abril 16, 2024

Notas críticas al libro de Teoponte, de Gustavo Rodríguez Ostria (primera parte)

Por Boris Ríos Brito-.


Para hacerse de la historia existe una disputa, de esta manera, el sujeto “autorizado” para narrar la historia –el historiador– en la Bolivia conservadora se ha vestido del manto de la apariencia de la palabra absolutamente verdadera, o en palabras de Bourdeiu (2000), con los ropajes de un doxósofo[2]. Esto no quiere decir que no haya estudiosos bolivianos que desarrollaron y desarrollen una historiografía crítica desde un “tiempo actual”, tiempo benjaminiano que puntualizaremos más adelante para no caer en el misticismo historicista que solamente reclama la objetividad, o en el otro rostro de la medalla, en el más pobre subjetivismo.

Apartados de estos posicionamientos y ropajes del doxósofo, que tienen como resultado siempre el mismo discurso de la clase dominante, buscaremos hacer puntuales algunas objeciones con el libro de Gustavo Rodríguez Ostria: Sin tiempo para las palabras. Teoponte. La otra Guerrilla guevarista en Bolivia, publicado por el Grupo Editorial Kipus en Cochabamba en 2006 y reimpreso en 2009 y 2015.

Las motivaciones para estas notas críticas, siempre presentes en cualquier hacer del animal político, son las de reflexionar sobre el papel del “historiador” a la hora de producir historia, o en términos genéricos, la de desnudar el sentido de la producción intelectual, por un lado, y advertir de algunos excesos en el texto, tanto en su método como en su propia apreciación, por otro. También es necesario reconocer que tenemos una mirada militante frente a la construcción colectiva de la historia y la memoria de los que ya no están presentes para rebatir al texto en cuestión, lo que nos motiva a no dejar que el silencio cómplice se apropie de nuevo del manto de la verdad, o que las conjeturas remplacen a los hechos.

Convencidos muchos y muchas de las entrevistadas de que las motivaciones de Rodríguez eran las de aportar a una reconstrucción de la historia del Ejército de Liberación Nacional (ELN) para seguir luchando, como nos afirmara una militante del ELN, le brindaron a este entrevistas, contactos con personas relacionadas y documentos. Por lo que es también válido reconsiderar cuáles fueron las motivaciones reales de Gustavo Rodríguez para emprender una tarea que le costara un gran esfuerzo personal, con algo así como una década de investigación –según informaron algunos de sus colaboradores–, pero que al mismo tiempo le causara tanta animadversión reflejada en las páginas de su libro y, finalmente, le sirviera para enriquecer su capital, por lo menos el simbólico.

Por último, es notorio que en varios pasajes o reconstrucciones hechas por nuestro autor, en su papel de “árbitro de la historia” (sic.), papel que juega a favor de su posicionamiento, existan vacíos, equivocaciones y desconocimientos, lo que seguramente podrá ser corroborado al tiempo de que algunos de sus entrevistados vayan refutando afirmaciones temerarias o aspectos deformados de los sucesos y de las entrevistas que brindaron. Por nuestro lado, recogimos entrevistas y bibliografía a nuestro alcance para desarrollar las observaciones críticas al mentado texto y que ponemos ahora a criterio del lector/a.

  1. La historia la escriben los vencedores: marco de crítica al método y al discurso de Rodríguez

Rodríguez señala en su libro que “busca evadir un tono hagiográfico” (Rodríguez, 2009: 10) y se dice partícipe de la corriente del “presente actual”. Asume, con Antonie Prost, la construcción problemática de un cierto objeto de investigación. Bajo estos postulados, muchas veces contradichos en el propio discurso del texto, asumiría como “historiador”, registrar la historia entre quienes la vivieron y hacer de “istor en el sentido que le daba Heródoto” (ídem), para definir su tarea, recurriendo a Peirre Nora, como la de “[…] una operación permanente intelectual, laica, que exige un análisis y discurso crítico” (: 11). Es decir, el autor busca reconstruir la historia de la guerrilla de Teoponte recopilando documentos y entrevistas con una visión crítica, en una especie de arbitraje, “sin creer todo lo que le dicen”, para terminar escribiendo bajo su propio análisis y discurso “críticos”, es decir, dando su sentencia como árbitro de la historia[3].

