marzo 27, 2025

Los impulsos destructivos contra UNASUR


Por José Galindo * -.

Consideremos, brevemente, a iniciativas como el ASEAN, el Banco Europeo o la Unión Monetaria del Golfo. Latinoamérica, lastimosamente, volvería a la retaguardia del mundo al no seguir éste ejemplo de integración y creación de bloques regionales, si UNASUR llega a desaparecer.


Preguntémonos por un segundo si las políticas desarrolladas y promovidas desde la instauración del “orden de Bretton Woods” han dado resultado. Preguntémonos luego si volver a aquellos tiempos valdría la pena. El portazo diplomático de los gobierno de derecha de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Paraguay le dan a UNASUR podría ser un nuevo tiro en el pie de un continente que como diría Galeano, “no parece hacer otra cosa que trabajar para su propia perdición”. Por otro lado, nunca, o casi nunca, se puede volver atrás.

De todos modos se puede afirmar que aún existe un descontento y un agotamiento de la geopolítica unilateral de los EE.UU. a través de organismos financieros internacionales que han provocado transformaciones significativas en el sistema mundial, posiblemente irreversibles y con consecuencias aún imprevistas para el capitalismo como un todo. Dos décadas no pasaron en vano, por muy estrepitoso que pueda ser su fin.

Como diría Oscar Ugarteche “El sistema financiero que contemplamos en la actualidad, de origen caduco y con metas que benefician unilateralmente a los EE.UU., se ha transformado hoy en un Complejo Financiero Bancario cuyo proceder puede resultar más destructivo que el propio Complejo Militar Industrial que emergió en EE.UU. luego de la Segunda Guerra Mundial”.

Este nuevo Complejo del que habla Ugarteche no sólo ha arrinconado a las economías del Sur, sino que también ha provocado desastres sociales en las propias economías desarrolladas, abriendo la posibilidad de plantearse la construcción de nuevas arquitecturas financieras cuyo principal sello sería no sólo un multilateralismo de Tercer Mundo sino también una reducción de la influencia estadounidense como principal centro mundial de decisión en cuanto a políticas financieras.

El problemático giro hacia la derecha que emprende Argentina no desmiente la afirmación precedente, sino que la confirma, de la misma forma que lo hace la debacle política y económica de Brasil; casos que demuestran los efectos perversos que pueden tener políticas económicas nacionales de espaldas a Latinoamérica como región. Colombia y Paraguay, de la misma forma, podrían no estar haciendo otra cosa que apretar el nudo de una soga en su cuello al dejar UNASUR.

La restauración conservadora no se está dando tan tranquilamente como lo hiciera en los años 90s, con el neoliberalismo extendiéndose bajo el manto protector del intervencionismo estadounidense, sino convulsamente, con diásporas de violencia y resistencia en Venezuela, Nicaragua, Brasil y Argentina. Sin el consenso de la sociedad civil y sin el liderazgo de la Casa Blanca. Muy diferente a como ocurrió antes.

Efectos devastadores

No es secreto para nadie que la era inaugurada por EE.UU. en la Conferencia de Bretton Woods sentó las bases no sólo para la consolidación de este país como el principal hegemón en el sistema mundo capitalista durante el siglo XX, sino que también fue el momento de mayor globalización del capital en el planeta.

Los tres pilares erigidos en aquel julio de 1944, que conocemos hoy como Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial (BM) y Organización Mundial del Comercio (OMC, aunque ésta tardó un poco más en nacer), se encuentran actualmente deslegitimados, luego de la crisis financiera de 2008, la caída de los precios del crudo en 2014 y el debilitamiento de la hegemonía estadounidense frente al ascenso de Rusia y China como potencias geopolítica y económica, respectivamente.

Ciertamente la obra final del FMI no es del gusto de muchos países que se sometieron a sus designios. Estas tres instituciones de Bretton Woods establecieron las condiciones para un proceso de acumulación mundial basado en el empobrecimiento y endeudamiento de los países del Tercer Mundo que hizo posible el nacimiento de un capitalismo capaz de generar ganancias masivas a partir de prácticamente la nada, para beneficiar ya no a un Estado (los EE.UU.) sino a una pequeña élite especuladora cuya capital reside actualmente en Wall Street.

