Por Juan Carlos Pinto Quintanilla -.
En los 90, el neoliberalismo había llegado, con la oferta de que con democracia se comería, estudiaría, pero las cosas empeoraron, la apariencia de democracia era un fin en sí mismo, ya no, los valores y las éticas públicas. La democracia empezó a crear entramados que modificaron las instituciones, el trabajo perdió prestigio, la familia se desestructuró, de una economía de mercado a una sociedad de mercado, donde todo tiene precio, se convierten en problemas lo que son consecuencias. No queremos afirmar que antes no se diera esta situación en el mundo del mercado dependiente de nuestros países, pero la cultura plena del consumo se convierte en un eje cultural en este momento de la historia; pero además porque para la expansión del mercado y de la democracia liberal imperialista, la corrupción se convirtió en un arma geopolítica que les permitió seducir a los gobiernos para privatizar, reducir el estado, repartir dádivas personales por favores de mercado, sobornar para expandir el neoliberalismo global, parecía ser la consigna.
Esta acción deliberada de corromper a los gobiernos como geopolítica imperial, ya fue implementada por EE.UU., cuando perdían la guerra en Vietnam, cuando vieron que podía ser más efectivo que la propia guerra, el corromper a los funcionarios y al propio enemigo para lograr la información o las decisiones necesarias. Entonces, la corrupción se convirtió en un medio de influencia necesaria, a decir de Moriconi, la corrupción fue defendida y naturalizada en la práctica como medio efectivo para estabilizar nuevas democracias y extender el capitalismo. La corrupción generaba “previsibilidad” en contextos administrativos inestables, por cuanto se logran los resultados esperados y asegurados previamente. Para el sistema significa que la corrupción afecta positivamente el desarrollo en términos económicos. La honestidad en ese contexto deja de ser un valor, y es más bien un estorbo para el desarrollo posible en términos de mercado y acceso a la “modernidad”.
Todavía más el propio sistema de mercado “legaliza” formas de corrupción que afectan al funcionamiento del mercado y lo hacen de manera permanente, por ello acuden a los recursos de la despenalización, como el de las amnistías fiscales. Tantas veces se ha mencionado la figura del lobbismo, que en el primer mundo se ha vuelto empresa, ya que existe un mundo empresarial que paga un determinado monto por la posibilidad de generar reuniones con determinadas personas del mundo político o empresarial. Esa misma estrategia que aplican esas empresas con gobiernos de nuestros países, es deducible de los impuestos que pagan esas empresas en sus respectivos estados. Allá es legal, aquí es corrupción.
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La experiencia de Odebrecht con varios gobiernos de América Latina, que ha puesto de manifiesto la relación de los intereses de mercado con la política de representación, nos ha demostrado hasta qué punto, el tema de la corrupción institucionalizada se ha visto coaligada con distintos gobiernos, que han recibido determinados montos para favorecer en contratos a empresas que “buscaban asegurar sus inversiones”. En palabras del propio director de la mencionada empresa: “sin sobornos no habría empresa posible”. O lo que es lo mismo, la corrupción es una estrategia más para que el sistema de mercado funcione, los márgenes de acción dependerán de gobiernos y legislaciones que pongan determinados límites morales pero sin embargo, estos son permanentemente rebasados en la práctica.
Queda sin embargo el tema de porqué determinadas prácticas patronales son controladas y hasta legalizadas en los países del primer mundo, permitiéndoseles incluso de manera legal el “corromper” gobiernos y empresas del tercer mundo, donde el tema de la corrupción se presenta como una forma de escándalo que daña la moralidad instituida y permite defenestrar a quienes incurrieron en esas acciones de la gestión pública.
Lo más grave en ese camino es que se hubiera generalizado una doble moral al respecto, donde lo que en realidad impera en el inconsciente del sistema de mercado dependiente, es que “el mayor pecado o delito no es cometerlo sino hacerse pescar”, de esta manera parece que nos hubiéramos ido adaptando como cultura ante un tema que no podemos controlar y muchas veces optamos por ejercerlo para que las cosas funcionen.
