Por Carlos Echazú Cortéz * -.
Según un conocido adagio, “hay silencios que dicen mucho”. Eso viene a la mente cuando se considera el silencio que la derecha le ha dedicado al tema de las masacres de Sacaba y Senkata. El asunto obtuvo nueva resonancia por dos motivos en las últimas semanas. Por un lado, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) emitió su esperado informe calificando a ambas masacres por su nombre.
Además de ello expuso otras características de aquellas horrendas matanzas, sosteniendo que fueron planificadas, ejecutadas con saña, que no correspondieron a una proporcionada violencia de parte de quienes fueron luego las víctimas. El informe pone además al descubierto evidencias de que se trató de ocultarlas. Finalmente ha desvirtuado completamente las versiones del entonces gobierno de facto en torno a que en Sacaba “se mataron entre ellos” o que en Senkata “hubieran intentado volar” la planta de YPFB. Al respecto, la derecha mutis.
El segundo motivo por el cual las masacres obtuvieron nueva resonancia fue por la campaña iniciada por la derecha pretendiendo alegar que “se estaban violando los derechos” de la autoproclamada Jeanine Áñez. Entonces se les respondió desde todos los ángulos posibles: ¿cómo pueden hablar de violación a derechos quienes masacraron inmisericordemente a 36 personas en Sacaba, Senkata, Ovejuyo, Montero, Betanzos?, ¿no debieron acaso aquellos medios de comunicación, organismos de Derechos Humanos y supuestos demócratas, haber denunciado firmemente esas masacres?, ¿no está acaso la vida de 36 personas por encima de presuntos abusos en las cárceles (suponiendo que así fuera)? Otra vez, la derecha calla.
El silencio de la derecha al respecto es más infame que el intento canallesco de este, de evadir su responsabilidad sosteniendo que “se mataron entre ellos”. En el caso de Murillo, no negó que se produjeron las muertes, más bien pretendió deslindar su responsabilidad. Ahora, la actitud de la derecha es más perversa puesto que al ignorarlas pretende significar que no tienen la importancia debida para que se las considere en el debate público. Esa es la lógica conclusión de su silencio, ya que los políticos ponen (o deben poner) en la agenda pública los temas de mayor relevancia. Esto es muy grave puesto que revela su pensamiento. Aquí volvemos al adagio en torno a que “hay silencios que dicen mucho”.
En realidad, la respuesta que la derecha tiene que dar a la interpelación que se le hace sobre las masacres ya la ofreció el fascista Calvo durante el régimen de facto: “Bestias humanas, indignos de ser llamados ciudadanos”. Así lo expresó públicamente el presidente del también fascista Comité Cívico de Santa Cruz. Entonces se deduce la lógica del silencio: “Si los indígenas no son dignos de ser ciudadanos, entonces no se puede hablar de sus derechos, no tienen derechos”. Eso es lo que implica, en realidad, el silencio de la derecha.
Esta conclusión es concordante con la actitud que la derecha ha mostrado en toda la crisis política generada a raíz de su golpe de Estado. Desde un comienzo revelaron esas concepciones, cuando insistían aquella noche del 20 de octubre de 2019 para que se detenga el conteo de votos, sabiendo que lo que faltaba por llegar eran los votos de los indígenas del campo. Así también lo hacían la noche del 21 de febrero de 2016, cuando la votación indígena estuvo a punto de voltear la pírrica victoria que obtuvieron en el referéndum en base a sus mentiras. Por ese motivo, se niegan ahora a enfrentar un reconteo de los votos de las elecciones de 2019, porque saben que los votos indígenas le dan la victoria a Evo Morales. Nuevamente surge la misma conclusión de la concepción de la derecha: “Los indígenas no tienen derechos”.
Ahora bien, lo significativo de todo esto es revelar el carácter de la pretensión en torno a que los indígenas no fueran ciudadanos sujetos de derechos. Se ha visto muy nítidamente su carácter fascista en la pretensión de retornar a los tiempos de antes del 52, cuando los indígenas no tenían derecho al voto, y tampoco otros derechos, pues en la práctica eran sometidos a la servidumbre de las haciendas. Eran tiempos en los que la vida de los indígenas no valía nada, cuando un hacendado podía asesinar impunemente a un pongo.
El carácter fascista de la derecha ha sido revelado así a través de su silencio sobre las masacres. “Hay silencios que dicen mucho”.
* Militante de la izquierda boliviana.
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