septiembre 13, 2024

Yo voy al cine (con “Tristeza”)

Ir al cine es un acto de fe, una militancia. Es más fácil quedarse en casa viendo tele o comprar una peli trucha por la calle para disfrutar un doblaje horrible con subtítulos en ruso. El cine cuesta y no sólo plata. Tienes que chequear la cartelera y rezar para encontrar algo potable. Hace quince años teníamos tres cines en La Paz: el Monje, el 16 y el 6 de Agosto. Y la Cinemateca de la calle Pichincha e Indaburo. Había más salas pero eran de reestreno o pornos. Ahora contamos con multisalas por doquier y otras que vendrán pero la oferta no ha aumentado: las buenas pelis hay que buscarlas y perseguirlas. La mayoría de los pocos que van todavía al cine no van a ver películas: van a comer, charlar, pasar el rato, huevear con los cuates o la pareja aburrida…

En la entrada del Multicine en la avenida Arce hay una estatua de Chaplin, en un rinconcito, casi inapreciable. La gente se topa –por obligación cuando llega– con una gigantesca bolsa de pipocas. Ya se sabe que los cines ganan más plata vendiendo comida chatarra y litros de gaseosas que con las meras entradas.

En el Megacenter de la zona sur la cosa es peor: para llegar a las multisalas, tienes que subir escaleras, sortear tiendas y atravesar un patio de comidas oloroso y tentador. Y luego adentrarte en un laberinto para llegar a tu peli y volver a rezar: que los celulares no suenen harto, que no escuches conversaciones privadas, que la copia esté buena.

Una de las cosas más lindas de ir al cine (como de leer un buen libro) es sumergirte en otro mundo, aislarte, viajar y sentir por unas horas al margen de todo y de todos. Te puedes ir de este planeta por unas horas y nadie te va a extrañar, te lo juro; a no ser que seas ministro o ministra y te llame el presidente Evo. Pues no, la gente tiene un extraño complejo de ministro: necesita ver su celular, su twitter, responder su mail, chequear el “feis” o avisar a la humanidad que película están viendo y con quien.

Pero lo peor de todo son las prisas por botarte. Cuando todavía la peli no ha terminado, cuando la sala oscura todavía te tiene entre su regazo celestial, cuando gozas de la buena banda sonora, zas: se prenden las luces cegadoras, la pantalla se pone en modo ilegible y un limpiador con buzo amarillo comienza su laburo con mirada inquisitoria. Barre y te mira feo. Quieres disfrutar con la sala oscura hasta la última nota, hasta el último título de crédito, pero no. ¿Es tan difícil de entender? Pues sí. Me he quejado por activa y por pasiva sin apenas resultados. El chango de la limpieza me mira como a loquito: un tipo solitario que jode por “nada” o por saber en qué valle de Jordania está rodada la pinche película; el jefe de los que los que barren pipocas que se encoje de hombros diciendo que ellos cobran para limpiar y punto; y el responsable de turno del Multicine que jura y miente que no volverá a pasar. Entonces me acuerdo de la frase de Woody Allen: “disfruta el día hasta que un imbécil te lo arruine”.

En fin, ir al cine es un acto militante, somos mendigos extendiendo la mano por una limosna de dos horas de buen cine. Y cuando lo conseguimos, salimos de la oscuridad silenciosa al ruido callejero con una estúpida cara de felicidad. Eso sí, cada vez somos menos (fuera parte de adolescentes aburridos, superproducciones ruidosas e insultos varios), estamos en extinción. La última buena que he visto con “Alegría” ha sido “Inside out”. Eso no quita para sentir una terrible “Tristeza” cada vez que oteo la cartelera.


* Ricardo Bajo Herreras es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Tiene un programa de radio sobre temas internacionales en red Patria Nueva de 2 a 3 de la tarde, de lunes a viernes.

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