marzo 29, 2024

Ética, política e historia en tiempos de crisis en Bolivia

Por Boris Ríos Brito *-.


Entre las victoria más profundas del capitalismo sobre la humanidad, está el hecho de la aprehensión del significado de la existencia misma de los individuos; el cómo pensarse y representarse en medio del universo, en el sentido mismo de la vida, en medio de la sociedad, en la relación amorosa, sexual, entre otras. De pronto, conocimiento, valores e historia pasan a ser suplidos por una práctica, una dinámica, una concepción del mundo única y plana: ideología –dirían algunos–, pero ello implicaría un tipo de cuerpo de ideas apropiado y no una inercia vacua y banal de consumo, reproducción de estereotipos, repetición de consignas absurdas, de ignorancia aplaudida, etcétera.

En Bolivia, las últimas elecciones subnacionales nos han regalado una buena muestra de cómo las lógicas y dinámicas políticas y sociales siguen sin poder superar el triunfo ideológico y de significado del capitalismo. Repasemos algunas hipótesis.

La (des)política al servicio del enemigo

Probablemente no hay mito más perverso que el de la democracia contemporánea, cuyo fin sigue siendo el de la expropiación del “poder hacer” a los de abajo, es decir, la negación de su única capacidad política o con “poder”, que se encuentra en su acción colectiva frente a lo instituido que se muestra como universal e inmutable.

Como relámpago, el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP) nació como justicia reclamada, como voz propia y herejía a la política liberal. Sus raíces, anticolonialistas, antiimperialistas y anticapitalistas, representaron la base de un horizonte común revolucionario que buscó superar una democracia restringida y pactada –burguesa, para no perder su sentido de clase–, y asumió la consigna de “representarnos a nosotros mismos” como un medio para llegar a un fin mucho más grande y revolucionario.

Pero, como no podía ser de otra manera, cuando el debate no fluye y el quehacer de lo urgente y la emergencia se imponen en la inercia de la lógica y la dinámica del Estado (burgués), todo esfuerzo de afuera y desde abajo se subsumió y se impuso una dinámica prebendal y de ascenso social y económico que corrompió, o por lo menos erosionó, capacidades transformadoras a y de las organizaciones y movimientos sociales. Por ello, la discusión de superación de la democracia liberal o burguesa prácticamente se borró de las preocupaciones fundamentales que tenían que ver con ejercer lo plurinacional desde un sustento no declarativo y real como la economía y, mucho más, el territorio.

¿A quién sino a la derecha y la naciente burguesía agroindustrial le sirvió (y le sirve) que la “indiada” rebelde se haya asumido al Estado y dejado de lado sus pretensiones de autodeterminación y de ruptura radical con lo colonial y lo capitalista? Confundir el instrumento con el fin ha dejado en mejores condiciones a una renovada derecha que hoy se encuentra nuevamente con un discurso, desde el Movimiento Al Socialismo (MAS), de “inclusión” y de “no confrontación” en pro del “desarrollo” y la “región”, es decir, lo local y lo subnacional, desde donde lo enemigo de lo popular se encuentra en franca y fortalecida recomposición.

Ética, ese principio de esos bichos de izquierda

“Cada sociedad tiene los líderes que se merece”, reza un adagio popular, y es cierto, no hay peor momento político que aquel en donde se premia a la derecha racista, corrupta y violenta con el voto “democrático”, pero para que ello suceda muchas variables deben intervenir, me cabe señalar, sin embargo, para el caso de Cochabamba en las subnacionales, desde lo popular, las contradicciones de lo interno, la falta de conciencia y reflexión por parte de una gran parte del electorado y la normalización de la política de la prebenda.

Las grandes lideresas y líderes revolucionarios en la historia nos han mostrado que salvaguardar la moral revolucionaria es fundamental. Así, solo decir la verdad y ser coherentes es un patrimonio de la dignidad revolucionaria. En cambio, una parte de la tradición militante ha mostrado lo fácil que les ha resultado acomodarse o “pasar ríos de sangre” encima de puentes tendidos “por la gestión”, el “bien común” y “la paz”. También el que un cargo puede acallar a una pequeña fracción de la izquierda, aunque esta sea testimonial.

La ética y la moral revolucionarias han terminado siendo puestas de lado ante una creciente corriente moderada que dice privilegiar la gestión por el “desarrollo”, sin hacer disquisición alguna de los acuerdos a los que llega con actores de ultraderecha triunfantes en los espacios más importantes de lo subnacional en Bolivia.

El camino para que el servicio al pueblo retome valor social es todavía complicado en estas circunstancias, pues es necesario superar el pragmatismo amarillo que siempre le abre espacio de privilegio a la derecha, en el caso boliviano a la extrema y violenta, que ha sabido medirse y no dejarse llevar por aleteos irreflexivos de peones radicalizados como son los “líderes” del Comité Cívico Pro Santa Cruz y sus huestes racistas y rabiosas.

Parte de una ética y moral revolucionarias corresponden también a saber comprender el momento histórico y no mentir, pese a cualquier circunstancia, no en un acto de purismo, sino de ubicación de época y momento histórico, sabiendo cuál es el enemigo y tratarlo como tal y marchar firmes hacia donde se busca llegar.

La historia de las y los de abajo

Es cierto que la historia la escriben los vencedores, pero si algo nos ha enseñado la resistencia indígena y popular es la decisión de seguir luchando, pese al yugo opresor y bajo una premisa ciertamente universal: el derecho de autodeterminarse.

Sin embargo, las elecciones subnacionales se han llevado adelante sin haberse cerrado la etapa del golpismo, sin que se haya desarrollado una discursividad explicativa de lo que ha sucedido y sin que se hayan aclarado o develado muchos de los hechos, es decir, sin haber terminado de vencer con la imposición de una “agenda” que debe incluir imprescindiblemente justicia y resarcimiento, con una investigación seria y regida a los protocolos nacionales e internacionales sobre la vulneración grave de Derechos Humanos y que en Bolivia parece siempre tomarse a la ligera, y también asumir lo político que puede trascender más allá, superando críticamente la tesis de la “clase media” como sujeto político del Proceso de Cambio y la “inclusión” del enemigo a este, que representó fortificar y mimar a la naciente burguesía agroindustrial del Oriente.

Sin todo esto, no es raro que propios y extraños hayan abusado de lo sucedido durante el golpe autonombrándose vanguardia de la lucha sin haber sufrido persecución ni haber protagonizado (o casi) acción alguna de resistencia a grupos paramilitares o las fuerzas de represión policiales y/o militares. De pronto, la historia se ha tergiversado hasta tal punto que actrices y actores marginales –por decir lo menos, ya que muchos o se escaparon o guardaron un silencio cómodo a salvo de cualquier peligro– han usurpado reconocimientos que no les pertenecen. Incluso, compañeras y compañeros que han vivido en carne propia la represión y el encarcelamiento ahora parecen olvidarse de acciones colectivas y de esfuerzos perseguidos y criminalizados como la Coordinadora Popular por la Defensa de la Democracia y la Vida de Cochabamba, o del papel fundamental del entonces Defensor del Pueblo de Cochabamba, Nelson Cox.

La crisis política no es nueva, sino que se arrastra y no podrá revertirse muy fácilmente porque es necesaria una nueva ola que transforme radicalmente y que reasuma un horizonte socialista retomando su historia y dispuesta a escribir la propia.


  • Sociólogo.

Sea el primero en opinar

Deja un comentario