por: Raúl Reyes y Javier Larraín
Quizás una de las facetas más desconocidas del argentino–cubano Ernesto Che Guevara sea la de su temprana afición por la fotografía, hobby predilecto después del ajedrez.
Cuando en el invierno de 1956 los arquitectos Luis y Alberto Iturralde hicieron entrega de las obras del suntuoso Hotel Copacabana a Raúl Patiño y su socio Carlos Chacón, jamás se les pasó por la mente que en un futuro no lejano una de sus habitaciones sería ocupada por el rey del fútbol, Edson Arantes do Nascimento ‘Pelé’. Menos aún, que, en una de sus suites principales, un viejo turista uruguayo de apellido Mena, frente a una puerta, se autorretrataría por última vez.
Los “autorretratos” del Che
Quizás una de las facetas más desconocidas del argentino–cubano Ernesto Che Guevara sea la de su temprana afición por la fotografía, hobby predilecto después del ajedrez.
Aunque resulta común ver sus fotografías y retratos, si reparamos con cuidado en los detalles de esas instantáneas, no será extraño ver que junto a su uniforme verde olivo, unas veces estará armado con su fusil y, otras tantas, con una cámara fotográfica atada al cuello o siendo manipulada entre sus manos.
Su interés por la fotografía lo heredará de su padre, Ernesto Guevara Lynch, quien filmará y dejará estampada en imágenes cada instante de la infancia de sus cinco hijos, de los cuales Ernesto es el mayor. De este modo, siendo ya un adolescente y con seria y encorbatada mirada, el joven Ernesto posará para su primer “autorretrato”, expresión visual que causará su atención durante toda la vida.
En su vagabundear por nuestro continente irá encontrándose con experiencias políticas que le cambiarán su manera de ver el mundo. Tal vez la más importante sea su tránsito por Guatemala, donde presenciará el auge y caída del gobierno nacionalista de Jacobo Arbenz, boicoteado por la CIA en respuesta a su radical reforma agraria que afectaba los intereses de la United Fruit Company ‘la frutera’.
Desterrado de aquel país encuentra exilio en México, donde junto a un amigo guatemalteco, Julio Cáceres ‘el Patojo’, sobrevivirá del negocio de la fotografía, adaptando un pequeño cuarto de su departamento como laboratorio para el revelado. Será este el mismo lugar donde por las tardes, según cuenta Hilda Gadea –la primera esposa del Che–, el joven Fidel les cocinaría deliciosos espaguetis con salsa de tomates mientras les cuenta los pormenores del asalto al Cuartel Moncada y la planificación en curso para una nueva expedición.
El ejercicio de este oficio en el país azteca dejará para la posteridad numerosas reproducciones de las ruinas mayas, edificios capitalinos, prácticas festivas, así como retratos de gentes comunes y corrientes. Fotografiará a novios en la Plaza Mayor, cumpliendo con algunos otros trabajos a pedido. Pero, su talento será reconocido por la Agencia Latina de Noticias, creada por Juan Domingo Perón, encargándole sus servicios para cubrir la cuarta edición de los Juegos Panamericanos. De esta experiencia nos llegan las fotos tomadas por el Che a esgrimistas, gimnastas y numerosas atletas, las cuales nunca le fueron canceladas pues en los mismos días va a ser derrocado el Gral. Perón y la agencia infelizmente clausurada.
Su apreciado hobby será retomado en la Sierra Maestra y la lucha en Cuba. Para sorpresa de algunos rebeldes, su columna guerrillera ‘Ciro Redondo’ se engrosará con los aportes del fotógrafo Perfecto Romero, testigo clave de la magnifica epopeya del Che y sus hombres cuando la toma de Las Villas, estocada final al régimen tiránico de Batista, el 31 de diciembre de 1958.
Al correr del tiempo, en sus años de dirigente de la Revolución, tanto en giras diplomáticas internacionales como en su labor al interior de la Isla en calidad de Ministro de Industrias, se paseará una y otra vez con su cámara entre las manos. Inmortalizará a Fidel en la Plaza de la Revolución y retratará centros industriales, maquinarias y piezas de repuestos de cada unidad productiva isleña. También, gozará de “autorretratarse” en penumbras, con el torso desnudo, boina, pelo largo y tabaco, cual mítica imagen del Che.
Actualmente, parte de esa obra, compuesta por 232 láminas en blanco y negro –otras tantas en color–, pueden ser apreciadas en la exposición itinerante: ‘Che fotógrafo’, a cargo de la Fundación Ernesto Che Guevara de Cuba.