Esto fue posible gracias a una gradual, lenta, pero continua transformación donde el BM y el FMI pasaron de ser centros de decisión para que EE.UU. se consolide por encima del resto de las potencias que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, a una suerte de policías financieros para los países del Tercer Mundo. Su última etapa, la más conocida, se da luego de 1974, cuando creado el G-7, el FMI puede concentrarse enteramente en expandir políticas monetarias neoliberales en países endeudados y empobrecidos.

Los resultados fueron negativos en primer lugar para los países del Tercer Mundo, que vieron profundizada la desigualdad heredada desde la era colonial.

La desigualdad se profundiza en Latinoamérica gracias a “procesos y tecnologías” dictadas desde el FMI y el BM. Lo particular de esta situación, y esto nos lo advierte Ugarteche en su libro “La Gran Mutación”, es que su éxito en difundir el neoliberalismo en el mundo termina irónicamente con una nueva crisis de acumulación del capital en el mundo que debilita los cimientos del propio capitalismo, que ya no depende de la producción sino enteramente de la especulación bancaria. La desigualdad se extiende incluso en el Primer Mundo, pero se hace intensa e insoportable en el Tercer Mundo, hasta provocar terremotos sociales y económicos que amenazan la existencia de los propios Estados Latinoamericanos.

Se trata de una transformación con efectos negativos de inmediata expresión, caracterizados por una concentración de la riqueza devastadora en muchos casos.

Frankenstein y la respuesta desde el Sur

La desigualdad entre naciones es también un resultado de la globalización impulsada por Bretton Woods luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando los diferentes Estados del mundo comienzan a hacerse consientes de las diferencias del ingreso per cápita entre ellos, dando lugar a una división entre países del Primer y Tercer Mundo, estos últimos recientemente descolonizados pero con grandes problemas sociales, políticos y económicos.

No obstante, es la propia globalización neoliberal la que ahora traslada esta desigualdad a los propios Estados desarrollados, que se ven afectados por la transformación apuntada por Ugarteche. De alguna manera, aunque el FMI sigue siendo uno de los principales brazos operativos de los EE.UU., da nacimiento a un Complejo Financiero Bancario que va más allá de la soberanía y los intereses de los propios EE.UU., actuando muchas veces en contra de los intereses de este propio país, como en 2008 y la explosión de la burbuja inmobiliaria. Es, como dice el autor, “una autonomía de la banca”, una especie de independencia del orden creado para beneficiar a los EE.UU.

Este monstro que vive en Wall Street pasó a convertirse en una suerte de Frankenstein que lastima a su propio creador. El daño causado, por supuesto y en un principio, afecta principalmente a las economías más ligadas a los EE.UU., y sobre todo a las más desarrolladas, que siguieron la tendencia hacia la creación de un capitalismo especulativo. Esto obligó a los Estados afectados por esta nueva criatura a ejecutar las nacionalizaciones más grandes de la historia, mucho más costosas que cualquier otra en la historia de Latinoamérica, con decenas de millones y millones de dólares destinadas a salvar a los bancos “demasiado grandes para caer” en 2008, y generando por primera vez en mucho tiempo crisis políticas en países otrora modelos de la democracia liberal. Trump, el Brexit y el ascenso de los populismos de derecha en el Primer y Tercer Mundo son consecuencias naturales de aquella transformación.

Las consecuencias en el Tercer Mundo, por otra parte, fueron diferentes en un principio: las economías emergentes y sub desarrolladas no se ven totalmente afectadas, y con el impulso de China, país que no se alineó a las políticas dictadas desde EE.UU. a través del FMI, crecen al mismo tiempo que los países tradicionales del centro capitalista decrecen o involucionan. Puede que la apertura de China al mercado mundial desde finales de los 90s explique hoy el apogeo en ciernes, pero ciertamente aquello no hubiera sido posible bajo un esquema de desarrollo dictado por el FMI o el BM, diseñado para mantener el orden de centro y periferia en la división internacional del trabajo.