Esta interpretación, en la línea de Prost, bajo el manto de la relatividad de la verdad y la subjetividad, cae en muchos pasajes del libro en la superficialidad de la construcción de imágenes a partir de la estricta crítica y visión del autor, punto sobre el cual es necesario indagar para tener una comprensión más profunda del texto, ya que en muchos momentos se llega a negar y rebatir lo expuesto por los y las propias entrevistadas, que algunas veces son cuestionadas por el autor por no haberle brindado la información que él exigía.

Como parte del entendimiento de Rodríguez, de sentirse parte de una generación que vivió los sucesos de Teoponte, realiza una recreación desde una “historia del presente”, haciéndose parte del discurso que desarrolla. Así, también como instrumento de su “sentirse parte de la historia”, utiliza una muy reiterada “bitácora” en autoreferencia sobre sus pareceres, emociones y pensamientos, tanto a la hora de las entrevistas, como a la de sus cavilaciones.

En este esquema, y asumiendo la crítica de Bourdieu, nos parece que no se valora el peso de la propia subjetividad, del quién escribe, visible no solo en el siempre presente mapa valorativo que se aplica una y otra vez sobre los hechos y los supuestos, donde se parte de la calificación (y tal vez el prejuicio) de que el ELN de Bolivia fue una organización (ultra) militarista, “machista”, vertical, sin formación política, sin capacidad de análisis de la realidad y que se cohesionaba en un creencia ciega en el foquismo que se traducía en un culto “religioso” que expiaba sus culpas a través de una “detestable violencia” (sic), sino también visible en un espejo del autor, menos evidente, en donde se expresan sus propios deseos (¿en un sentido solo inconsciente?).

Desde el mundo explicativo del autor, la acción y el pensamiento de hombres y mujeres que escriben su historia no tiene cabida y existe una constante búsqueda de imponer ciertos paradigmas propios a los de los sujetos de su investigación. El papel arbitral que cumple Rodríguez se tiene como autoreferencia final y verdadera frente a estos hombres y mujeres, llegando al punto de comparación sin tiempo y sin espacio o, en su defecto, por poner un ejemplo sobresaliente, a generalizar particularidades de un determinado grupo armado que carga cierto contexto (cultural, histórico, político, etc.), con otro distinto que incluso difiere de este no solo geográficamente, sino temporalmente.

El quién escribe y qué lo motiva, no es un tema de las personas, o solamente de los individuos, sino de lo que estos representan, sobre todo en el sentido político-ideológico. Así, como escribió Benjamin, no es extraño que el historicismo se comprometa con el vencedor (Benjamin, 1999: 45).

Como el escribir no es un acto meramente intelectual y venido de la providencia, sino el resultado de una posición político-ideológica, mucho de la discusión sobre el texto puede resumirse en ese sentido. Claramente, los descendientes del liberalismo encontrarán en la autosatisfacción, en lo primordial del individuo y su satisfacción como fin último, las respuestas a las incógnitas de la vida, brindándole, además, un grado de “naturalidad” a esta búsqueda egoísta y encontrando en el colectivismo la solidaridad y “el pensar en el prójimo” blanco de burla, desprecio y, a sus ojos, una forma de primitivismo, de un arcaísmo utópico. De esta manera, el marco de análisis de nuestro autor partirá de una perspectiva liberal que ensalza la democracia y el pacifismo –o lo que el autor entendería de estos–, pasando por alto, por ejemplo, la violencia que genera el capital[4]. Vale la pena tomar en cuenta este aspecto a la hora en la que el discurso del texto mencionado reconstruye “la” historia de la guerrilla del ELN en Teoponte.

De esta manera y casi en un mismo plano, nuestro autor critica al ELN no haber comprendido la tradición boliviana devenida de la insurrección popular del 52, desdeñando el propio precepto de la guerrilla y la violencia revolucionaria. Todo el esquema de identidad del ELN queda invalidado en vez de ser aprehendido para encontrar el sentido autoexplicativo de quienes asumieron vencer o morir por el socialismo en Bolivia.

