febrero 18, 2025

El problema no es Camacho

Por Óscar Silva Flores *-.


Tras la aprobación de la nueva Constitución del Estado Plurinacional (CPE) en 2009, surgieron voces al interior del frente gobernante que avizoraban un largo y tranquilo periodo de gobierno, considerando haber superado los principales escollos políticos en la consolidación de un nuevo Estado. El tiempo y la realidad echaron por la borda el triunfalismo de algunos dirigentes y sectores y nos condujeron hasta donde estamos hoy.

La aprobación de la nueva carta constitutiva del Estado fue el resultado de una dura labor de años, no solamente desde la instalación de la Asamblea Constituyente (AC) en 2006, sino de mucho atrás, pero la resistencia al cambio, a la transformación histórica, se hizo más virulenta precisamente durante el periodo en que sesionó la Constituyente.

La masacre de Porvenir, la toma de instituciones en Santa Cruz, los sucesos del 24 de mayo contra los indígenas en Sucre, fueron episodios de una historia dura y triste, que todos esperamos no vuelvan a repetirse. El traslado de la sede de la AC a Oruro, la negociación posterior en el Legislativo y la aprobación, vía referéndum, de la nueva CPE, son hitos que no debemos dejar de recordar porque marcan la ruta recorrida, pero, igualmente, cómo en aquel mismo momento histórico se fue cediendo espacios al pasado, pese a la enorme acumulación de fuerzas del pueblo.

“Dejamos en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal: Asumimos el reto histórico de construir colectivamente el Estado Unitario Social de Derechos Plurinacional Comunitario, que integra y articula los propósitos de avanzar hacia una Bolivia democrática, productiva, portadora e inspiradora de la paz, comprometida con el desarrollo integral y con la libre determinación de los pueblos”, así reza textualmente el cuarto párrafo del Preámbulo de la nueva carta constitutiva del Estado Plurinacional de Bolivia, aprobada por mayoría absoluta por el pueblo boliviano en el Referéndum de 25 de enero de 2009 y promulgada en la histórica ciudad de El Alto de La Paz el 7 de febrero de ese mismo año.

Estaban sentadas las bases para avanzar en la construcción de una nueva arquitectura jurídica, social y política del Estado. El pueblo se había impuesto electoral y políticamente a las fuerzas conservadoras, retrógradas y neoliberales. Se había ganado una batalla, la más importante sin duda, pero aún no la guerra, esa que hasta ahora nos muestra las debilidades de nuestra organización y de nuestros liderazgos, como también las debilidades de las estrategias que se diseñaron y se pretendieron implementar a partir de entonces. Un errado triunfalismo llevó a pensar en el arrepentimiento de los derrotados, que pasaban muy rápidamente a la categoría de conversos y que eran bienvenidos a sumarse al proceso de transformación histórica que se pretendía llevar a cabo, estrategia considerada como cierta y correcta y que reforzaba la victoria del pueblo.

Entre esta confusión se pensó que la oligarquía, que el poder económico y político, había aceptado la derrota y había decidido subordinarse al poder del pueblo. Craso error, no solo se infiltraron en las esferas más importantes de la administración pública y del poder, sino que desde ese mismo momento empezaron a conspirar. Y desde el Gobierno se vio como un triunfo que esa oligarquía y esos grupos de poder sonrieran al Proceso de Cambio, se les dio ventajas y se les otorgó todo lo que pedían –ampliación de la frontera agrícola, introducción de biocombustibles, uso de transgénicos, facilidades financieras y una larga lista de etcéteras–, creyendo que los conversos serían fieles y consecuentes.

Cual si no se conociera la historia de los pueblos se hizo pacto con ellos, con los anti-patria que siempre permanecieron en apronte para al menor descuido arrancarle al pueblo su democracia y sus conquistas. Son ellos mismos, los que financiaron e impulsaron el golpe cívico-prefectural de 2008, el intento separatista de 2009 y el golpe de 2019. Son los oligarcas y gamonales que creen poseer características étnicas superiores, aquellos que se precian de llevar sangre europea en sus venas, aquellos de los apellidos con lustre y prosapia, aquellos que estuvieron comiendo de la mano del gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) por 14 años.

Ellos son el problema, no Luis Fernando Camacho, este es solo un títere, como lo fueron Rubén Costas u otros más en su momento. El problema no es Camacho, el problema es no saber identificar claramente cuál es el enemigo principal y no derrotarlo definitivamente. Hay una línea definitiva que separa al campo popular de estos grupos que solo alientan la violencia, el racismo y la discriminación y esa línea no se la debe cruzar para transar, para negociar y menos para rendirse o subordinarse. Si no se reconoce esta situación otros “Camachos” surgirán y los problemas se multiplicarán. Con el fascismo no se negocia, con el fascismo no se transa, al fascismo se lo derrota.


  • Periodista y abogado.

 

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