marzo 28, 2024

La solidaridad transita por senderos misteriosos


Por JULIO A. MURIENTE PÉREZ -.


Cuando desapareció la Unión Soviética y colapsó el campo socialista del este de Europa, muchos nos sentimos desolados y desprotegidos. No era para menos. No había que pertenecer a un partido comunista “pro Moscú”, “pro China” ni nada semejante, para comprender que algo terrible había sucedido; que más allá de cualquier consideración, el movimiento democrático, progresista y revolucionario estaba sufriendo una espantosa derrota de la que el enemigo se regocijaba y habría de sacar partido.

Nos habían educado desde temprana fecha en la grandeza de la Revolución rusa, en la heroicidad del Ejército Rojo al liberar buena parte de Europa del yugo nazi-fascista en la Segunda Guerra Mundial y en el avance –incuestionablemente indetenible– de las ideas del marxismo-leninismo en todo el planeta. Rusia, Mongolia, Europa del este, China, Corea, Vientam, Laos, Kampuchea, Cuba, Angola, Mozambique. Una tercera parte de la humanidad, decíamos con arrogancia. Aquella visión mecánica y determinista nos aseguraba que era cuestión de tiempo para que el imperialismo –aquel tigre de papel– fuera derrotado definitivamente. Entonces florecerían por siempre el progreso, la paz y la felicidad.

Esa seguridad y confianza nos la daba el reconocimiento de una identidad ideológica poderosa, así como el desarrollo de una de las dimensiones más altas de la conciencia social, que es la solidaridad. El internacionalismo proletario.

Todo aquello se vino abajo.

A partir de entonces, muchos de nuestros pueblos han ido recomponiendo trabajosamente luchas, proyectos y aspiraciones, que son hoy más justas y pertinentes que nunca. En el caso de América Latina y el Caribe, hay que sumar el impacto destructivo de dictaduras represivas e inhumanas, cuyas consecuencias todavía imponen su presencia.

Seis años, once meses y 19 días después del colapso de la Unión Soviética –el 6 de diciembre de 1998– Hugo Chávez Frías alcanzó la presidencia de lo que vendría a ser la República Bolivariana de Venezuela. Han pasado más de 20 años desde entonces en los que las amenazas, bloqueos, sabotajes y todo tipo de ardid destructivo ha sido utilizado por Estados Unidos con tal de impedir el florecimiento de esa revolución nuestroamericana. Han ejercido el mismo nivel de intolerancia y de violación delincuente de todo principio de respeto soberano que el que han aplicado contra Cuba por más de 60 años.

Cuba contó en su día con la Unión Soviética y el campo socialista este-europeo. Tanto por razones geoestratégicas como por afinidades ideológicas. El caso de Venezuela es distinto.

Sin embargo, hemos visto como –aunque parezca contradictorio– la Revolución bolivariana ha recibido el apoyo político, económico y diplomático de gobiernos con los que uno podría tener importantes diferencias ideológicas, como son los casos de Rusia, Irán y Turquía. Incluso China, que ha seguido un inquietante rumbo ideológico y económico heterodoxo en las pasadas décadas.

¿Por qué países francamente conservadores en muchos aspectos se exponen a una confrontación directa con el gobierno de Estados Unidos, la Unión Europea y otros aliados del capitalismo, apoyando a Venezuela?

Podría pensarse que se trata de una visión altamente pragmática de la política internacional; que cada país mueve sus piezas en este ajedrez global multipolar, sin que medien lealtades ni principios. Que, después de todo, existen denominadores comunes entre Venezuela bolivariana y esos gobiernos, lo suficientemente poderosos como para exponerse de la manera que lo hacen.

En todo caso, esta gran diferencia entre ayer y hoy no debe pasar inadvertida. No se trata ya del internacionalismo proletario. Se trata de intereses comunes. Bien nos conviene que esa comunidad de intereses se fortalezca y trascienda la cuestión circunstancial para transformarse en una alianza múltiple, diversa y duradera.


* Catedrático Universidad de Puerto Rico y dirigente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH) de Puerto Rico

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