Esto coincide con la entrada en escena de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sud África), que no sólo amenazaron con desplazar a los EE.UU. y la Unión Europea como los nuevos ejes del capitalismo mundial, sino que también amenazaron aquel edificio cuidadosamente construido luego de Bretton Woods. En ese sentido, la llegada de Trump y el ascenso simultáneo de la derecha en Latinoamérica y en Brasil pueden ser considerados como un retroceso de una dinámica que de todos modos sigue su curso desde China. La guerra comercial advertida por China recientemente confirma la existencia de resistencias en éste proceso de transformación, como era de esperarse.

El cuestionamiento al BM y el FMI ya no viene solamente de Estados latinoamericanos arruinados por sus políticas impuestas desde los años 70s, sino de Estados que se muestran exitosos en el sistema mundo capitalista y que sugieren la creación de nuevos organismos multilaterales de financiamiento que sirvan a intereses más allá de los EE.UU. Consideremos, brevemente, a iniciativas como el ASEAN, el Banco Europeo o la Unión Monetaria del Golfo. Latinoamérica, lastimosamente, volvería a la retaguardia del mundo al no seguir éste ejemplo de integración y creación de bloques regionales, si UNASUR sí llega a desaparecer.

En este sentido, debemos retomar las conclusiones del 60 Aniversario de la Conferencia de Bandung en 2015, donde el presidente chino Xi Jinping propuso tres puntos para construir “una comunidad de destino compartido para toda la humanidad”, a partir del impulso de la cooperación entre Asía y África; la expansión de la cooperación Sur-Sur para acelerar el crecimiento entre economías en desarrollo; y, finalmente, promover esta misma cooperación entre naciones desarrolladas y en desarrollo. Concretamente, se propone profundizar la cooperación regional y trans-regional, ofreciendo condiciones convenientes para facilitar el comercio y la inversión para construir un patrón incluyente de cooperación entre Asia y África.

Se da a entender, entonces, que la era de unilateralismo de EE.UU. es no sólo rechazada desde los bloques emergentes, sino que se formulan propuestas para reemplazarla. La tendencia del norte es, sin embargo persistente, y hoy más testaruda que nunca, con Trump imponiendo de forma nada diplomática sus condiciones incluso a sus aliados de la OTAN, como se pudo observar durante ésta última semana.

Conclusiones

A lo largo de su historia el FMI ha sufrido transformaciones significativas que eventualmente lo llevaron a jugar el papel destructivo que todos conocemos. De ser el supuesto encargado para evitar una crisis económica como la de 1929, a una policía financiera del Tercer Mundo, a ser, finalmente, el principal difusor del neoliberalismo en el Tercer Mundo.

No obstante, posiblemente el resultado más llamativo de estos cambios es haber pasado de ser una herramienta del unilateralismo estadounidense en su política exterior, a un partero de un sistema de acumulación que le dio autonomía a la banca, afectando los intereses y la estabilidad de los propios EE.UU. La desigualdad parece dejar de ser una característica del Sur y pasa a afectar también a los países del Norte.

Es decir, lo sorprendente en esta situación no es que el FMI y el BM hayan sido nocivos para el desarrollo de Latinoamérica y el Tercer Mundo, desde siglos afectados por males coloniales, sino que hayan sido parte del nacimiento de lo que Ugarteche llama el Complejo Financiero Bancario, sujeto importante de una nueva etapa del capitalismo signada por la decadencia de los EE.UU. económicamente.

Decadencia que se hace peligrosa para el mundo entero tomando en cuenta, tal como señala Ravenhill, que la crisis de 2008 ha demostrado cómo una crisis doméstica puede convertirse rápidamente en una crisis mundial.

Presenciamos esta nueva gran mutación donde parece avizorarse el fin de la hegemonía económica de los EE.UU. y sus aliados, y la posibilidad de un nuevo orden, también capitalista, pero que viene acompañado de nuevos fenómenos de carácter también sistémico pero que actúan en contra del capitalismo. Una crisis de sobreproducción dentro de la tendencia periódica del capitalismo pero que viene acompañada de un deterioro ambiental planetario que amenaza los propios cimientos del capitalismo mundial; una autonomía de la banca y el mencionado nacimiento del Complejo Financiero Bancario que también amenaza los intereses del actual hegemón del capitalismo: los EE.UU.; y una interdependencia que se transforma desde la época de Breton Woods para dar paso a un multilateralismo regional donde las alianzas sur – sur se hacen más necesarias que nunca.

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