Asumamos, bajo estas consideraciones, el desarrollo de algunos aspectos puntuales del libro para reflexionar sobre el sentido de esta “reconstrucción problemática” de la guerrilla de Teoponte, y desnudemos algunos de los argumentos que, a nuestro juicio, están equivocados.

  1. Crítica a algunos aspectos críticos

El libro de Rodríguez Ostria ha logrado, gracias a la amistad del autor con Jorge Bayro, un exeleno, encontrar los caminos y la aceptación de decenas de militantes e integrantes del ELN a ser entrevistados y conseguir documentos y fotografías relacionadas. Incluido Bayro, muchos de quienes entrevistó dieron testimonio de una parte de sus vidas que vivieron con intensidad, convencidos de morir o vencer, como señalamos líneas arriba; la mayoría aportaron con la certeza de que se estaba reconstruyendo la historia de su organización para seguir luchando o para aportar al presente. Sin embargo, el discurso del libro es el de Rodríguez, y en un polo disidente al de él, afirmamos con Benjamin, que nada de lo que se ha verificado está perdido para la historia, ya que:

“[…] solo a la humanidad redimida le concierne enteramente su pasado, esto quiere decir que sólo para la humanidad redimida es citable el pasado en cada uno de sus momentos. […]” (Benjamin, 1999: 44)

¿Cómo comprender un momento en la historia si no es a través de aquellos que la vivieron? O mejor, para no caer en una trampa: ¿Cómo aprehender un momento de la historia? “Para el materialismo histórico se trata de fijar la imagen del pasado –abusando de Benjamin– como esta se le presenta al sujeto histórico” (: 45), lo que se encuentra muy lejano de desarrollar un discurso y validarlo como objetivo desde el subjetivismo.

  • La posición del ELN

Un tema generalmente poco profundizado, no solamente en el libro de nuestro autor, sino por mucho de la tradición liberal e incluso de la izquierda en general, es el pensamiento del Che Guevara. Sin embargo, solo es posible coser este pensamiento luego de que sus escritos y visiones fueron renaciendo por retazos desempolvados del olvido, de la confidencialidad e incluso de la censura. Pocos fueron los que, además de sus polémicas públicas sobre la teoría del valor, sus discursos y sus escritos, tuvieron la posibilidad de salir a la luz pública y permitieron discutir su pensamiento con mayor profundidad. Empero, los que lucharon al lado del Che tuvieron la oportunidad de compenetrarse de su pensamiento; así, su áspera crítica al manual de economía política de la Unión Soviética y su profética sentencia a la Nueva Política Económica (NEP) hicieron resonancia en Inti Peredo (Peredo, 2013: 120-121), quien, solo por esa posibilidad de estar con el Che, la rescató en Mi campaña junto al Che, dando de baja a las especulaciones que negaban su autoría, ya que esas resonancias pueden corroborarse únicamente en los Apuntes críticos a la Economía Política de autoría del Che (Guevara, 2007), que solo fueron públicas mucho después del texto de Inti, en la primera década de los años 2000.

De esta manera, el pensamiento del Che podría definirse como heterodoxo, crítico, propio (en el sentido latinoamericano) e íntimamente ligado a una praxis revolucionaria. Lejos de esta descripción queda la imagen hueca del guerrero y el rudo militar, o la mirada que recurre al manual de la guerra de guerrillas y el “Mensaje a la Tricontinental” y reconoce en ellos párrafos a la letra muerta, según el uso y la conveniencia para descalificarlo y reducir su propuesta.

Pese a estos breves apuntes sobre el pensamiento del Che, a las cuales recurriremos en el presente texto cuando sea necesario, el posicionamiento del ELN, que se asumía guevarista, tuvo coincidencias, pero también diferencias con él, y en definitiva, por lo expuesto anteriormente, porque mucho de este pensamiento pudo ser aprehendido en la medida en que sus escritos fueron apareciendo, lo que en algunos casos sucedió más de dos décadas después de la guerrilla de Teoponte.

