septiembre 25, 2023

Mestizaje

por: Juan Pablo Neri

¿Qué es el mestizaje? Últimamente el mestizaje es una palabra que se pretende antisistémica, contestataria, frente al proyecto pluralista de transformación del Estado. Esta palabra que nadie parece haber terminado de entender, sobre la cual pesa una indefinición irremediable, trata de ser apropiada por distintas voces, para funcionalizarla, para politizarla. Y, sin embargo, no existe una respuesta final a nuestra problemática inicial, sino varias lecturas que tratan de otorgarle un sentido político que desvía el debate, e inevitablemente continúa reproduciendo los clivajes sociales, sin aportar en nada.

Por lo tanto, partimos de la siguiente premisa, o enunciación tentativa: el mestizaje es la negación de la cultura a partir del fenotipo. Y, continuamos con una afirmación soberbia pero cuya principal finalidad es convidar al debate y a la discusión. El que consienta con esta premisa, o es muy perspicaz y por ende crítico; o es un racista (consciente o inconsciente) y, por ende, perspicaz peligroso, o ignorante aletargado.

Tanto el mestizaje como bandera política de sectores conservadores; como la aceptación del mismo como condición natural para relativizarlo, son dos lecturas que obedecen a un mismo orden discursivo. Ambas posturas, aparentemente contrapuestas, nos remiten inevitablemente a los viejos debates de las ciencias naturales y sociales de los siglos XIX y XX, en que el elemento determinante para justificar la relación desigual entre pueblos y civilizaciones era el fenotipo.

Por lo tanto, si partimos de la premisa inicial, haciendo caso al avance de las discusiones de las ciencias sociales, y al aporte valioso de la crítica, debemos necesariamente llegar a la afirmación que cultura y fenotipo no guardan absoluta relación. Por lo tanto, todos los argumentos, conservadores o críticos, para justificar o funcionalizar la idea del mestizaje quedan en ridículo, y no hacen más que aletargar el debate serio.

Mestizaje y sexualidad, raza y modernidad.

Ahora bien, ¿Qué significa el vocablo mestizaje? Mestizaje significa, según la Real Academia Española, es: Cruzamiento de razas diferentes. 2. m. Conjunto de individuos que resultan de este cruzamiento. 3. m. Mezcla de culturas distintas, que da origen a una nueva. En esta definición, que por más que se intente relativizarla o resignificarla, contiene el sentido primicial y vigente del mestizaje, se halla confirmada nuestra premisa, nuestro punto de partida. Y de la misma salen una serie de cuestionantes que es necesario plantear para observar la extravagancia del vocablo.

¿Existen razas humanas? Aunque esta pregunta ya fue respondida hace años, la problemática parece continuar ¿Las razas humanas se cruzan? Y ¿Qué resulta de este cruzamiento? ¿Una humanidad nueva? ¿Renovada o degenerada? Por otra parte, respecto a la tercera definición del mestizaje ¿Existe mezcla de culturas? Si sí, ¿En qué condiciones tiene lugar esta mezcla? ¿Puede reducirse la relación entre culturas a la tan falaz e idílica idea de la mezcla? ¿Dónde quedan las relaciones de poder, la resistencia, el conflicto, la guerra, el control cultural? ¿Qué resulta de esa mezcla? ¿Una cultura sintética, que resulta de una relación antitética dialéctica? Entonces ¿estaríamos afirmando la existencia de un único movimiento histórico-civilizatorio de la humanidad, que además sería unidireccional? Finalmente, ¿Se habrán planteado estas preguntas todos los pensadores del mestizaje? O es que todos continúan reflexionando a partir del mismo metalenguaje moderno que los encasilla en observar el movimiento de la historia moderna sin relativizarlo a su vez. Verdaderamente complicado.

Ya sea que se reflexione en términos de raza, o en términos de cultura, todos los argumentos que giran en torno al significado del mestizaje tiene que ver con la figura racial (fenotipo), que luego es extrapolada al tema cultural, como si estos ámbitos tuvieran alguna relación. Por lo tanto, tanto para los defensores del mestizaje, como los que lo relativizan sin negarlo, no existe construcción dinámica y colectiva de la cultura que no esté condicionada, digámoslo de frente, por el coito. El razonamiento es tan precario que el devenir de una cultura es reducido al dato biológico, a la sexualidad.

Por lo tanto, pareciera que la cultura se reproduce y transforma, se mezcla, al igual que un ser vivo, pero no como los insectos, o les peces, sino y afortunadamente a través del coito. En consecuencia, la encuentro entre el “gen débil” y el “gen dominante” conllevaría al triunfo y sobreposición de la “cultura avanzada” sobre la “cultura arcaica”. Pareciera que, incluso, tienden a negar relaciones endogámicas, y la sexualidad fuera tan liberada que trascendería las determinaciones culturales. El punto de estas afirmaciones provocativas es aceptar la falacia y ridiculez extrema de la defensa del mestizaje como forma de negación de la cultura, a partir del fenotipo.

