Por Mario Hubert Garrido -.
Prensa Latina.- Viajé a La Paz el 16 de mayo de 2006, con la encomienda de crear en unos cuatro meses las condiciones necesarias para ampliar los alcances de la presencia de Prensa Latina en Bolivia.
Eran tiempos de grandes expectativas tras el triunfo de Evo Morales, primer presidente indígena, luego de históricas elecciones generales el 18 de diciembre de 2005.
Compartí esos primeros meses con el entonces representante de la agencia, el experimentado periodista peruano Manuel Robles Sosa, el ‘Cholo’, como cariñosamente todos lo conocíamos. En septiembre del mismo año, la dirección de Prensa Latina decidió que me pusiera al frente de la corresponsalía, en la que permanecí cinco años y unos siete meses, hasta el 15 de diciembre de 2011.
En ese período, gracias al apoyo de las brigadas médica y educativa de Cuba, diplomáticos e integrantes del equipo más cercano a Evo y de Palacio Quemado (presidencia), pude recorrer la extensa geografía del país suramericano, desde su tropical región de Los Yungas, hasta las zonas más apartadas del altiplano o la Amazonía.
Sin dudas, entre miles de vivencias, en lo humano y lo profesional sobresale la cobertura de Prensa Latina para denunciar los diferentes planes y la puesta en marcha de varios intentos de golpe de Estado contra Morales, sobre todo a partir de 2008 y todo el 2009.
El ‘golpe suave’
Desde los primeros días en Bolivia, entablé rápida amistad con el periodista y sociólogo Hugo Moldiz, integrante del grupo de Intelectuales en Defensa de la Humanidad y editor en los últimos años de mi estadía del semanario La Época, medio alternativo de izquierda.
De Moldiz solía despedirme con frecuencia, cada vez que partía a algún escenario de conflicto, como Santa Cruz, Beni, Pando o Tarija, los departamentos del este de la mal llamada Media Luna, donde se concentraba la oposición más extremista y adversaria al nuevo Gobierno de las organizaciones campesinas y sociales, liderado por Evo y su partido político, el Movimiento al Socialismo (MAS).
En no pocas tribunas, mi colega boliviano había descrito con profundidad las estrategias manejadas desde Washington (al decir de la periodista argentina Stella Calloni: ‘La mano que mece la cuna’) sobre el conocido golpe suave, un término con el cual yo solía bromear y asegurarle que lo visto por este corresponsal no parecía algo tan ‘suave’, por la creciente expresión violenta de sus ejecutores prácticos.
De muchos momentos vividos y reportados para Prensa Latina desde esos mismos escenarios, significo unos tres episodios. Uno de ellos ocurrió durante el referendo ilegal, organizado en los territorios de la Media Luna, sobre todo en Santa Cruz, el 4 de mayo de 2008, para aprobar unos estatutos autonómicos que pretendían dividir al país en dos mitades.
Aquella tarde, apenas iniciada la consulta, aparecieron en el hotel donde radicaba el Centro de Prensa Internacional, tres seguidores del MAS (Romeo Amorín, a quien había conocido antes en La Paz como coordinador nacional para los planes del ALBA, y dos mujeres. Los tres de condición indígena).
Esas personas habían detectado y acudían a los periodistas para denunciar un evidente fraude en las urnas en uno de los colegios, en que la oposición había sustraído las boletas y marcado con el SÍ la propuesta de los estatutos, que exigían la necesidad de un pasaporte especial, incluso para otros bolivianos, para transitar por Santa Cruz; algo descabellado.
Recuerdo que, en ese preciso instante, mi puesto de trabajo en la sala de prensa y los apuntes que hacía en la portátil eran chequeados a prudente distancia durante ‘paseítos’ que se daba por aquel amplio salón el cubano Armando Valladares, entonces funcionario de la Fundación Human Rights y a la sazón observador del ilegal referendo, pero bien conocido en la Isla como supuesto poeta de la disidencia y por sus relaciones con la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
En un santiamén tuve que apartarme del ‘chequeo’ para salir a la calle, cámara fotográfica en mano, para con imágenes mostrar lo que acontecía en medio de una multitud enardecida, que ya había rodeado el auto en que lograron llegar al hotel los denunciantes.
Una persona cercana a la Oficina de Prensa de Palacio nos aseguró que solo de esa manera era posible detener a la turba contraria a Evo y evitar que fueran asesinados incluso.
Y fue así. Junto al enviado de Notimex, llegamos hasta el auto, no sin antes recibir empujones y descargas eléctricas por parte de los empleados de seguridad del hotel, quienes intentaban impedir nuestra presencia en el lugar de los hechos.
A menos de una cuadra del hotel ya el vehículo estaba rodeado por jóvenes y vecinos autonomistas exaltados que gritaban frases racistas como ‘collas (indios) de mierda’ y pedían incendiar el auto con Amorín, el chofer y las dos mujeres en su interior.
El colega de Notimex y este corresponsal nos apostamos al lado del auto y comenzamos a tirar fotos a los manifestantes, en medio de empujones y puñetazos. También hicimos varias imágenes en el interior del vehículo para graficar los ‘últimos momentos’ de aquellos acusadores-acusados.
La turba no tuvo otro remedio que esperar la llegada de carros de la Policía y que trasladaran a los miembros del MAS a una unidad cercana, para su custodia.
En la noche, gracias a gestiones del Ministerio de Gobierno (Interior), eran liberados quienes traían evidencias del fraude, pero para la oposición habían robado sus votos, suficiente argumento para acabar con ellos.
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