marzo 29, 2024

¿Crucifijo vergonzante?

Numerosas fueron las reacciones por el regalo que le hizo el presidente Evo Morales al Papa en su pasada visita a La Paz: un crucifico en forma de martillo sobre la base de una hoz. Obra artística realizada por el sacerdote jesuita Luis Espinal.

Aún no habían transcurrido 24 horas cuando un periodista británico, tras leer los labios del Sumo Pontífice, hizo públicas las palabras que murmuró al ver el obsequio: “Eso no está bien”.

También el sacerdote jesuita, amigo personal de Espinal, Xavier Albó, se apresuró en advertir: “Luis Espinal no era comunista”, añadiendo que la obra expresaba la necesidad –y urgencia– de diálogo que debía existir entre el mundo cristiano y el marxista.

Asimismo, el propio papa Francisco declaró: “el padre Espinal predicó el Evangelio y ese Evangelio molestó y por eso lo eliminaron”.

Y, sí, está en lo cierto el líder católico al señalar que Espinal vivió el Evangelio desde, por y con los humildes, al igual que el argentino Carlos Mugica, los colombianos Camilo Torres y Álvaro Ulcué, el salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, el español Antonio Llidó, y tantas y tantos religiosos asesinados por las dictaduras o gobiernos derechistas de nuestra región.

El asesinato de Espinal, la madrugada del 22 de marzo de 1980, fue bestial: tortura sistemática durante cinco horas con quemaduras de cigarro, aplicación de electricidad, contundentes golpes que le fracturaron el esternón y las costillas para, finalmente, ser rematado con 17 balazos.

Tras los golpes y palizas de los esbirros de García Meza se escondió un odio, una idea: escarmentar a cientos de miles de bolivianos que soñaban con un país más justo.

Los asesinos del padre Espinal continúan libres, caminan por las calles, van al mercado e, incluso, hay uno que oferta a los turistas paquetes de luchas libres en El Alto.

La impunidad por crímenes de lesa humanidad, que no prescriben, no hace sino multiplicar en el subconsciente de la población un miedo colectivo falsamente olvidado y que ahora vuelve, con toda su fuerza, a estar presente.

Si la memoria de Luis Espinal, sus ideas –obra y vida–, interesan realmente a las autoridades, entonces cabe señalar que no se le debe reducir a un mero crucifijo que resulta “vergonzante” en tanto sirva para velar el problema de fondo: ¡enjuiciar y castigar, de una vez por todas, a quienes le asesinaron!

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