Pero todo lo apuntado no tiene ningún sentido, sencillamente porque cultura y fenotipo no tienen absolutamente nada que ver. El argumento del mestizaje intenta, actualmente reproducir como algo actual y vigente todo el discurso racista de los siglos pasados. Y, sin embargo, no parece más que para negar la existencia fáctica y funcional de culturas y civilizaciones en plural, frente a la primacía e inevitabilidad de la civilización moderno-occidental, como si la pervivencia de una cultura estuviera supeditada a la mezcla o al cruzamiento.

En este sentido, actualmente en Bolivia, entendemos al argumento del mestizaje como la voluntad de consuelo, o el último recurso de la colonialidad, frente a la innegable densidad histórica y la emergencia de la potencia de las culturas de los pueblos indígenas. A través del argumento discriminador y racista del mestizaje, se intenta atribuirle un racismo infundado a las culturas emergentes. Es decir, la crítica de la razón colonial intenta, hábilmente, darle la vuelta a su racionalidad histórica: la discriminación ahora es su enemigo y ya no su herramienta, aunque en el fondo siga funcionando al revés. Este doble juego de la crítica colonial no tiene, en realidad ningún fundamento, y esto lo veremos más adelante.

Reivindicar el mestizaje, en el fondo, comprende de manera encubierta, seguir reivindicando al “blanco superior”, que ya ni es blanco (porque se ha “cruzado”), pero no deja de ser moderno y por ende superior. Entonces, en realidad el discurso del mestizaje mantiene el discurso colonial, que el cruce o mezcla del “blanco moderno” habría vuelto a todos los pueblos e individuos en “blancos modernos”, en mayor o menor medida. El punto de fondo, es que blanco no es antítesis de indígena, sencillamente porque el primero tiene que ver con el fenotipo —aunque la modernidad se funda en su blanquitud—, y el segundo es una categoría cultural impuesta colonialmente, y posteriormente apropiada y politizada. Pero el segundo no se funda en su fenotipo, no precisa justificar su superioridad, no es primicialmente racista.

Por lo tanto, hablar de mestizaje carece de sentido, en primera instancia porque fenotipo y cultura no guardan ningún tipo de relación, más que vínculos construidos interesadamente. En segundo lugar, porque es un intento descarado e insistente racializar la cultura, para posteriormente negarla o relativizarla. La relación entre culturas, entre propuestas civilizatorias, no puede reducirse al cruce o la mezcla, en todo caso hablamos de sincretismos, de simbiosis, que se fundan a su vez en procesos violentos de extirpación, de aculturación forzada, e incluso hablamos de etnocidios. Si optamos por estas relaciones más reales que la del mestizaje, la defensa del mismo se devela indefectiblemente como infundada y miserable, porque los pueblos resisten, desarrollan mecanismos de control, filtros culturales. La cultura es viva, y los pueblos no dejan de hacer cultura, más allá de la hegemonía de una propuesta, o de la sexualidad.

Mestizaje y movimiento civilizatorio.

Si ingresamos más a fondo a observar los argumentos en torno a los cuales se hilvana el debate sobre el mestizaje, nos hallamos con relaciones atribuidas, que encubren la verdadera miseria de este postulado. [Mestizaje y cultura] consiste en relativizar la cultura, pero lleva por detrás la superiorización de otra, en este caso de la modernidad. [Mestizaje y clase social], los defensores del mestizaje tienden a relacionarlo con la movilidad social, como si se tratara de un relación bondadosa; pero no existe nada más falaz que esto. [Mestizaje y raza] este es el argumento y razonamiento esencial del mestizaje, aunque ahora es sutilmente encubierto.

El mestizaje, por lo tanto, supone una relación de poder: una [raza-cultura] dominante impone sobre otra [raza-cultura], la supera la descarta, y posibilita el movimiento “ideal” e “irreversible” de la modernidad. Por lo tanto, mestizaje encierra y promueve la pervivencia de la colonialidad senil. Aunque para ciertos pensadores, el mestizaje puede ser un recurso para clamar descolonización, en realidad nunca logra descolonizar. El mestizaje es colonial y por ende inferioriza, a la vez que pretende homogeneizar —que al final es lo mismo—. Ni chix’i, ni cholaje, ni esperanto, ni popurrí. Estos son los errores de pretender funcionalizar el mestizaje, en vez de anularlo por su contenido indefectiblemente colonial y racista.

