mayo 30, 2023

Otra vuelta de tuerca

Es procedimiento conocido que el dueño de la pelota deba ser el capitán del equipo. Poco importa entonces, que sea el peor jugador de la cancha, que no tenga capacidad de liderazgo, que le caiga gordo a todo el mundo o que cometa faltas a diestra y siniestra. Es el dueño de la pelota y sin pelota no se puede jugar. Todo le está permitido y nunca saldrá del juego. Algo así sucede en el juego de la democracia. “La” democracia es la democracia estadounidense. Nos han inoculado irremediablemente la idea de que es la mejor, la más antigua, la más grande, la más perfecta. La más todo, pues. En la democracia estadounidense, sin embargo, hay dos dueños de la pelota: el Partido Demócrata y el Partido Republicano. Así que poco importa quién lleve el cintillo porque, como se dice comúnmente, “son el mismo perro con otro collar”.

En el resto del mundo, tirios y troyanos se preocupan por el candidato de su preferencia, que no de su elección, ya que no somos ciudadanos del imperio para disfrutar de tal honor. Lo cierto es que no puede ser de otra manera, pues al ser el imperio que son, deciden, a nuestro pesar, sobre la vida de todos, de una u otra manera. Lo risible surge al comprobar la emotividad de los observadores de palco, de los invitados de piedra, de los mirones del espectáculo. Porque, claro, en los hechos es un espectáculo y como tal, debe continuar y producir beneficios. Y vaya si los produce. La fauna global de opinantes y expertos al uso de los grandes medios de comunicación, provocan en sus audiencias esa emotividad a favor o en contra del águila bifronte demócrata-republicana. En los hechos, poco importa quién gane y por qué y cómo, siempre que se implante una vez más y más profundamente, la idea de que es la mejor democracia, la más antigua, la más grande, la más perfecta. Un mantenimiento de marca que hace posible todo lo demás: la guerra, la intervención en todos los rincones del planeta, la destrucción del medio ambiente, el sostenimiento de un sistema moral y materialmente injusto y suicida, etc. Pero son los dueños de la pelota y hay que aplaudir sus torpes piruetas, gane quien gane.

A esa gran humanidad enajenada en dicho espectáculo, habría que recordarle que tanto demócratas como republicanos llevan en la frente el estigma de la guerra en todos los continentes, que uno y otro brindaron y brindan todavía soporte a regímenes despóticos en decenas de naciones, que ambos sostienen la prerrogativa de seguir depredando el planeta y manteniendo una indiferencia universal hacia, precisamente, la gran humanidad que reclama otro mundo posible.

Sería una falacia decir que en los Estados Unidos no hay democracia, pero se trata de una raptada por el gran capital. Sería una mentira decir que los Estados Unidos no creen en la democracia, pero solamente en una a su medida y a favor de los intereses que la dominan. Y tal pensamiento único, paradoja de paradojas, es el más antidemocrático que se pueda concebir. El poder imperial del gobierno de los Estados Unidos, cuenta también entre sus víctimas al pueblo de los Estados Unidos. De ahí que, valga la aclaración, haya que ser antiimperialista y no antiestadounidense, así como se pudo ser anti nazista y no anti alemán.

El martes pasado, simplemente hemos asistido a la reproducción del poder imperial, a otra vuelta de tuerca, sin un átomo de cambio o de humanidad. No hay motivos para la tranquilidad ni la esperanza. Se elegía entre Calígula y Nerón. Alea jacta est.

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