Por Canela Crespo Sánchez-.
“Crisis” es una palabra derivada del griego “krísis”, que significa “decisión” y designa el momento en que se produce un cambio muy marcado en algo o en una situación.
El brote de Covid-19 en el mundo, es una ruptura con la “normalidad de la vida como la conocemos” y es también un momento en el que se deben tomar decisiones.
Pero, ¿hacia dónde apuntan estas decisiones?
Los privilegiados por los sistemas de dominación mundial intentan mantener sus privilegios y hasta aprovechar la crisis sanitaria, social y económica para profundizarlos. Las derechas se relamen para efectivizar propuestas conservadoras. En Bolivia, la derecha local no se queda atrás.
Branko Marinkovic, uno de los representantes más controvertidos de la derecha opositora al gobierno de Evo Morales, demandó a Jeanine Áñez, en su cuenta de Twitter, que “parte de los fondos que inyectarán a la economía tienen que ser para las empresas para su pago de planillas” (29/03). De a poco, a estos pedidos se suman otras voces que hablan de reducir derechos laborales para “proteger a los empresarios”.
Por su parte, el gobierno de facto de Áñez, a pesar de no haberse pronunciado sobre estos puntos todavía, está concentrado en la opción autoritaria de consolidar su poder a través de las fuerzas represoras del Estado; al no tener capacidad de curar la enfermedad, solo puede reprimir. Además, en su utilización de un discurso en torno a la “unidad patriótica” legitima el uso abusivo de la violencia en contra de algunos grupos sociales. La pandemia, contrariamente a lo que alegan, en el caso boliviano sí conoce de clase, raza, sexo y hasta identificación política.
Ahora bien, todavía no entendemos el impacto del brote mundial de Covid-19 en su real magnitud; sin embargo, podemos intuir que abre una ventana de oportunidades para tomar medidas sociales que cambien los paradigmas liberales que conocemos. No se trata de un oportunismo por imponer una agenda durante la crisis por la enfermedad, sino de generar las oportunidades para combatir la pandemia en mejores condiciones y con seguridad social para todos.
En los últimos meses, las grandes mayorías del mundo entero reconocieron que los sistemas fuertes de sanidad pública son una de las trincheras más importantes para la justicia social. De este cambio de paradigma, que no permite debate, no se retrocede más y es así, por ejemplo, que la noticia de que Irlanda nacionalizó los hospitales privados por lo que dure la pandemia cayó muy bien.
Por otro lado, en algunos países se han tomado medidas sociales claves en torno a la protección de derechos sociales, como el derecho a la vivienda. El sector progresista del gobierno español, por ejemplo, ha creado la disposición de un microcrédito público, sin intereses y con facilidades, para los inquilinos que vean afectada su economía por la pandemia. Asimismo, se planteó una distinción entre los pequeños propietarios, que recibirán la totalidad del precio de la renta de alquiler, y los grandes propietarios o “fondos buitre”, que tienen que poner el hombro para soportar el impacto de la medida efectuando rebajas o reestructuraciones de las deudas de alquiler. Estas medidas protegen a los inquilinos y a los pequeños propietarios, porque entienden que el demandar quedarse en casa significa cuidar que todos tengan dónde quedarse.
De a poco, y en parte por el confinamiento de los privilegiados del mundo, nos vamos dando cuenta de que las respuestas a la crisis no son nunca individuales, sino siempre colectivas; esto significa que los gobiernos del mundo deben tener la capacidad de tomar medidas en conjunto con la sociedad y con las organizaciones sociales. Nos vamos dando cuenta igualmente de que es necesario cuidar mejor de los y de las que cuidan (que suelen ser mujeres) y que debemos priorizar el sostenimiento de la vida reconociendo el trabajo de todos y de todas. El brote de Covid-19 significa crisis sanitaria, social y económica y las respuestas deben darse desde lo técnico epidemiológico, pero además desde lo político, es decir, que todas las medidas de prevención contra la enfermedad deben estar acompañadas de “escudos sociales” que permitan que los no privilegiados por los sistemas de dominación puedan cumplirlas, sin obligarlos a elegir entre precariedad o enfermedad.
Las certezas sobre lo que se viene después de la pandemia son escasas. Estar en crisis significa estar en ese punto medio en el que lo viejo no termina de irse y lo nuevo no termina de llegar. Eso “nuevo” está en construcción y es tiempo de radicalizar para que sea lo más justo y seguro para todos y para todas.
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