Por Juan Carlos Pinto Quintanilla-.
Espinal y Romero fueron víctimas de los violentos que no aceptan un mundo diferente donde los pobres sean quienes decidan los destinos de la mayoría, y sus respectivas muertes mostraron hasta donde son capaces de llegar los guardianes del sistema.
¿Cómo nos ayudan los testimonios de Romero, Espinal y los miles, millones de cristianos que ofrendaron su vida por los sueños y las utopías, para hacer eficaz el amor de hoy para cambiar las estructuras injustas, en nuestros procesos de cambio, sin desistir, sin traicionar, sin acomodarse, en definitiva siendo consecuentes con la revolución? 39 años, es el tiempo del que queremos empezar nuestra reflexión, son tantos y tan pocos al mismo tiempo, en realidad en tiempos de globalización, buscamos un tiempo de memoria y sueños que nos permita seguir siendo nosotros mismos. Creemos que las personas hacen la diferencia por eso queremos recuperar la memoria, para sentir que lo vivido no fue vano, que algunos quedamos para seguir el testimonio de quienes se nos adelantaron en la lucha y compromiso, humano y evangélico y que va más allá del tiempo… aunque el tiempo hace la diferencia si nos olvidamos de lo esencial del testimonio.
De aquel en el que las balas y la represión directa creaban una mística de combate y de sentido colectivo de rebeldía y de sentimiento de victoria en las calles y en las trincheras; al tiempo de los votos en los que muchos radicales del ayer se hicieron los burócratas del presente y se volvieron profundamente realistas; más luego a los votos que hicieron posible gobiernos populares en los que creíamos tocar el cielo con las manos, en que la izquierda latinoamericana se hizo parte del poder, y los actos de voluntad y de fe buscaban ser la diferencia posible para que el poder fuese diferente…
¿Pero cuál fue el tiempo de Romero del que empezamos nuestra reflexión? Eran tiempos de lucha, que impregnados de romanticismo y mística cristiana de combate, todo era posible. Romero, aquel pastor que fue ascendido a Arzobispo de San Salvador, por su temple conservador y seguro para el sistema de los poderosos; terminó convertido por su pueblo, aquel que caía desgarrado día a día por las armas paramilitares de quienes estaban convencidos que el terror alejaría a la masa de la tentación revolucionaria…
Ocurrió pues un milagro de fe, de los que la señales de los tiempos nos haría partícipes cuando Romero, levantó la voz y se interpuso entre en Estado y su pueblo para decir ¡basta! Para mostrar que el evangelio es parte de la vida y no un catecismo de prohibiciones morales para los que se portan mal. Para señalar con su propia vida que la vida de Jesús no fue un accidente ni una confabulación de los malos, sino que en la realidad no existe neutralidad posible y quienes optan por los despreciados de la tierra, corren su mismo destino de muerte…
En medio de la muerte y la persecución, cuanto evangelio se vivía en El Salvador. Un pueblo organizado que no cesaba de luchar, y miles de cristianos militando en el alma de la revolución, en las organizaciones revolucionarias, en las comunidades de base, trascendiendo con sus vidas el propio sentido del cambio social, camino al Reino de Dios entre nosotros. Pastores como Romero, animaban el proceso, no desde la neutralidad sino desde la denuncia y la anunciación de la esperanza.
Las organizaciones revolucionarias no dejaban de escucharlo como escuchaban al pueblo, en medio de una feroz matanza y represión, que espíritu de Reino se respiraba, y que frustración la de los represores cuando veían que a más muertos, más se levantaban, más fe existía, más razones para caminar el pueblo encontraba. Ese espíritu envolvía todo el proceso revolucionario salvadoreño, las organizaciones de formación marxista, reclutaban a cristianos, y sacerdotes acompañaban el proceso de la militancia. Había casamientos revolucionarios en los que los sacerdotes, además de practicar el rito cristiano, profesaban el compromiso revolucionario de los contrayentes.
Existía una moral revolucionaria que se rozaba profundamente con los valores cristianos… y Romero, día tras día, en las calles, en la emisora del arzobispado, acompañaba y ofrendaba paso a paso su propia vida para que la resurrección fuese posible… y así ocurrió que la represión de oligarcas y generales juzgó que era mejor callar al profeta aunque se convierta en mártir, antes de que la esperanza siguiera alentando a tanto cristiano libre y suelto que tenía el atrevimiento de soñar en un mundo diferente al de ser sometido, humillado, olvidado o reprimido por los que siempre tuvieron el poder… el poder optó por callar a los soñadores para que los sueños cesaran de contagiar ganas de vivir libres…
Así ocurrió con Espinal, aquel cura impertinente, que en medio de golpes y asonadas militares no dejaba de escribir, de gritar, de importunar, de decir la palabra libre que permitía a otros sentir que el espíritu estaba presente en la denuncia… aquellos que entendieron el peligro de tanto evangelio suelto, es que decidieron su muerte, para que la esperanza se esfumara, para que los mortales hombres entendieran que los soñadores son seres humanos que también desaparecen, también mueren… y junto a él cientos de personas se esfuman, para dejar paso a otros miles que empezaron a creer en que otro mundo es posible, sólo si estamos dispuestos a sacrificarnos por él.