De esta manera, con el modelo exitoso de mercado, el fin de la riqueza o del prestigio se obtiene de cualquier modo y la tolerancia política-social a la corrupción se justifica con el “roba pero hace” para juzgar a algunos políticos, con el que demasiado sentido común de las personas actúa, porque parece que se hubiera hecho ajeno el sentido de pertenencia de lo público, de esta manera solo si me “beneficia o afecta” de manera directa a mí o los míos, tomo posición crítica o de aceptación; mientras el Estado se convierte o es visto como un botín del que logró subir, y sobre el que no tenemos control y sólo podemos resignarnos a que parte del “botín” sea de beneficios para mí y mi entorno.
En este camino, la legalidad dejó de ser efectiva como medio político y se reconoce abiertamente que existe una corrupción estructural “la corrupción es aburrida, todo el mundo roba pero hace, hasta que alguien roba de más y se olvida de hacer”, entonces aparentemente se detonan las alertas morales, que nos permiten manifestar nuestra ratificación en los temas morales que “todos creemos” y por tanto, denigrarlo o enjuiciarlo socialmente. Sin embargo, en términos sociales seguir el camino de la legalidad puede ser un obstáculo para conseguir prestigio social y económico, en esta doble moral en la que solemos acostumbrarnos a convivir; ya que los nuevos ricos o los que logran éxito social, muchas veces no lo han hecho precisamente siguiendo las reglas morales establecidas, sino los “atajos” que el sistema permite para lograr el fin deseado: éxito, prestigio y dinero.
Para esos fines, los mercados ilegales suelen ser más efectivos que el Estado de Derecho, que sin dejar de funcionar en el marco de la explotación del trabajo en el capitalismo, generan redes familiares y clientelares de trabajo informal que evaden los derechos laborales y generan redes de complicidad no sólo en temas de productividad, sino en su comercialización, que involucra el contrabando en las fronteras e incluso el narcotráfico. De esta manera, “la corrupción” como forma de sobrevivencia ha generado en grandes espacios poblacionales populares, una estrategia asumida de evasión de lo legal, frente a un sistema formal que históricamente los ha excluido de las posibilidades de inclusión y éxito en el mercado.
¿Qué podemos decir de la institucionalidad estatal encargada de velar por el cumplimiento legal de la norma establecida en un Estado históricamente inexistente en su capacidad de incluir y generar la ilusión de la gobernabilidad para todos? Pues que la perversión institucional se ha convertido en la forma de existencia y funcionamiento, de esta manera, todo un sistema de existencia y sobrevivencia informal, genera presión y adapta la “institucionalidad” legal, policial y militar de acuerdo a sus necesidades en función de las ofertas de mercado para evadir lo instituido.
En definitiva, el Estado nacional históricamente se ha informalizado en nuestra realidad, porque bajo la idea del poder concentrado, no se expresaban los imaginarios colectivos de un país para todos, y sí se expresó en la acción política y militar estatal, de que el “botín” estatal le pertenecía al sector dominante; al pueblo sólo le quedaba para sobrevivir la evasión de la norma y la informalización de las relaciones. Por eso es que las instituciones que hacen al Estado colonial y republicano están permeadas de corrupción institucionalizada, donde lo que diferencia a jerarquías de bases, son los montos recibidos para “permitir” que la corrupción ocurra al margen de la institución, o gracias a ella.
Es esa cultura colonizada la que expresa el alma del colonizador, que suele vivir a través de los colonizados, que asumen que el poder de la imposición es algo que se replica o imita cuando las circunstancias cambian, incluida la corrupción como estilo de gobierno. Hace falta todo un proceso de toma de conciencia en el camino de construir un proyecto revolucionario diferente para sentir pensar el poder como construcción colectiva y servicio, que provoque una actitud diferente y revolucionaria, sino por el contrario seguiremos reproduciendo en el poder los mismos vicios de la imposición y el aprovechamiento del poder que el mercado promueve y la imposición ideológica colonial sostiene.
Seguiremos teniendo funcionarios que se aprovechan del cargo, que cometen excesos de autoritarismo, que promueven el amiguismo y el nepotismo en los puestos públicos a su cargo; que utilizan el poder como “prolongación fálica” (Ximena Centellas sic) cuando utilizan los espacios laborales no por la capacidad sino por “los favores que puedan lograr” de las contratadas que permanentemente están sometidas a acoso sexual y laboral; que utilizan los recursos y posibilidades estatales que han generado mayor inclusión, para el aprovechamiento personal, como reproduciendo ese lema neoliberal de que “lo que es público estatal es de nadie” en lugar de haber pensado a la inversa en un camino que está construyendo sentidos distintos, donde “lo público estatal es de todas y todos” y la ciudadanía toda es afectada cuando se atropella y corrompe lo que es de beneficio común.
