Por Hugo Moldiz Mercado * -.
Estados Unidos, a pesar de ser el imperio más poderoso en la historia de la humanidad, no puede con Cuba, cuya capacidad de resistencia tampoco no tiene parangón en la historia de los pueblos de mundo. Ambos extremos se volvieron a constatar este pasado julio, cuando un plan cuidadosamente preparado en los Estados Unidos, para acabar con la primera revolución socialista en el continente, fue derrotado con convicción y firmeza por el espíritu indomable de hombres y mujeres que no están dispuestos a renunciar a su independencia y soberanía.
La implementación del plan conspirativo –concebido en los laboratorios de los servicios secretos de Estados Unidos y financiados por la ultraderecha de Miami– empezó en junio con la campaña #SosCuba, pero fue el 11 de julio cuando se mostró a plenitud. El eje central del plan era provocar un estallido social de proporciones que justificara, ante el mundo, una intervención armada extranjera.
La dirección del Partido Comunista de Cuba (PCC) y el Estado sabían, sobre la base de la experiencia de Playa Girón, que un plan de esa magnitud debía ser rápidamente derrotado. Y también, en menos de 72 horas, el pueblo hizo suyo la instrucción del presidente y primer secretario del PCC, Miguel Díaz-Canel, quien en la noche de ese domingo sostuvo: “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”.
El pueblo se movilizó masivamente –incluso con la participación de quienes tienen altos niveles de insatisfacción por la situación compleja por la que se atraviesa en el día a día–, en una respuesta inequívoca al “Ahora o nunca” con la que la ultraderecha continental alentaba a centenares de cubanos –convertidos en miles por los medios de comunicación hegemónicos– para que salieran a las calles de la mayor de las Antillas para protestar por el agudo desabastecimiento de alimentos, medicamentos y otros artículos indispensables para la subsistencia.
Entre los que salieron a protestar había de todo: los que están identificados con la Revolución pero, como seres humanos que son, están angustiados por la situación de aguda escasez; los que no alcanzan a percibir a cabalidad las causas estructurales de la coyuntura (endurecimiento del bloqueo y los efectos de la pandemia), pero tampoco quieren capitalismo; y, no podía faltar, los que no tienen ningún interés por el bienestar del pueblo cubano, sino que utilizan esas legítimas expectativas para tratar de alcanzar el objetivo político deseado desde hace 62 años: la “reversión” –termino empleado por la CIA en la década de los 80 con Reagan– o destrucción de la Revolución, cuya resistencia a las diversas formas de agresión imperial la han convertido en un verdadero símbolo de rebeldía y en un ejemplo político para los pobres del mundo. Y la alta dirección del Partido y el Gobierno de Cuba vieron con claridad la composición heterogénea de los que salieron a las calles en varias ciudades y así la describieron al momento de dar la línea para salir a las calles a defender la Revolución.
Cuando se revisa la historia de la Revolución cubana desde aquel 1 de enero de 1959, no es muy difícil encontrar una serie de episodios en los que se puso a prueba la viabilidad y fortaleza de la primera experiencia histórico-concreta de socialismo en la América Latina y el Caribe que, en dialéctica relación entre un liderazgo sin precedentes como el de Fidel Castro y la rebeldía inagotable de su pueblo, no se cansa de mostrar el camino hacia la plena independencia económica y soberanía política de nuestros pueblos.
Pero de todas las acciones desplegadas por Estados Unidos contra Cuba destaca la victoria que en menos de 72 horas obtuviera el Gobierno y Ejército revolucionario en Playa Girón, conocida también como la invasión de Bahía de Cochinos, contra las tropas mercenarias que habían ingresado territorio cubano en la madrugada de 15 de abril con el propósito de establecer una cabeza de playa, constituir un gobierno provisional y allanar la invasión de las tropas militares de Estados Unidos. Y es que Fidel, quien dirigió personalmente la defensa de la Revolución, sabía perfectamente que no había tiempo que perder y que si los mercenarios no eran rápidamente derrotados, era cuestión de días la invasión masiva de las tropas estadounidenses a territorio cubano.
La estrategia de Estados Unidos respecto de Cuba no se ha modificado un milímetro desde 1961 y Biden no ha rectificado nada de lo que impulsó la administración Trump, quien le sumó al criminal bloqueo otras 242 medidas draconianas que agravaron la situación en la isla. Todavía resta por saberse los detalles del plan imperial, pero es posible advertir que tenía fases y que no se trataba de un “protesta espontánea” como se la quiere presentar: primero, ir generando condiciones subjetivas, dentro y fuera de Cuba, a través de la sistemática divulgación de fake news sobre la situación de la población; segundo, ir preparando condiciones para calentar la calle con demandas de alcance internacional como la “ayuda humanitaria”; tercero, empujar a la gente para asaltar y saquear tiendas, tomar y quemar vehículos y golpear a policías (que en Cuba solo tienen por arma un bastón); y cuarto, pedir la intervención militar estadounidense para restablecer la paz y la tranquilidad, así como garantizar el acceso a la alimentación y la salud.
Los planes de la derecha yanqui se formularon en base a un cálculo erróneo. Los estrategas imperiales estimaban que era posible sacar provecho del hecho de que Cuba cuenta con un presidente y primer secretario del PCC que no pertenece a la “generación histórica” y que el implacable bombardeo con millones de fake news desde poderosos “portaaviones virtuales” iba a debilitar la moral, la inteligencia y la capacidad de resistencia de la inmensa mayoría de los cubanos y cubanas.
Y el imperialismo se equivocó de nuevo. Salvo unas horas de confusión, sobre todo en generaciones de jóvenes, la gente reaccionó y se volcó a las calles durante varios días para demostrar su compromiso con la patria, la Revolución y el socialismo. Los actos vandálicos fueron sofocados por la gente y por los órganos de seguridad del Estado. La campaña de la ultraderecha cubana en el exterior para pedir intervención militar se chocó con el rechazo de los cubanos y cubanas que no quieren una solución por el desastre. El PCC y el Gobierno demostraron que hay una experiencia acumulada por décadas para sortear con éxito momentos como ese. Y en el caso particular de Diaz-Canel –que desde que asumió la presidencia y desde hace poco el primer secretariado del PCC enfrenta situaciones más duras que en el pasado–, ha dado muestras de ser un digno hijo de la Revolución y de que los revolucionarios se forjan en el combate.
Y como ocurriera ese abril de 1961, la provocación imperial-mercenaria colocó a Cuba este julio de 2021 ante la mirada atenta del mundo, pero no en la condición de opresor, sino de víctima de una tramoya imperial. La reacción mayoritaria, incluso de gobiernos que no comulgan con el socialismo, fue de plena y absoluta solidaridad con un pueblo y gobierno cubanos que desde 1959 le piden el respeto al principio de la autodeterminación de los pueblos y al derecho a vivir en paz.
El peligro no ha pasado. Cuba, Venezuela y Nicaragua figuran en la primera línea de ataque para los Estados Unidos. El Imperio volverá a intentar usar las necesidades de la gente para provocar una implosión. La respuesta desde la dirección de la Revolución no es ignorar los problemas que existen y dar pie a las soluciones que la gente espera sin omitir los límites que impone el bloqueo y agresiones de todo el tiempo. Más y mejor participación quizá puedan ayudar a más y mejor socialismo.
- Periodista y escritor.
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