Bajo estas advertencias, la búsqueda de entender al ELN en ese momento corresponde a entender su tiempo, así:

“Articular históricamente el pasado no significa conocerlo ‘como verdaderamente ha sido’. Significa adueñarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro. […]” (Benjamin, 1999: 45)

Claramente, aunque el autor insista una y otra vez, el ELN se concebía como un ejército, aunque muy ajeno a como Rodríguez quiere entender: como “una organización estrictamente militar” (Rodríguez, 2009: 173), así también afirma:

“El ELN no consideraba necesario contar con frentes de masas ni organismos con cobertura legal que hicieran política en las calles o las tribunas, sino nutrirse de cuadros selectos que operaran en y desde la clandestinidad. La voluntad mesiánica y heroísmo de ese pequeño y decidido núcleo de combatientes de monte arriba sería más que suficiente para quemar etapas al establecer el socialismo, como pregonaba el Che. Imaginación utópica y misión providencial construida sobre bases subjetivas, pero también sobre la lectura de los signos de una época por una militancia que, en su singularidad, se sentía parte de colectivo revolucionario internacionalista. La presencia de Cuba triunfante, los procesos contestatarios en países vecinos y de Vietnam que enfrentaba al coloso yanqui seducía y aseguraba que la desigualdad militar podía ser superada por la voluntad y la conciencia. Pero Lenin –recordémoslos– no ahorraba epítetos para descalificar al romanticismo estéril (blanquismo) de quienes, solo con su heroica decisión, pretendían sustituir la movilización social.” (:174)

El autor hace presentes sus criterios contrarios al ELN por no conformarse como “partido”, mientras que el ELN se asumía literalmente como “[…] una organización política con estructura fundamentalmente militar […]” (: 172 y 173). La apuesta del ELN por la lucha armada venía, por un lado, de la imagen de la Cuba triunfante. En este sentido, bajo el esquema cubano, que nuestro autor ve como un “quemar etapas”, conclusión que es por lo menos discutible, sobre todo para ese momento, como él mismo luego admite, en que la lucha armada se mostraba viable. Por otro lado, el ELN, de hecho encontraba claramente los prolegómenos y validez de su método en las experiencias indígenas, campesinas y en las guerrillas independentistas altoperuanas, lo que nuestro autor trivializa (: 167) sin aparentemente reflexionar sobre la trascendencia histórica de estas experiencias de “vocación de armas y de culto a la violencia” (: ídem) del pueblo.

El pacifismo liberal niega la violencia del capital, niega la historia como la historia de la lucha de clases y busca en la “razón” la solución a las injusticias sociales promovidas por la racionalidad capitalista basada en el despojo y la acumulación privada de la producción social. Efectivamente, el ELN, que se asume como marxista-leninista, define como a sus enemigos al capital internacional y a las oligarquías criollas, en una tangencial distancia a estas posiciones liberales.

La experiencia de Cuba, pero también las realidades concretas, van a alimentar también en el ELN una gran distancia con las posiciones tradicionales de la izquierda boliviana que poco o nada habían contribuido en la lucha por el socialismo hasta ese momento. En este sentido, el ELN critica al reformismo y al gradualismo del Partido Comunista de Bolivia (PCB) y a las posiciones nacionalistas, sean civiles o militares (: 170).

Tal vez, en un exceso, el autor compara la visión del ELN con el de De la guerra de Vom Kriege, aseverando que para el ELN solo existirían combatientes y enemigos, amigos-enemigos, lo que va desviando el implícito reconocimiento del ELN a un sujeto histórico revolucionario distinto al tradicional y que profundizaremos más adelante, y que se condice, por señalar la máxima referencia, a la Revolución cubana: los sectores campesinos e indígenas.