¿Y el Proceso de Cambio?
A pesar de esa mentalidad oligárquica racista y reacia a construir patria para todos, siempre hubo una reserva de dignidad que desde los pueblos afloró en las batallas que impidieron que Bolivia desapareciera producto de las invasiones territoriales de los países vecinos, que sin embargo se quedaron con la mitad del territorio nacional con el que empezamos a ser República.
Hoy tenemos muchas batallas en curso en un proceso revolucionario que sostiene como principio la recuperación de la dignidad. Hemos logrado sostener la posibilidad de la transformación económica de quienes sobrevivían en la miseria, y que hoy tienen mejores posibilidades. Nuestra nueva economía ha permitido recuperar el derecho a la vida digna de nuestros pueblos. Sin embargo, todavía pendiente está la batalla de la revolución cultural, en el mundo de las ideas y del control ideológico; donde todavía nos hace falta construir poder popular frente al poder republicano y neoliberal que heredamos. La sombra del colonizador se cierne sobre el proceso de cambio, potenciando el mercado que individualiza y pervierte las conciencias al mejor postor; frente al proyecto comunitario y revolucionario del Socialismo; en ese contexto la corrupción siempre seguirá siendo un arma ideológica y moral eficaz del sistema para desgastar el proyecto revolucionario comunitario.
Necesitamos en este enfrentamiento con el sistema, salir de su lógica corrupta de “competir por quienes son menos corruptos”, y que utiliza las armas del propio mercado. No solucionaremos los temas de la corrupción, policializando o militarizando la sociedad, generando mayores controles totales sobre la ciudadanía, generando mayores miedos ciudadanos, llenando las cárceles y un largo etcétera de recetas del sistema; pues siempre habrá resquicios para que la corrupción siga, y solo estaremos creando una “apariencia” institucional de control, que nos permita apaciguar miedos y ganar respaldos.
No le queremos quitar la importancia al sistema punitivo en el cumplimiento de la norma y que se busque un sistema institucional que penalice adecuadamente la corrupción, de tal forma que recupere la credibilidad perdida, sancionando públicamente a quienes se han aprovechado de los recursos comunes. Pero eso no termina de salir del campo de la transparencia, de la generalización de la desconfianza social, como forma política de control.
Lo que necesitamos es avanzar sobre la construcción de una ética pública revolucionaria, que tenga como base la formación política y el involucramiento ciudadano en la construcción del nuevo país. Sostener en la gestión pública el proyecto revolucionario, devolviendo el protagonismo a la ciudadanía no sólo con sus propuestas sino con la construcción colectiva de lo público. El control social debe dejar de ser una instancia burocrática o de complicidad, y tomar el papel político de ser equilibrio y complemento crítico de las decisiones de Estado.
Cambiar el sentido común de las cosas construido por la ideología de mercado nos llevara tiempo, para sostener el proyecto alternativo del Vivir Bien con prácticas de gestión comunitarias, que no sean un imperativo del miedo sino un acto político de voluntad colectiva, basada en la confianza y en la certeza de que es posible construir un mundo diferente. Eso es construir la Patria como comunidad de destino que se consolide en una democracia intercultural que promueva la responsabilidad, la virtud y la identidad junto al interés común.
Bibliografía consultada
• Rodríguez Ostria, Gustavo. La acumulación Originaria en Bolivia. CIS, La Paz, Bolivia 2018.
• Torres, Yuri F. Las chicherías en Cochabamba. Art en Opiniones de La Razón. La Paz, Abril 2019.
• Gargarella, Roberto “Si eres igualitario, porque eres tan rico”. Art. En Nueva Sociedad # 276. Pág. 91. Bs. As. Argentina 2018.
• Moriconi, Marcelo “Desmitificar la corrupción” Art. En Nueva Sociedad # 276. Pag. 118. Bs. As. Argentina 2018.
• Centellas, Ximena La condición de la mujer. Cuadernos de Formación #6. Dirección de Fortalecimiento Ciudadano. VPEP. La Paz 2018.
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