La democracia no es una sola. Sus procedimientos y contenidos están determinados por el objetivo estratégico que persiguen: para unos es la dominación del gobierno permanente (estado), así haya alternancia en el gobierno temporal (un presidente propiamente dicho), sobre el pueblo. Para otros, cuando lo que se busca es la emancipación, es la dominación del pueblo sobre el viejo bloque en el poder.
El 10 de octubre de 1982, tras dos años y casi tres meses de resistencia obrera, campesina y popular, Bolivia recuperaba las libertades democráticas que fueron canceladas por la dictadura sangrienta de Luis García Meza a partir del 17 de julio de 1980.
La recuperación de las libertades democráticas se producían, sin embargo, no solo como el resultado de la lucha anti-dictatorial de la mayor parte del pueblo a través de sus sindicatos, sino también como expresión del repliegue de los militares a sus cuarteles, según la estrategia política impulsada desde los Estados Unidos por el presidente Carter en la segunda parte de la década de los 70. Es decir, en Bolivia se materializaba la instauración de la democracia viable, aunque con interrupciones sangrientas en 1979 y 1980, en sustitución de las dictaduras militares de la seguridad nacional.
La democracia viable de Carter consistía en que los militares —instrumento político del bloque en el poder— dieran paso en el ejercicio del poder a partidos políticos que —como dijera el desaparecido líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz—, se presentaban como los instrumentos civiles para transitar del proyecto de subversión militar al proyecto de subversión civil sin cambiar la orientación de clase del estado. Pero esta estrategia estadounidense tropezaba con varios obstáculos que lo resolverían rápidamente por los errores estratégicos del frente político que había ganado las elecciones generales por tres años consecutivos, además de la complicidad de la socialdemocracia, y por la actitud funcional de la radicalidad sindical. Los obstáculos se traducían en que la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia tenía más gravitación en la política que los débiles partidos de derecha, aunque al mismo tiempo fue el instrumento de desestabilización de la reformista UDP, pero también por la presencia de una vigorosa COB que amenazaba con convertir la coyuntura democrática en un espacio de lucha por objetivos más radicales.
Bolivia recuperaba la democracia sobre la base del congreso de 1980, con lo que se dejaba al presidente Hernán Siles Suazo de la UDP con una representación minoritaria en el Congreso Nacional y en medio de una presión sindical que, sumada a un proceso hiperinflacionario, sin saber diferenciar al enemigo principal, dio paso a una crisis estatal —la tercera de nuestra historia— que obligó al adelanto de elecciones generales.
La debacle de la UDP no era un accidente ni mucho menos una casualidad. América Latina se estaba convirtiendo en el escenario de una nueva estrategia política estadounidense, mucho más dura y funcional a la revolución conservadora de Reagan y Thatcher. La democracia controlada de Reagan desplazaba a la democracia viable de Carter.
Pocos años después, la democracia controlada de Reagan —que consistía en no perder el poder permanente aún la izquierda asumiera el gobierno (gobierno temporal)—, se enriquecía con la gobernabilidad democrática de Bush, altamente atractiva para el mundo de la academia y en políticos que habían arriado sus banderas de izquierda. Puede decirse, sin vacilaciones, que el intento más serio de regular la democracia y de construir partidos políticos se dio a partir de la gobernabilidad democrática.
El común denominador de las tres estrategias concebidas por Estados Unidos para América Latina y desarrolladas claro está de acuerdo a las especificidades de cada país, es la alternancia dentro de un mismo proyecto. ¿Cuál? La incorporación de la economía de libre mercado, es decir el neoliberalismo como proyecto integral.
La democracia viable se tradujo en el gobierno de Víctor Paz Estenssoro; la democracia controlada de Reagan tuvo en Jaime Paz Zamora su principal expresión y la gobernabilidad democrática en Sánchez de Lozada y Banzer-Quiroga.
La democracia pactada es la forma particular en la que en Bolivia se tradujo las tres variantes estratégicas de dominación imperial. Los idearios políticos de los partidos que condujeron el país durante 20 años, sin que eso no signifique luchas enconadas entre ellos, se movía dentro de la economía de libre mercado y de la democracia como relación de dominación. La diferencia radicaba en la radicalidad o la progresividad con que se impulsaba en el país.
Por lo tanto, se podría decir sin equívocos que la recuperación de las libertades democráticas —en tanto resultado de la resistencia popular pero también táctica de repliegue de las dictaduras militares de la seguridad nacional impulsadas por EE.UU. desde la década de los 60—, abrieron una coyuntura democrática en la que la disputa por el poder terminó favorable a las fuerzas políticas del capital, llámense socialdemócratas o de un origen más de derecha. Es decir, la democracia no como procedimiento sino como campo de lucha terminó siendo ocupada por el proyecto de dominación capitalista.
Esta democracia como forma de dominación de las clases dominantes en Bolivia entró en crisis en el año 2000 —dando inicio a la cuarta crisis de estado en nuestra historia— y la insurgencia indígena-campesina-popular —portadora en parte de otros tipos de democracia— empezó a desplazar, del campo de batalla, a los partidos y dirigentes tradicionales. Todas estas jornadas de lucha, en las que existieron múltiples organismos de dirección y no solo uno, pero convergentes entorno al objetivo de derrotar al neoliberalismo, finalmente encontraron su objetivo táctico: obtener una victoria político-electoral en diciembre de 2005 con Evo Morales a la cabeza.
El proceso fue bastante rico, pues esas “otras” democracias, clandestinas y prisioneras en cierto modo de la democracia capitalista y colonial, se fueron abriendo paso poco a poco y encontraron en la democracia formal la puerta de salida a la crisis pero también de entrada a la construcción de una nueva estatalidad. Es decir, convirtieron la democracia capitalista, como instrumento hegemónico y de dominación —como diría Boenaventura de Sousa— en un instrumento contrahegemónico para apropiarse de la democracia, resignificarla y emprender el camino de su radical transformación en algo radicalmente nuevo.
Las “otras” democracias reconocidas por la Constitución Política del Estado, no niegan, todavía, la democracia representativa, pero al resignificarla y hacer presión sobre ella, están sentando las bases de una democracia para la emancipación.
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