El ELN renegó del nacionalismo revolucionario, que posterior a la gesta de Teoponte, a través de su mayor representante, Víctor Paz Estenssoro y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que integró en 1971 la alianza entre Hugo Banzer, en representación de las Fuerzas Armadas, y la fascista Falange Socialista Bolivia, para implantar un régimen dictatorial y de facto que puso como principal –sino único– enemigo a eliminar físicamente al ELN (Sivak, 2001: 352). Víctor Paz Estenssoro también fue el artífice de la legalización del modelo neoliberal en Bolivia en 1985, de la mano de la “empresa privada” y la Iiglesia católica. De esta manera, nacionalismo y alianza de clases pasan como parte de la retórica del desarrollo del capitalismo boliviano.

“[…] El ELN desdeñaba a la democracia liberal […]” (Rodríguez, 2009: 169), como afirma nuestro autor, y es tras décadas de ese momento en el que se puede apreciar que la democracia liberal que representa la enajenación de la capacidad política de la gente no es una democracia a la talla de la compleja composición social boliviana. La política del ELN tenía como horizonte –que era la perspectiva, valga la redundancia, de esa época– la toma del poder político y la instauración de un régimen socialista a la cabeza del campesinado, las y los obreros y los sectores de intelectuales progresistas, como señaló el Che.

Vale la pena apuntar que Rodríguez alude a un texto titulado “Ideario Político del ELN”, mismo que, en entrevista a varios militantes del ELN de este periodo niegan conocerlo o lo recuerdan como una propuesta poco conocida de una fracción interna. Sin embargo, asumiendo que dicho texto haya tenido un peso relevante dentro del ELN –lo que se niega, reiteramos, por varios militantes de ese momento–, la crítica de Rodríguez versa sobre la falta de valor que le daría el ELN a otras gestas indígenas y campesinas y sobre todo a la alianza de clases del 52 y al potencial transformador de la burguesía, subrayando que para el ELN, el nacionalismo nacido del abril del 52 (y cualquier otro) era desdeñable ( :166-167).

Por último, es necesario señalar que el ELN asumió la lucha armada justamente cuando se empezó a aplicar el Plan Cóndor y, tanto los Estados sudamericanos, como sus financiadores y mentores, como el imperialismo norteamericano, hicieron un uso desproporcional e institucionalizado de la violencia, generando miles de muertos, desaparecidos, detenidos y torturados. Este periodo de 18 años, entre 1964 con el golpe de Barrientos y 1982 con la caída de García Meza y el retorno a la democracia, incluidos esos pequeños periodos “democráticos” en donde el aparato represivo siguió trabajando, no fue pacífico para el pueblo, sino de terrorismo de Estado. Esa historia de resistencia del pueblo boliviano, también fue un periodo de lucha y de historia del ELN que tuvo un aporte de cientos de militantes presos, torturados, asesinados, desaparecidos, que para Rodríguez pareciera simplemente no existir.

Continuara…


 * Sociólogo


BIBLIOGRAFÍA

 

Assmann, Hugo                       Teoponte una experiencia guerrillera, CEDI, 1971, Bolivia.

 

Benjamin, Walter                   Tesis sobre la filosofía de la historia en: Ensayos Escogidos, Ediciones Coyoacán, 1999, México.

Bourdieu, Pierre                     Intelectuales, Política y Poder, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2000, Argentina.

 

Cabezas, Omar                       La Montaña es algo más que una inmensa estepa verde, Editorial Nueva Nicaragua, 1982, Nicaragua.

 

Guevara, Ernesto                   Apuntes críticos a la Economía Política, Ocean Sur, 2007, Colombia.

Guerra de Guerrillas, Ocean Sur, 2007, Colombia.

«Crear dos, tres… muchos Vietnam» Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental, en: https://www.marxists.org/espanol/guevara/04_67.htm (Revisado: 27 de diciembre 2014)

 

Guevara, Ernesto y Castro, Raúl       La conquista de la esperanza. Diarios inéditos de la guerrilla cubana. Diciembre de 1956 – febrero de 1957, Grupo Editorial Planeta, 1995, México.

 

Peredo, Inti                             Mi campaña junto al Che y otros documentos, Ediciones Inti, 2013, Bolivia.

