde el aeropuerto de El Alto un amigo nos traslada al Parlamento. Salón “Andrés Ibáñez” de la Cámara de Senadores. Tu cuerpo en un cajón y la bandera del E.L.N. sobre él. Las evocaciones de muchos eventos, las asociaciones con otros tantos se hacen remolinos en mi mente. Recuerdo a nuestro padre Rómulo Arano Peredo que lo velaron en el senado un 7 de septiembre de 1964. Yo entonces estudiaba en la exURSS y no presencié el hecho. No sé si fue en la misma sala, no sé si el lugar entonces llevaba el nombre de Andrés Ibáñez, diputado en 1876, quien planteó el primer proyecto socialista de América. Veo la foto en la que estás vos, Inti y Coco, entre otros alzando el féretro con el cuerpo de papá. Imposible alejar de mi vista el cuadro que describes en tu libro “Inti y Coco combatientes” cuando mataron a Inti un 9 de septiembre de 1969 y el cuerpo acribillado de Coco en un 26 de septiembre de1967. Quizás por eso decidiste dejarnos un día primaveral de invierno, en Junio, para no hacer más lacerante el septiembre. Creí estar “curtido” por las caídas de Inti y Coco pero tu decisión de irte me dejó ¿con tristeza? ¿desamparo? ¿vacío? . No sé, pero triplicaste mi compromiso, ya estaba duplicado.

Me complicaste la vida, por eso te cobro la deuda que tenés conmigo: el prólogo a las trovas que escribí, te gustaron, me gustaron tus aplausos, pero quedan bautizadas a medias. Me encontró muy a destiempo tu partida

¡Hasta siempre, hermano del alma!

Junio 2012

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