Por María Bolivia Rothe * -.
Desde ayer las lágrimas no han dejado de salir incesantemente de mi alma. Es difícil expresar lo que una siente cuando se rememora el terror de lo vivido plasmado en un informe que detalla lo que Bolivia soportó en la dictadura de Áñez, que, como maldición de los dioses, fue atravesada por la Covid-19; pandemia que parecía estar en complicidad con los golpistas, llevándose muchas vidas por delante. Una no puede entender cómo vivimos tanto horror y sobrevivimos. Será que es verdad que lo que no te mata, te hace más fuerte.
El informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) es una luz que muestra con mucha objetividad lo que los autores materiales e intelectuales de tan espantoso episodio de la política boliviana se empeñaron en distorsionar, por lo que les será difícil mantener el discurso del fraude y, por fin, las heridas empezarán a sanar, mediante la recuperación de la Memoria, la Verdad y la Justicia.
El terrorismo de Estado fue montado para destruir todo lo que un país libre y democrático puede significar y cegó, hasta con ejecuciones sumarias, 38 vidas de hermanos y hermanas que salieron a las calles a defender la democracia arrebatada, porque un odio visceral cubrió Bolivia en esos aciagos días de 2019. El golpe de Estado perpetrado por la derecha boliviana tuvo un guión marcado por el odio a un Estado Plurinacional y una patria que no entienden, como tampoco entienden la libre determinación de los pueblos.
Hablar de la propia historia resulta insignificante al lado del enorme sufrimiento que vivieron esos 38 compatriotas que fueron asesinados por balas disparadas a mansalva, amparados además por una ley aberrante que legalizó el asesinato.
Coincide mi artículo con el 50 aniversario de otro golpe sangriento: 21 de agosto de 1971. El coronel Hugo Banzer Suárez iniciaba siete años de cruel dictadura militar, junto con dos fuerzas políticas de esa época, Falange Socialista Boliviana (FSB) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). El golpe de Banzer dejó 98 muertos, 560 heridos, más de mil desaparecidos y cientos de detenidos y exiliados que también fueron por miles.
Banzer dejó el gobierno luego de la histórica huelga de las mujeres mineras, presidida por Domitila Chungara, a finales de 1977, donde estuvieron los sacerdotes Xavier Albó y Luis Espinal, este último acribillado a balazos en marzo de 1980 por los paramilitares que, en julio de ese mismo año, se harían del poder en un nuevo golpe militar, esta vez precedido por el general Luis García Meza.
Si bien yo era una niña cuando el golpe de Banzer, cuando el de García Meza ya militaba y caí con tan solo 17 años. 39 años después, el golpe de noviembre de 2019 me expulsaría dolorosamente de Bolivia, con una demanda penal inexistente.
Es muy duro revivir las heridas que dejan los episodios de sangre y dolor en nuestro país; es más triste aún comprobar que los errores que desencadenan estas situaciones extremas no son comprendidos sino mucho después; es una tarea imprescindible de revolucionarios tener la autocrítica suficiente para desmenuzar los hechos y reconocer las equivocaciones; la ceguera del poder puede llegar a ser muy peligrosa y permitir que la escalada de violencia fascista se incruste en el mismo seno del Estado. Esto claramente fue lo que sucedió en 2019.
Hoy Bolivia se recupera lentamente de sus heridas; como Ave Fénix ha renacido a la democracia por un 55% que nos redimió y que demostró, una vez más, la inclaudicable vocación democrática del pueblo boliviano, que nunca ha dejado de luchar por esta democracia que costó tantas vidas y tanto dolor.
Pero el enemigo no duerme. El informe del GIEI, que demuestra que en Bolivia lo que se vivió en noviembre de 2019 fue un golpe de Estado, y la memoria histórica de los golpes del siglo XX, nos recuerden en todo momento que nuestra emancipación fue lograda con mucho esfuerzo y que puede ser arrebatada en un abrir y cerrar de ojos. Que la comprensión política de los hechos de una historia que siempre se repite, impidan que caigamos en la complacencia y la ingenuidad.
La democracia boliviana es y será siempre un campo de disputa para aquellos que no comprenden y que odian que Bolivia, otrora un país insignificante y oprimido, hoy en día sea un país libre, inclusivo y soberano, lleno de gente altiva, orgullosa y consciente de su destino, al que va labrando, día a día, con sus propias manos.
* Médica salubrista.
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