En este campo Espinal y Romero fueron víctimas de los violentos que no aceptan un mundo diferente donde los pobres sean quienes decidan los destinos de la mayoría, y sus respectivas muertes mostraron hasta donde son capaces de llegar los guardianes del sistema. Más aún se inició una nueva batalla, la de los pueblos por recuperar su herencia, su testimonio para alimentar la lucha, y la del sistema (con el Vaticano como parte de él) por hacerlos malos ejemplos de “iglesia trastornada por el comunismo”.
Más luego, también en el camino de hacerlos santos, ante tanto pueblo militante, para separarlos de todos, para ponerlos en los pedestales de los milagros y separados de su vida de acción política y teológica radical.
Extraña y maquiavélica coincidencia de la historia cuando encontramos lo que ocurrió con el Nazareno hace más de 2000 años, los cristianos perseguidos y asesinados por el imperio romano, los que hablaron de igualdad e hicieron ejemplo con su vida en la edad media; los que optaron por un mundo nuevo en las montañas de América con la motivación del Dios del madero y tantos otros que no nombramos; ellos son los que creyeron en Dios al estilo de Jesús, entregando la vida por seguirlo, bajándolo del altar para hacerlo parte de nuestro mundo real, viendo en el rostro y situación del hermano la propia condición del Dios en que creemos…
Hoy vivimos un nuevo momento, un nuevo tiempo, en el que parecerían haberse trastocado los papeles. Una Iglesia Católica sumida en una profunda crisis por dos flancos, la del pasado que asoma y pone en evidencia que la institucionalidad eclesial siempre fue una instancia de abuso sobre los más débiles, con la colonización, con las mujeres, con la inquisición y ahora con las miles de acusaciones de pederastia en el mundo. Pero extrañamente y al propio tiempo, el de opciones ideológicas y evangélicas, que con el Papa Francisco han permitido renovar la esperanza de la renovación y del compromiso con los más pobres. No sólo el levantar las restricciones sobre los teólogos de la liberación, sino proclamarla y ejercerla como palabra oficial desde el papado nos dicen que el Espíritu sopla donde quiere.
Sin embargo, los contrastes en América Latina son evidentes, cuando las estructuras eclesiales jerárquicas (comprometidas en la complicidad con sacerdotes que hicieron abuso y pederastia) son cada vez más conservadoras, muchas veces voceras políticas de los sectores más retrógrados de la sociedad; pero que además en los tiempos que corren, mientras más jerárquicas son menos cabida tiene la feligresía, que migra a otros espacios comunitarios de fe; las iglesias y sectas evangélicas que hoy inundan la realidad latinoamericana, frente a la casi desaparición de las Comunidades Eclesiales de Base, que en algún momento eran la esencia y la renovación de una iglesia comprometida con su realidad desde la fe.
Hoy en medio de una iglesia jerárquica que emite mensajes de discriminación e incluso de confrontación en pos de la preservación de sus privilegios, encontramos que el activismo político evangélico ha ido más lejos y es todavía más eficaz como arma ideológica conservadora. Muchos pastores e iglesias hoy son activos militantes y autoridades en los gobiernos ultraconservadores de Macri y Bolsonaro, que tienen un discurso evangélico para justificar la cruzada “cristiana” para recuperar los valores de la sociedad occidental y cristiana, frente al “extremismo democrático” al que hemos llegado (que las mujeres hablen y no se aguanten la violencia, que los pobres defiendan derechos, que la identidad homosexualidad sea un derecho, que los niños no solo sean educados a palo sino con autodeterminación y derechos, que los indios tengan derecho a ser presidentes o autoridades, etc.).
Entonces en medio de toda esta triste realidad institucional que sólo expresa el envilecimiento del poder, esta vez a través de la manipulación del elemento más sensible de las personas como es su espiritualidad, su forma de ser ante el mundo, afirmamos que más allá del tiempo estará siempre la humanidad por la que luchamos, el sentido de porqué lo hacemos y la radicalidad con la que estamos dispuestos a defender lo que creemos, y por eso Romero y Espinal continuarán siendo testimonios de vida a seguir en consecuencia, amor radical y entrega al proyecto de Dios sin condiciones.
Para eso tenemos que recuperar a Romero y Espinal para el pueblo y como parte de él, como ejemplos importantes de que es posible vivir sin hipotecarse, sin acomodarse al sistema en definitiva sin desalmarse.
Necesitamos comprender la espiritualidad que los motivó y que hoy nos convoca a multiplicar. Para eso entender que el espíritu de una persona es lo más hondo de su propio ser, sus motivaciones últimas, su ideal, su utopía, su pasión, la mística por la que vive y lucha y con la cuál contagia a los demás.
Hoy más que nunca nuestros procesos revolucionarios, nuestros militantes, necesitan impregnarse de esta mística revolucionaria, de apostar a la nueva sociedad, a pesar de los obstáculos, de los malos testimonios, de los que no quieren ir más lejos que su comodidad o los que se conforman con lo logrado; que apuesten la vida a la revolución posible y la hagan todos los días donde les toque estar sin dejar que el individualismo y el mercado termine con los sueños de nuestros pueblos. En este camino del amor eficaz, el socialismo comunitario es la respuesta revolucionaria.
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