La violencia política contra las mujeres y la utilización de los estereotipos de género son parte del ejercicio del poder machista.
Como bien señala un excelente artículo publicado en El País de España titulado: “Misoginia del poder: la cruzada del macho contra las ‘zorras’ de la política”, el fenómeno no es aislado, nuestros países latinoamericanos son muestra clara de ello. En Ecuador, según la ministra de Gobierno, María Paula Romo, los insultos son parte del debate político. Se tilda de “zorra” a Gabriela Rivadeneira o Marcela Aguiñaga por cuestionar los despidos en el sector público o por oponerse a las políticas neoliberales aplicadas por el gobierno de Moreno, exactamente como lo hicieran con Alexandria Ocasio-Cortez, en el Capitolio en días pasados, por reclamar mayor inversión social y cuestionar el racismo y la pobreza sistémica, develando sus consecuencias.
¿Qué hay detrás de estos improperios e insultos? ¿Por qué no se ataca del mismo modo a los hombres que están en política?
Todas estas son manifestaciones de odio por el hecho de ser mujeres: la misoginia. Pero es contra algunas mujeres en particular, de manera sistemática y coordinada, “la cruzada”. Como en la Edad Media, es para destruir a aquellas mujeres que se atrevieron a cuestionar el rol socialmente asignado e irrumpieron en el espacio de lo público. El ingreso de la mujer en actividades políticas no solo ha implicado ocupar un espacio históricamente destinado y liderado exclusivamente por los varones, sino también un cambio en el sistema simbólico de representación masculino.
En el imaginario social pega fuerte el discurso que las mujeres no deberíamos participar en la vida política, ya sea porque no estamos “capacitadas” o simplemente porque estamos trasgrediendo en términos morales su rol, pues la política es un espacio de “hombres”. Se nos cuestiona por el hecho de “atrevernos” a participar en un espacio masculinizado.
La estigmatización de la “política” siembra el miedo y el odio, principalmente en las mujeres, al momento de tomar la decisión de participar en ella: “si te involucras en ella tendrás que asumir los costos”. Para Catherine MacKinnon, el Estado es la expresión estructural del dominio masculino, pues ha sido el ente que ha aumentado las brechas entre los géneros, así como ha considerado a la mujer como objeto y no sujeto pleno. El género es un sistema social que divide el poder, de quien lo ejerce y de quien es afectado por este, en una afectación que se da también en lo político (1989).
La violencia política contra las mujeres se inscribe en la violencia de género, porque tiene que ver con el mandato de masculinidad, que es de violencia y poder.
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