por: Johnny campos Lora
La chapa de la cocina no cierra bien, el mecánico me dice que se quebró un resorte y que lamentablemente no cuenta con el repuesto, me sugiere que lo compre a la feria “16 de julio”. Llego a la calle 3 de la avenida “6 de marzo” y me embarco. El minibús está repleto de comerciantes y de personas que van a comprar o vender. Llego a una calle donde hay un mar de gente. La calle está etiquetada en tres idiomas: en castellano, aymara e inglés: abarrotes, Khatu y Groceries.
Un mapa para la feria más grande de Bolivia
Un comerciante ambulante con varios pliegues de papel en el brazo anuncia a viva voz: —¡llévese el mapa de toda la feria¡ conozca donde tiene que ir para comprar lo que necesita! Compro el mapa a 2, 50 Bs. Describe las zonas por productos, por ejemplo donde venden plantas, animales o muebles. En la feria no se limitan a vender cosas viejas o a medio uso, sino también cosas nuevas. Es la feria más grande de Bolivia y una de las más grandes de América Latina. Según una nota de El Diario, la Feria “16 de Julio” cuenta con alrededor de medio millón de comerciantes. Se instala los jueves y domingos y es habilitada desde las cinco de la mañana hasta aproximadamente las seis de la tarde. La misma nota, asevera que la Feria genera un movimiento económico de 2 millones de dólares por día, mientras que la Alcaldía de El Alto obtiene una recaudación de alrededor de 200.000 bolivianos por mes por cobro de “sentaje”. Es imposible recorrerla en un solo día. Al entrar a la zona de los “fierros”, encuentro mi resorte en medio de un surtido de todo tamaño, pregunto cuánto cuesta y me dice, con esa falta de concordancia entre sustantivo y número: “dos peso”, le pago dándole las gracias y me contesta a su vez —graashhias caserito.
Asado con cuchara
Sigo caminando en la incomodidad de las calles atestadas, choco y me chocan, empujo y me empujan, recordando a los amigos que me aconsejaron: —en la feria cuida tus bolsillos y tu celular. En las aglomeraciones es donde aprovechan los ladrones. De pronto me encuentro con varias carpas que anuncian diversos platos: asado, pollo, sopa de cordero; las vivanderas no dejan de ofrecerte e invitarte a que pases a su tienda: —comprame caserito —te dicen con voz melosa e insinuante—, —hay trucha, pejerrey, sábalo, asado de cordero, sajta, pollo dorado, bistec, albóndiga, fricasé, thimpu con sopa…, aún es media mañana y toda esa exhibición de olores y colores de las comidas me provocan apetito, acepto la invitación y pido un asado de cordero: Tras ser limpiada la mesa, me traen el plato sin cuchillo ni tenedor, solamente cuchara, pido a la señora que me los traigan, ella me contesta con reticencia: —ashí shempre es casero, no hay tinidores aquí…
100 mil temas musicales y audiolibros
Continúo paseando y frente a mí está una tienda que anuncia: 100 mil temas musicales y audiolibros. Para musicómanos como yo este hallazgo es impresionante, los vendedores tienen preparado las listas musicales por catálogos: rock, heavy metal, nacionales, reggaeton, música clásica, música disco, jazz, etc., etc. En mi discografía casera está ausente el grupo Vivencia, grupo argentino de la década de los 70 que grabaron 4 o 5 álbumes que nunca los pude conseguir, en esta ocasión, encuentro al grupo en medio de música alternativa, reviso los títulos y están temas que hacían tocar mis hermanos en sus casetes, temas que escuchaba en mi niñez. “Los niños y los juguetes”, etc. Pido el álbum de Vivencia y me dicen que espere 5 minutos, para quemar de su disco duro al cd. El cd, me entregan en un sobre etiquetado con el título del grupo, los temas y nylon de protección, el costo: cinco bolivianos.
Brevetes para chofer “Categoría A”
Por la zona de los rieles, están los vendedores que exponen chucherías: ollas, anafes, secadores de pelo, adornos, marcos para fotografías, etc., de pronto encuentro un puesto donde están vendiendo carnets de identidad y carnets de conducción! Un individuo pregunta: —¿tienes para manejar camión? —si —contesta el otro—, —buscate nomás, —otro se acerca y dice: —quiero para chofer “categoría A”, —tengo —afirma el otro—, y la persona busca repasando los brevetes, encuentra uno y le pregunta a su amigo mostrándole la fotografía del carnet, —Oy —dice—, —¿se parece a mi? —si —dice el amigo— y paga los diez bolivianos que le pide el vendedor de identificaciones Esta escena que parece surrealista, no lo es, sucede en plena feria 16 de julio.
“El Estructuralismo” en 7 bolivianos
En otro puesto, donde venden libros usados, encuentro un ejemplar de “El Estructuralismo” del suizo Jean Piaget (libro que solo lo tenía en fotocopia pues es una edición agotada), pregunto por el precio. Al vendedor no le importa el título o el autor, solo toma en cuenta su grosor y sobre este criterio calcula el precio, —7 bolivianos— me dice.
Vendo fotografías familiares
Más adelante encuentro otro puesto, esta vez, es una niña de unos diez o doce años que ofrece a la venta fotografías de personas comunes, en grupo, familiares, escenas cotidianas, fiestas, aniversarios, bodas, etc., me pregunto quién puede comprar fotos ajenas, pues hay gente que sí los compra, ¿para qué?, la repuesta queda flotando en el aire.
