El miércoles 1 de octubre, un brutal crimen provocó coraje en amplios sectores de la población venezolana, particularmente de las mujeres y los hombres comprometidos con la Revolución Bolivariana: el diputado Robert Serra fue salvajemente asesinado junto a su compañera de vida, María Herrera.
Todo crimen es condenable y detestable. Pero la indignación es aún mayor cuando se trata de un joven militante de la causa latinoamericana que apenas había cumplido 23 años de vida. Serra, a quien se le reconocía una mística y formación superiores a muchos de sus compañeros, desde muy adolescente consagró su tiempo y energías a la causa de los humildes.
El asesinato, planificado desde hace dos meses según reportan las primeras investigaciones, fue perpetrado por sicarios vinculados a los sectores de la ultraderecha venezolana y con profundos nexos con el ex presidente colombiano Álvaro Uribe.
La acción criminal, empero, no es un hecho aislado. En realidad forma parte de la violencia organizada por la oposición, cuyas acciones como las “guarimbas” y los crímenes selectivos apuntan a debilitar la moral de los militantes de la revolución bolivariana.
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