Por Iván Zambrana Flores *-.
En años recientes, los bolivianos hemos reavivado discusiones sobre el Estado y sus políticas a diferentes niveles, y de manera sobresaliente retomando debates ideológicos en defensa o en interpelación de una larga serie de “ismos”: comunismo, socialismo, capitalismo, extractivismo. Sin embargo, uno de los que ha llegado a estructurar nuestras vidas de la forma más intrusiva posible ha sido el denominado “fordismo”, que inclusive terminó transformado la manera en que afrontamos los desafíos actuales para la satisfacción de necesidades tan básicas como la alimentación.
Henry y la cadena de montaje
El fordismo puede entenderse como el modus operandi del capitalismo “avanzado”. Se denomina así en (des) honor a Henry Ford, el inventor de la cadena de montaje industrial, y por lo tanto el creador del modelo de producción masiva capitalista. Esta innovación dio pie a la “revolución” del automóvil, podría decirse a la fase más acelerada de la ruptura ecológica de las sociedades humanas consumistas y la base natural que las sustentan apenas. Más que una tecnología específica, es un enfoque radical de funcionamiento de los sistemas económicos y sociales modernos para la producción industrializada, estandarizada y consumida de manera masiva.
Los libros de texto de ingeniería y de negocios utilizan el término usualmente como un paradigma a seguir, cuando en realidad representa un punto de inflexión en la historia de la humanidad hacia la aceleración disruptiva del capitaloceno [1]. El fordismo simboliza un salto cualitativo durante el siglo XX en la sofisticación de los métodos para maximizar el lucro mediante la precarización de las condiciones de trabajo, la externalización de costos privados a la sociedad y a la naturaleza, y la alienación del acto productivo en sí mismo. Pero este enfoque no solo afectó la producción, sino que cambió radicalmente la forma en que las sociedades modernas consumen, inclusive distorsionando nuestras necesidades, nuestras querencias, y la manera de poder satisfacerlas.
Alimentación: necesidades vs. querencias
Pensar en Ford trae a la mente automóviles y aparatos mecánicos y electrónicos, pero tal vez ha distorsionado más dramáticamente la naturaleza misma de los sistemas alimentarios. El enfoque fordista ha profundizado la reificación (entiéndase como cosificación) de los campesinos y la “humanización” de lo que producen. En este mundo moderno el café tiene “cuerpo” pero los cafetaleros son objetos anónimos y descartables. Es decir, no importa de dónde viene el café y tampoco si los productores son compensados justamente, ya que detrás de un nombre inventado como Juan Valdez se esconden un sinnúmero de abusos en Colombia, así como sucede en otros países con el té, los plátanos, la soya, o inclusive la quinua. Esto porque lo que importa al mercado es que las mercancías/commodities se puedan comprar en grandes volúmenes y de manera estable, para satisfacer un ejército creciente de paladares primermundistas. Pero, surge la pregunta: ¿la necesidad que tienen los productores pobres de Guatemala de alimentar a sus familias es equivalente al deseo que tiene adolescentes neoyorquinos de saborear frappuccinos preparados con cafés exóticos a precios accesibles?
El enfoque fordista no solamente busca simplificar y masificar la producción, sino también simplificar y masificar el consumo, y qué mejor forma de hacerlo que abandonando la noción de que dependemos del bienestar de los productores rurales y de sus sistemas de vida para alimentarnos sustentablemente. Esta tendencia es diametralmente opuesta a la búsqueda de armonía con la Madre Tierra a través de la producción agroecológica que cada día se hace más necesaria [2].
Pero esto es solamente la punta del iceberg, el fordismo ha acelerado el acaparamiento de la tierra, la diseminación de monocultivos, el uso irresponsable de agroquímicos, la liberación de paquetes transgénicos, social y ambientalmente perversos, la expansión de la siembra y cosecha intensiva en capital (generando desempleo), y la alienación tanto del trabajador rural como del consumidor urbano. Todo esto inclusive ha transformado cómo consumimos los alimentos en frecuencia, cantidad y hasta en su naturaleza. Por ejemplo, muchos de los lectores de este artículo se encontrarán a sí mismos leyéndolo mientras almuerzan frente a una pantalla y en soledad, cuando la alimentación familiar es una de las bases de la construcción de sentido de comunidad.
Hacia la revitalización de sistemas alimentarios
En pocas semanas se desarrollará en el ámbito de Naciones Unidas una Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios. Esta cumbre forma parte del Decenio de Acción para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de aquí a 2030, mediante la construcción de sistemas alimentarios más saludables, sustentable y equitativos. En el marco de este proceso, los diferentes países, incluyendo el nuestro, han desarrollado importantes procesos de diálogo interno, pero gran parte de la discusión cae en “lugares” comunes y trillados, verdades de Perogrullo y buenas intenciones.
El consumo responsable y consciente, el reciclaje, el etiquetado eco-amigable, son claves, pero no son la panacea. La producción postfordista [3] sueña con desmaterializar la cadena de montaje y hacernos creer que tenemos miles de opciones para comprar variantes empaquetadas de esencialmente el mismo producto. Adicionalmente, millones de dólares invierten empresas como Nestlé y Coca-Cola para grabar en nuestros cerebros un sentimiento de culpa tan profundo que nos hace olvidar que las decisiones de producción son tan o más trascendentales que las que hacen los consumidores. Esas decisiones hacia la sustentabilidad de los sistemas alimentarios con implicaciones en los bolsillos de los más ricos tienen que ser tomadas tanto por las élites locales como la agroindustria boliviana, como las élites globales que determinan los flujos comerciales en la ecología-mundo.
Los países que participaran en la Cumbre sobre Sistemas alimentarios dicen querer transformar la forma en que se producen, consumen y conciben los alimentos, pero esto no será posible sin hacer un diagnóstico de porqué y cómo hemos llegado a la crisis en la que nos encontramos, para luego poder ser realistas y no plantear cambios imposibles.
Las soluciones no solamente pasan por poner en la misma mesa a personalidades de las esferas académico-científicas, empresariales, políticas, y abrir espacios de mera participación con voz pero sin voto a agricultores, pueblos indígenas, organizaciones juveniles, consumidores, activistas. Es indispensable priorizar las necesidades fundamentales de las mayorías que se encuentran en una precaria situación de inseguridad laboral y/o alimentaria debido a las artificiosas fuerzas capitalistas. Es decir, mientras no haya voluntad política de los Estados (y control sobre sobre los poderes fácticos globales) para desmontar la producción fordista depredadora y construir alternativas radicales como el enfoque agroecológico, se seguirán convirtiendo a las poblaciones más vulnerables en víctimas del “progreso”, en un mundo donde solo se produce un solo tipo de maíz, pero que sirve para producir 20 sabores de Doritos que podemos disfrutar.
1 Ver Ugalde Soria G., Camila. “Transición energética con justicia y soberanía”. Edición impresa No. 906, del domingo 11 al sábado 17 de abril 2021.
2 Ver Georgina Catacora Vargas. “Los alimentos y la Madre Tierra en nuestro cotidiano”. Edición impresa No. 923, del domingo 8 al sábado 14 de agosto de 2021.
3 Bonanno, A., & Constance, D. H. (2001). “Globalization, Fordism, and Post-Fordism in agriculture and food: A critical review of the literature”. Culture & Agriculture, 23 (2), 1-18.
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