Charqueadores de autos
La zona de repuesto de autos o autopartes está atestada de choferes, están a la venta todo lo que necesitas. Motores, volantes, incluso puertas para minibuses. Muchos creen que son los charqueadores de autos que venden su botín en la feria. Un chofer le pregunta al vendedor si tiene puerta de minibús “Combi modelo 2007”, el vendedor le contesta, creo que sí, tendrías que venir a mi depósito —dice— ahí te puedes escoger…
Abrigos de General ruso
En la calle de ropa usada, me encuentro con una tienda especializada en uniformes militares de países extranjeros. Hay mochilas y morrales del ejército suizo, camisas militares en variedad de colores: verde pacay, verde agua, camuflados, etc. Al extremo derecho de la tienda están colgados abrigos. Pregunto por uno gris con cuello cruzado y me dice que cuesta 150 Bs., —llevate casero, le pregunto por otro abrigo azul que aún lleva los grados militares, —350 Bs., me responde yo le pregunto por qué cuesta más que el abrigo gris y el vendedor me dice casi susurrando —porque es un abrigo de General de la Unión Soviética.
Perros vacunados contra el pedigrí
Por la zona de la venta de animales hay de todo: tiendas de alimentos para perros, gatos y peces; jaulas donde están a la venta aves (palomas, pichones, papagayos), perros y gatos de diversas razas. En una esquina un hombre ofrece un pastor alemán de pura raza, a 300 dólares. Es mucho, le respondo, y él dice más bien lo estoy dando barato. Le pregunto si el perro tiene pedigrí, y me contesta con tono de reproche: no tiene ninguna enfermedad, está vacunado contra todo.
Peruanos a la vista
En otra calle, un artista peruano interpreta música de su país, su esposa baila y al final de la presentación, la hija de ocho o nueve años recoge con su sombrero las monedas que le da el público presente. En la misma calle un comerciante ambulante vende anilina para teñir jins; viste ropa que en la espalda de la casaca dice “Bolivia”, con los colores rojo, amarillo y verde. Aún con su indumentaria el comerciante que quiere aparentar ser boliviano, al tropezar con otro persona se le sale la expresión: ya pe ooooye.
Rellenos de plastilina.
Por la calle de la venta de celulares, hay un alboroto, un joven, rodeado de los hombres de negro, está acusando a otro porque le vendió un celular relleno de plastilina. La maniobra se resume en lo siguiente: te ofrecen un celular, te lo prestan para que lo veas y compruebes su funcionamiento. Cuando devuelves el celular, el vendedor te dice, entre regateo, que finalmente tú pongas el precio, al convenirlo, el vendedor timador, hace el cambiazo con otro celular que tiene la misma carcasa del anterior pero éste está relleno de plastilina. Te aclara que está apagado para que pongas tu chip. Hasta que percibas que te hicieron el cuento del tío, el estafador ya tomó las de Villadiego.
Un maremágnum de gente
Más allá de la infinidad de mercancía que se ofrece en la feria, está la gente que asiste a esta especie de “torre de babel” andina. Entre los turistas nacionales que vienen a comprar de todo, orientales, cochabambinos y tarijeños comprando artefactos electrónicos y otras mercancías al mayoreo, también los hay comerciantes: orureños vendiendo su charquecán y api, sureños vendiendo vinos pateros y potosinos ofreciendo artesanías de cerámica. Hay turistas europeos que se desplazan en mallas, chinelas y gafas oscuras. Asiáticos tomando fotos con sus ultramodernas cámaras digitales, franceses vestidos con poncho y chulos de lana de llama.
Comunicación popular
En esta feria, la comunicación es análoga a su dimensión. Los anuncios de las tiendas y los productos, están escritos a mano o a computadora donde la ortografía es lo menos que importa: un “restaurante” anuncia “se sirbe fricasé de chancho y pollo”, otro puesto se llama “El buen Sason”, otro anuncia: “se bajan juegos, musica, videos, imagenes, tonos, themas”; otro avisa que “se copian llabis”. Por otra parte están los audiomedios, bocinas que anuncian con la voz del comerciante, algunos ya tienen grabado lo que quieren anunciar y se limitan a reproducirlo. También están “las hermanas” que con bocinas estridentes anuncian la llegada de Dios y el castigo a los pecadores que arderán para siempre en el infierno. Los vendedores de música tienen aparatos portátiles de sonido que emiten música a máximo volumen. Otros ofrecen sus productos a viva voz. Los que venden dvds tienen en sus puestos televisores difundiendo las últimas películas de estreno. Pero los reyes de la comunicación popular son los llamados pajpakus, comerciantes que venden todo tipo de productos: grasas de mula que te curan la artritis, aceite de palmeras que son la panacea contra el cáncer, sangre de grado para la leucemia, antenas de televisión “que pueden captar hasta canales extranjeros como National Geographic o Discovery Channel”. El común denominador de estos comerciantes es el poder de convencer de la calidad de sus productos. Sin haber estudiado oratoria o marketing, emplean técnicas empíricas que les dio la necesidad de sobrevivir: captar la atención del público, demostraciones del antes y después, etc. En la avenida recién cementada un músico ciego y sentado, interpreta con su acordeón un alegre taquirari.
De regreso
De vuelta a casa, me voy con varias cosas incluyendo mi resorte: un gato moribundo de 5 Bs., diez cds de música con la producción completa de Vivencia, “El Estructuralismo” de Jean Piaget, una navaja victorinox del ejército suizo y un dolor de pies que no impide mis planes de volver el próximo domingo para seguir husmeando las tremendas calles de la “16”.
* Comunicador social. Docente de la Universidad Pública de El Alto.
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