 

Rodríguez, Gustavo                Sin tiempo para las palabras. Teoponte. La otra Guerrilla guevarista en Bolivia, Grupo Editorial Kipus, 2009 y 2015 (ambas reimpresiones), Bolivia.

 

Sivak, Martin                          El dictador elegido Biografía no autorizada de Hugo Banzer Suarez, Plural Editores, 2001, Bolivia.

 

Suárez, Mario                         Teoponte: sueños de libertad masacrados, Ediciones Inti, 2013, Bolivia

 

Tischler, Sergio                      La crisis del sujeto leninista y la circunstancia zapatista en: Revista Chiapas N° 12, México, 2001 en: http://www.revistachiapas.org/No12/ch12tischler.html (Revisado: 27 de diciembre 2014)

[1] Agradezco los valiosos y agudos comentarios y acertados aportes de Karina Acuña Nogales, mismos que contribuyeron significativamente a este artículo que durmió desde 2009 y que por deuda con quienes dieron su vida a la historia de la guerrilla de Teoponte me permito poner en consideración ahora. Asimismo, agradezco las sugerencias del profesor Luis Oporto, quien es un permanente e incansable constructor de la memoria de nuestro país.

[2] Pierre Bourdieu apunta en su libro Razones prácticas, a propósito de la relación cómplice ontológica que “se instituye entre dos “realidades”, el habitus y el campo, que son dos modos de existencia de la historia, o de la sociedad, la historia hecha cosa, institución objetivada, y la historia hecha cuerpo, institución incorporada.”

Bajo este esquema, “haciendo hablar al autor”, entender el campo científico, como un campo en donde la lucha de clases se expresa entre quienes, que construyen un habitus, investidos de autoridad frente a los profanos, reproducen la ideología de la clase dominante bajo un discurso que no reconoce la necesidad de “objetivar al sujeto objetivante”, de esta manera, lo objetivo, o en todo caso, la discusión entre objetividad y subjetividad, se enmarca en una mera formalidad.

En este sentido, Bourdieu escribe: “[…] La idea de una ciencia neutra es una ficción, y una ficción interesada, que permite dar por científica una forma neutralizada y eufemizada -por lo tanto, particularmente eficaz simbólicamente porque es particularmente irreconocible- de la representación del mundo social.” [Bourdieu, 2000: 103]

[3] Durante el auge del neoliberalismo, que representó una victoria material e ideológica sobre cualquier otra posibilidad de sociedad, los que se sumaron directa e indirectamente al neoliberalismo, con Fukuyama erguían los pechos proclamando “el fin de la historia”, el sistema de partidos políticos se imponía como única vía de interpelación entre a Sociedad y el Estado: “la democracia había triunfado”. Mucho de los “intelectuales de izquierda” se sumaban a los carros neoliberales. De esa democracia, de esa institucionalidad y de esa “paciencia”, que con burocracia y tecnocracia se vanagloriaba de haber superado a las ideologías viene la corriente más dura que condena la violencia de los pobres y los oprimidos; el “salvajismo de las protestas” y de las luchas revolucionarias y que llegó a calificar a la lucha armada como “terrorismo”. ¿Es este marco, de lo neoliberal, de los vencedores por casi 20 años en Bolivia, de donde se desprende lo interpretativo de Rodríguez?

[4] En la historia universal es posible evaluar el despliegue de la fuerza desproporcional del capitalismo para negar al trabajo, para subordinar a las y los trabajadores bajo muerte y persecución. Asimismo, es palpable el accionar del imperialismo norteamericano contra los pueblos que no asumieron sus designios y sobreviven en “su área” de influencia, esto después de la Segundo Guerra Mundial nos ha dado imágenes horribles con la guerra de Vietnam, la Guerra del Golfo Pérsico, la Guerra contra Irak, etc. y capítulos como las dictaduras militares en América Latina, como también hemos visto la violencia imperialista Belga en el Congo. No solamente se trata de una violencia permanente del capitalismo contra las grandes masas de trabajadores y trabajadoras, sino de los rostros de muerte, dolor y destrucción que se han generado a partir de la fase imperialista.

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