
Por Carlos Ernesto Moldiz Castillo *-.
Es natural que una cultura tan provinciana como la boliviana malinterprete una figura como la de Ernesto Che Guevara, que en otras latitudes no es considerada en absoluto polémica e incluso es aceptada como una suerte de mal necesario, transitorio, juvenil e inmaduro. Inteligente forma de domesticarlo, creo yo, que requiere un poco de estómago por parte de las clases dominantes que lo aceptan, aunque sea en una polera, con tal de que nadie se tome en serio sus ideas. Pero a pesar de su dimensión universal, la sobrada difusión de su biografía y pensamiento, las élites intelectuales de nuestro país reaccionan frente a él como lo haría el cura de una remota provincia contra una revista pornográfica o un libro ateo, mezclando desprecio y horror, para luego pretender que el problema no existe y que ni vale la pena discutirlo.
Su fobia guevarista es tanto más graciosa cuando se toma en cuenta que tal vez ni el mismo Che se hubiera tomado tan en serio a sí mismo, aceptándose, como lo hacía, como un revolucionario más en un mar de posibilidades, predicador de un marxismo inacabado y en construcción, con suma humildad, en otras palabras.
Para un país que no parece tener proclividad a las guerrillas, pero sí a los grandes movimientos insurreccionales, leer al Che no debería provocar tal ansiedad. Total, no es como si alguien fuera a tratar de crear dos, tres Vietnam de verdad ¿no es así? Creo que su arrojo, su entusiasmo justiciero, o valentía, como quieran llamar a su vocación de combatiente, es el elemento menos influyente de su construcción teórico-política por estos lares. No obstante, es lo único del Che que preocupa a nuestra burguesía, razón por la cual se asegura de que todo soldado y policía sea, en primer lugar y antes que todo, un eficaz exterminador de insurgentes.
El problema de las élites intelectuales y la oligarquía bolivianas con el Che es mucho más prosaico y parroquial, no obstante: es argentino, ¡cubano-argentino!, y al mismo tiempo latinoamericano, todo lo que su verdadera universidad (norte) americana les ha enseñado a desdeñar, sino es que a combatir. Hablar del Che implica, pues, pensar nuestro continente como identidad diferenciada del proyecto panamericano y denunciar la historia de sangre y fuego que el imperialismo estadounidense escribió sobre innumerables cuerpos, incluyendo el de nuestro héroe, en menos de un siglo. En otras palabras, evitan al Che como a la lepra porque son unos “corchos”, bolivianismo que se usa para designar a los alumnos zalameros, no necesariamente aplicados, que quieren quedar bien con el profesor. Su indiferencia ante las masacres de 2019 deja en claro que no comprendieron ni el abecé del liberalismo europeo que tan falsamente repiten en los medios de comunicación.
Su vida y obra son, pues, una muestra de dedicación y compromiso con la liberación de nuestros pueblos, a través de un pensamiento “pulido con delectación de artista”, y creo no exagerar al señalar que es un paso ineludible en el estudio del pensamiento político latinoamericano y la historia general de nuestra Región: conecta las aspiraciones de las revoluciones independentistas del siglo XIX con las luchas de todo el Tercer Mundo contra el neocolonialismo durante la segunda mitad del siglo XX, hasta alcanzar las primeras décadas del siglo XXI y la reemergencia de un proyecto nuestroamericano. Hay una línea de continuidad entre Simón Bolívar, José Martí, René Zavaleta, Eduardo Galeano y el pensador que acá nos ocupa, hasta llegar a Hugo Chávez y, por qué no, Evo Morales. Omito a Fidel Castro por tratarse de una suerte de alter ego o alma gemela suya, casi como si fueran la misma persona, a pesar de las sutiles diferencias que la práctica política de uno y otro sugieren. Es, en resumen, la culminación de una tradición democráticamente soberana que algunos ineptos llaman populismo.
Lección 1: Fusión de latinoamericanismo y marxismo. Que desarrolló desde su juventud hasta su madurez. En 1951 emprende su primer viaje por Latinoamérica junto con su amigo Alberto Granado, a bordo de la poderosa, y reedita la experiencia, esta vez junto a Carlos Ferrer, en 1953, pasando por Bolivia, hasta llegar a Guatemala, donde se suma decididamente a la defensa del gobierno reformista de Jacobo Árbenz. En México conoce a los exiliados cubanos sobrevivientes del Moncada, y llega a la conclusión de que no es posible superar la miseria de nuestra Región sin librarse primero del capitalismo subdesarrollado del Tercer Mundo. Su crítica a toda alternativa que no rompa decididamente con el capitalismo dependiente puede verse en su intervención ante el Consejo Interamericano Económico y Social (CIES), auspiciado por la Organización de Estados Americanos (OEA), Cuba no admite que se separe la economía de la política, donde promueve un proyecto alternativo para el desarrollo de nuestro continente, distinto a la Alianza para el Progreso promovida por Kennedy. La historia le dio la razón, en vista de las consecuencias que tuvo esta pretendida ayuda estadunidense a la Región: más pobreza, exclusión y dictaduras militares.
Lección 2: Antiimperialismo tercermundista. Como consecuencia lógica de su experiencia adquirida a través de sus viajes, y al calor de la Guerra Fría, comprende que no es suficiente plantarse frente a la dominación estadounidense, sino que dicha resistencia debe ser conjunta con los pueblos explotados de la Región, y aquellos más allá del Atlántico y el Pacífico. Su convicción lo lleva a pasar de la Unión Soviética como representante diplomático, a promover una unión Tricontinental con los pueblos del Asía y el África, que se plasma en su visita por los países que conformaban el Pacto de Bandung en 1959 y luego su fracasado proyecto en el Congo en 1965. Su antiimperialismo implicaba necesariamente la revolución armada a través de una estrategia particular, el foco guerrillero, pero no se limitaba a este despliegue de ánimo combativo. Era, ante todo, un estratega del desarrollo solidario entre naciones oprimidas por los imperialismos del Primer Mundo.
Lección 3: El hombre nuevo. Su propuesta de socialismo implicaba necesariamente una reflexión filosófica sobre el tipo de individuo que la revolución socialista demandaría para su consumación, y que su propio desarrollo ayudaría a parir. “El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación”, dijo en algún momento. Su crítica al socialismo como simple método de distribución de la riqueza hacía necesaria una suerte de nueva antropología que superara aquella concepción del ser humano como ser económico, racional, calculador y egoísta. Su ensayo El socialismo y el hombre en Cuba, es uno de sus trabajos más relevantes para la teoría revolucionaria hoy en día, aunque muchos hayan confundido su propuesta como una simple exhortación a la autoexplotación en nombre de la revolución. Actualmente, aquel paradigma del individualismo extremo ya ha sido superado desde otras escuelas filosóficas, sin por ello hacer caduco su trabajo en este sentido.
Todas estas ideas, que llevarían a discutir desde temas como la Teoría de la Dependencia, en todas sus versiones, hasta nociones básicas sobre lo que de verdad implican conceptos como soberanía, desarrollo o dignidad humana, son actualmente desechados en nuestras universidades, a pesar de que su rostro sigue decorando una de las paredes de una de nuestras universidades. Con esto no quiero decir que todo lo que pensaba o decía era correcto o aceptable, pero sí digno de tomarse seriamente, o por lo menos, para dialogar.
La verdad, no hay cuidado, pues generalmente las ideas que sí importan se discuten fuera de las aulas. Al igual que el Che, el pueblo boliviano aprende al aire libre.
- Cientista político.
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