Ya que lo mencionamos, detengámonos un segundo en el cholaje, atribuido o igualado al mestizaje. En efecto, históricamente, este término sintetizaba el temor al mestizaje, ya que en un principio el mestizaje era un término por demás peyorativo, racista como hasta el presente, pero temido y criticado. Basta con observar el trabajo de pensadores como Arguedas o René Moreno para dar cuenta del pensamiento colonial racista, que se mantuvo vigente durante buena parte del siglo XX, y que ahora se encubre y se matiza. El cholaje no es mestizaje, aunque ambos conceptos se fundan en el mismo pensamiento racista y colonial. Si es que nos decidimos a escudriñar el concepto, el cholaje es la no-realización del mestizaje, en el sentido que lo hemos venido describiendo hasta acá. En suma, este concepto retrata la sobredeterminación de lo arcaico, en el proceso construido del mestizaje.

Sin embargo, en el mismo ejercicio de pretender relativizar o funcionalizar al mestizaje, sin superarlo o deconstruirlo, se funcionaliza al cholaje como discurso político. Estamos, por lo tanto frente a dos tipos de mestizaje: el mestizaje blanco que es moderno, superior y trascendente; el mestizaje cholo, que es mestizaje de mala calidad, en el que lo arcaico es sobredeterminante. El problema con lo cholo y lo mestizo es que son categorías esencialmente erradas, y las dos pretenden reflejar de forma simplista, y a través de un intrínseco fundamento racial, la relación entre culturas y civilizaciones. A veces la voluntad política se pretende tan exquisita que resulta más contraproducente. La subversión no es conciliación; la paz es la prosecución de la guerra, la victoria de unos y la subordinación de otros.

En contraposición al mestizaje proponemos la pluralidad y la interculturalidad, que por más que se pretenda vincularlas al mestizaje, no guardan ninguna relación. La pluralidad supone el reconocimiento de una realidad compleja fáctica, dinámica y conflictiva; a partir de la misma debe comprenderse la interculturalidad, como la relación en igualdad entre las culturas, pero no en igualdad pacífica, sino permanentemente conflictiva. Ambos conceptos nos permiten pensar en diferentes formas de relación entre culturas diferentes, vivas y dinámicas, pero que de ninguna manera conllevan a la mezcla, al cruce o la yuxtaposición.

Puede aceptarse la difusión, la aculturación, la asimilación con adaptación (por ejemplo, el sincretismo nunca fue el triunfo de la extirpación, ni mucho menos la combinación, sino el control cultural, la resistencia materializada). El mestizaje comprende una relación de poder, no de conciliación ni mucho de armonización. De hecho, la mezcla, la yuxtaposición implican el encuentro entre unidades finitas, en realidad la plena realización de las culturas, o la finitud imperfectible de las propuestas civilizatorias es una falacia. Empero, la certeza de esta falacia no implica la inexistencia de relaciones de poder, el conflicto y la construcción impositiva de las hegemonías.

Nuevamente nos hallamos con que el mestizaje es el desplazamiento matizado, hacia la modernidad con la persistencia de ciertos referentes de lo arcaico. Este concepto se funda en el argumento de la trascendencia de la modernidad. El cholaje implica el mismo movimiento hacia lo moderno, pero con una sobredeterminación de lo arcaico, por ende es un mestizaje fallido. Pero debe llamar la atención que en todas las argumentaciones no existe un movimiento “mestizante” hacia lo indígena. Este horizonte no tiene nombre, sino que es siempre nombrado o significado en función a la preeminencia de la modernidad: premoderno, antimoderno, contramoderno. Esta indefinición tiene que ver con que, epistemológicamente, resulta inconcebible pensar en un movimiento que vaya en otra dirección que el de la modernidad, en todo caso o se adhiere al mismo, o va en contra del mismo, sin posibilidades de equivocarlo.

De esta suerte, el mestizaje como relación de poder e imposición matizada, depende de la capacidad de difusión e imposición cultural de una propuesta civilizatoria sobre otras. Pero esta capacidad también es determinada por la voluntad de una propuesta de difundirse, que innegablemente es una condición intrínseca a toda construcción cultural, pero no en todos los casos se desarrolla un ego conquiro como sucede con la modernidad. Pero esta última aseveración no tiene que ver con la inferioridad o inmadurez de las culturas. Si le atribuyéramos un ego conquiro pernoctado a todas las culturas, estaríamos intrínsecamente excusando a la modernidad capitalista de su movimiento hegemonista.

Entonces, nos hallamos con que la falacia del mestizaje matiza, encubre y pretende excusar al movimiento de la razón moderna, disimulando su vocación universalizante. No se trata de ninguna manera de una “igualación”, sino que mantiene furtiva la voluntad homogeneizadora de la modernidad.

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