Ernesto y ‘Calica’ en La Paz
A comienzos de julio de 1953, junto a Carlos ‘Calica’ Ferrer, el recién graduado médico argentino Ernesto Guevara de la Serna, decidía salir por tercera vez de la Argentina para viajar por nuestra mayúscula América. Esa vez no habría retorno. La nueva travesía lo llevaría a recorrer Bolivia, Ecuador, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala y, finalmente, México. En este último país conocería al joven rebelde cubano Fidel Castro, sumándose a su lucha por el derrocamiento de Batista y la emancipación definitiva del pueblo de Cuba. La historia de su experiencia guerrillera en la Isla y su trabajo como dirigente de la Revolución Cubana son ya bastante conocidas.
Pero, como hemos visto, su primer destino del tercer viaje fue Bolivia, a donde junto a ‘Calica’ llegó a través del paso fronterizo de Villazón el 10 de julio. Al día siguiente arribará por vez primera a La Paz.
La cautivante escena política nacional hace que dilate su estadía en “la Shangai de América” —como define a esta capital—, y su plan original de siete días se extienda a poco más de treinta.
Se hospeda en el Hotel La Paz y, como invitado del exiliado argentino ‘Gobo Nogues’, concurre en unas cuantas ocasiones al Cabaret Gallo de Oro, donde por primera vez –según comenta años después su amigo de ruta– ve a dos hombres inhalar cocaína.
Sin embargo, lo que mayor impresión le causa son los combates callejeros y la decisión combativa de los marchantes campesinos y mineros. Se dedica a seguir al dedillo la contingencia política boliviana, plasmando su percepción de la misma en una carta que le enviara el 3 de septiembre a su amiga Tita Infanta. Allí apunta: “El MNR es un conglomerado en el que se notan tres tendencias más o menos netas: la derecha, que está representada por Siles Suazo, el vicepresidente y héroe de la revolución; el centro por Paz Estenssoro, más resbaladizo aunque probablemente tan derechista como el primero; y la izquierda por Lechín, que es la cabeza visible de un movimiento de reivindicación serio, pero que personalmente es un advenedizo, mujeriego y parrandero. Probablemente el poder quede en definitiva en manos del grupo Lechín que cuenta con la poderosa ayuda de los mineros atinados, pero la resistencia de sus colegas de gobierno puede ser seria, sobre todo ahora que el ejército se reorganizará.”
Tras visitar la mina Bolsa Negra, durante dos semanas hará gestiones para emplearse como médico en la misma, fallando en su propósito. Así, los siguientes días los pasará visitando Tiahuanaco, los yungas y navegando el lago Titicaca, donde recorrerá las ruinas incaicas de la Isla del Sol.
El 16 de agosto, apostado en Guaqui, continuaba su travesía rumbo a Perú, pero esa es historia para otra crónica.
La “suite 304”
Trece años después de su primer viaje a La Paz, el Che regresa a tierras bolivianas. Claro, su segunda visita se realizaría en circunstancias muy distintas y, en esa ocasión, no habría viajes a Tiahuanaco, discusiones políticas en céntricos cafés ni ida a los yungas. En tránsito a la zona de Ñancahuazú, sólo dos días pasará clandestinamente en la capital.
Su arribó está fechado el 3 de noviembre de 1966 con un pasaporte expedido en Montevideo a nombre de Adolfo Mena González, empresario uruguayo. Con una notoria mayor altura –a causa de sus zapatos con taco falso interior–, calvo y con gruesos lentes de marco negro, regresaba con una carta de recomendación de Gonzalo López Muñoz, director de la Dirección Nacional de Informaciones de la Presidencia de Bolivia, para realizar, en calidad de enviado especial de la OEA, un profundo estudio en algunas zonas rurales del país.
Se hospedó en la “suite 304” del céntrico Hotel Copacabana, en la Avenida 16 de Julio, frente al parque de El Prado,y a unos escasos treinta metros de la estatua que inmortaliza al Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre.
Los días 4 y 5 sostuvo reuniones con Iván, uno de los encargados de la red urbana, para, en la noche de este mismo día, junto a Jorge Vásquez Viaña ‘el Loro’, tomar rumbo a la finca Ñancahuazú y dar inicio a la guerra revolucionaria.
Durante décadas se especuló acerca de un presunto “autorretrato” que el Che se habría tomado frente a un espejo instalado en la puerta de su habitación en el Hotel Copacabana. De hecho, en la biografía del mexicano Paco Ignacio Taibo II: “Ernesto Guevara, también conocido como el Che”, el agudo historiador deja constancia del ‘habanero rumor’ que confirmaría la existencia de dicha instantánea. Años después sería publicada.
En el aniversario 47 de la desaparición física de Ernesto Che Guevara, desde las páginas del semanario La Épocacompartimos con Ud. esta crónica del último “autorretrato” del Che.
* Joven historiador boliviano.
catalejo.laepoca@gmail.com
Deja un comentario