En la misma semana en la cual el país conocía un film escondido durante casi un siglo sobre el ajusticiamiento de Alfredo Jáuregui, el supuesto asesino de José Manuel Pando, me tocó recorrer el camino que llevó al líder liberal de su hacienda en Catavi, Luribay, hasta el Kenko, en El Alto paceño.
El primer asombro, imposible de domar pese a los años que encanecen nuestra cabeza, es el paisaje que rompe en dos el páramo para abrirse en los valles interandinos del departamento más diverso del país.
Desde los 4.500 metros sobre el nivel del mar, el cuerpo debe acostumbrarse a bajar en sucesivas capas hasta los 2.800 metros, a la actual velocidad de los vehículos modernos. Ida y vuelta; la cabeza anuncia un estallido; hay que seguir.
En cada ruta del occidente boliviano se levantan apachetas en las encrucijadas más cercanas al cielo, tanto que uno divisa abajo y rodeado de nubes al centinela Illimani, visto desde el otro lado citadino. La Cordillera Real, la serie de montañas nevadas de Quimsa Cruz, se asoma al fondo; da vértigo. En algunos trechos donde no cabe más que un carro, la tierra es arcillosa y con pocas gotas de lluvia es una pista resbalosa, al borde del profundo abismo.
Aunque la Administración Boliviana de Carreteras difunde propagandas sobre los avances en los caminos que comunican a las poblaciones, los viajes regulares nos revelan retrasos inexplicables. Sobre todo en el departamento de La Paz que durante más de un siglo entregó entre el 50 y el 70 por ciento de los ingresos nacionales para ser repartidos entre todos.
Cada vez me convenzo más que el discurso sobre el centralismo paceño se basa en muchas imposturas y medias verdades. Ahora, en la segunda década del Siglo XXI, ir a las minas como Colquiri, Viloco, Caracoles es repetir carreteras tan accidentadas y polvorientas como cuando las abrían los grandes propietarios, sobre todo Simón Patiño.
La rica provincia Loayza, donde se producen gran parte de la papa (de Araca) las frutas de temporada de lluvias (duraznos, uvas, damascos) o las famosas chirimoyas de Lloja, se comunica dificultosamente con los mercados nacionales. En la publicidad de la ABC, La Paz sólo se beneficia con la ampliación de la carretera a Oruro, la más importante económicamente del país y que sigue con dos carriles.
La hacienda de Pando queda a orillas del río Luribay, en el valle florido que tantas canciones inspiró a nuestros antepasados, incluyendo el famoso estribillo: “Luribay durazno, viditay” que coreaban los chicos del club juvenil Splendid. Actualmente está “tomada” por la comunidad, la que no impide que sea saqueada pedazo a pedazo y carcomida por la maleza, aunque algunos pueblerinos sueñan con aprovecharla para fortalecer el turismo local.
Desde la finca, amplia y de estilo europeo, en la vera conocida como “Catavi” partió el ex presidente con su cargamento en el lomo de su caballo. Transitar por toda esa subida nos permite imaginar el esfuerzo del héroe de la guerra federal. Mariano Baptista Gumucio publicó un extraordinario estudio sobre ese recorrido, el fatal momento en la pascana de los Jáuregui y el absurdo y politizado juicio posterior.
El bolo negro, como se conoce, tocó al hermano menor, quien solo tenía 17 años cuando sucedió la tragedia. El film es una nueva fuente para la historia, mientras tres generaciones pasaron sin que la ruta del Luribay al Kenko sea segura.
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