
Por Luis Oporto Ordóñez *-.
Ricardo Vásquez Rivera, músico de banda, es autor de una obra de importancia singular: Músicos del Carnaval de Oruro. Historias de Vida, edición propia, impresa en papel ilustración (couché), en 2022, presentada recientemente. Se trata de un libro del género autobiográfico, con testimonios de 44 músicos de banda y 10 fragmentos de insospechado valor heurístico de testimonios anónimos, entrevistas logradas a partir de 2010, retomadas en 2020 y 2021. Las 66 fotografías, realizadas con maestría, impresas en blanco y negro, retratan a cada uno de los músicos orureños y registros de la vida íntima de estos asombrosos artistas autodidactas. Incluye un valioso glosario que decodifica la “jerga” propia de los músicos de banda.
El autor relata que “el año 2010, como músico, por primera vez fui parte del Festival de Bandas y del Carnaval de Oruro (…) un día después, mi banda estaba en el pueblo más remoto del departamento”, contratada para amenizar una festividad. Los músicos estaban en una pequeña habitación: “Fue en esa ocasión que escuché los primeros relatos sobre los músicos, las bandas y el Carnaval de Oruro (que) tocaron mi alma y me inspiraron a conocer ¿quiénes eran esos músicos que trascendieron en el tiempo y la historia?”. Allí empezó un trabajo que culminaría con la publicación de su obra en 2022.
La obra busca objetivos muy simples, a primera vista: “Va destinado a los lectores que quieran conocer a esos artistas que tanto aplauden durante los carnavales y otras festividades”, pero también “va dirigido a los músicos de las nuevas generaciones”, lo que ya es sorprendente. El tercer objetivo, sin duda alguna, visualiza su carácter estratégico: “Pretendemos visibilizar a este grupo descuidado por la literatura formal”, con lo que rompe el modelo de lo “culto”, en cuanto a música se refiere. Es, en ese sentido, una obra que rotura en tierra virgen y siembra la primera semilla.
El autor “recoge el relato de vida relacionado a la actividad musical”, esencialmente, pero “tiene un interés especial por conocer sus vidas cotidianas, aquellas vidas llenas de testimonios increíbles y particulares”, que adquieren notable importancia por el carácter nómada de los músicos de banda que trajinan el territorio del Departamento de Oruro, “a veces en salones lujosos, en animadas calles de la ciudad, pero por sobre todo en patios polvorientos en medio de la pampa de un pequeño poblado”. El lector podrá apreciar las vidas de estos músicos de banda originarios de Oruro, quienes relatan las motivaciones que los llevaron al mundo de la música de banda y revelan sus secretos. “Cómo es que un instrumento musical ha cambiado el cursos de sus vidas y la de sus familiares”, hasta lograr su consagración, luego de enfrentar innumerables obstáculos en su trayectoria, “a pesar de las limitaciones económicas, muros en la formación educativa y barreras lingüísticas, estos músicos han brillado, unos con más intensidad que otros. En todo caso, los músicos de Oruro conforman una constelación fascinante”, concluye el autor.
Estamos ante una obra fundamental que devela los arcanos de un grupo social poco afecto a divulgar su vida íntima, ligado a cánones católicos de lo ritual y sagrado, en simbiosis con un universo paralelo mágico-simbólico, calificado como ‘pagano’ e incluso ‘profano’ por muchos de aquellos escritores de la “literatura formal”, como los considera el autor.
Un breve análisis de las raíces de los 44 músicos denota su origen indígena, originario, campesino, pues todos nacieron en pequeñas localidades, aldeas y provincias de Oruro. La toponimia aymara, matizada con vocablos quechuas, constata ese origen: Picotani, Janc’onuñu, Pampa Aullagas, Quillacas, Escara, Coriviri, Sullcavi, Cala Cala, Villa Pinto, Tonavi, Huayllamarca, Wilacollo, Toncori, Tintatintani, Parcomarca, Khalu, Ichalula, Colcuyo, San Pedro de Condo, Vilaque, Soraga, Calajawira, Chaupi Rancho, Qhiwillani, Untavi, Andamarca, Totork’arwa, Challwamayo, Paraparani, Hualcani, Caraynacha Condo K, y otros más conocidos por la actividad comercial, como Huachacalla y Challapata, o minera, como Japo, Avicaya, Eucaliptos, Machacamarca, Pazña. Los testimonios señalan que la fuerza telúrica de esos puntos geográficos han sido la inspiración de estos sorprendentes músicos que comulgan íntimamente con la naturaleza. Oruro es una de las regiones con mayor vocación para formar y forjar generaciones de músicos de banda. No se equivocó el expresidente Evo Morales, músico de banda él mismo, para crear la Escuela Boliviana Intercultural de Música en Oruro, que forma y custodia el inusual Archivo de Música de Banda.
Cada semblanza autobiográfica, ordenada y sistematizada con maestría por el autor, nos muestra los orígenes, educación (si los tuvieron), incorporación temprana al mundo laboral, el despertar de la vocación musical generalmente en el hogar paterno y con mucha incidencia en el cuartel, tema recurrente en los testimonios, la trayectoria y la consagración, en muchos casos. Es interesante anotar que estos músicos autodidactas sienten orgullo al ver que sus hijos son músicos profesionales.
Estos músicos brindaron datos sobre la fecha de su nacimiento, excepto uno. En la distribución de grupos etarios se observa un puñado de sobrevivientes más antiguos nacidos en la década de los años 30: Gualberto Montes Lero (1930), de especialidad clavicordio; Rodolfo Condori López (1931), Félix Alonso Valdés (1932), clarinete. Mauricio Ayzacayo Lincho (1933), tambor, profesor muy reconocido, y Enrique Marze Adrián (1931), no lograron ver la obra impresa. Los más jóvenes son Juan René Wilcarani Mamani (1971), egresado de la Escuela Normal Ángel Mendoza, profesor del Instituto Superior de Música María Luisa Luzio y de la Banda de Música de la FAB e integra la banda Imperial, y Alejandro Vásquez (1973), solista. 17 nacieron en la década del 60 y 14 en los 50.
Las historias de vida trazan la vida íntima de los músicos de banda. Por ejemplo, las enfermedades profesionales como la sordera les obligan a un retiro temprano. Otro señala que “con la música he conocido todos los rincones de Bolivia”. Otro afirma que “en el Carnaval de Oruro no se gana ni para el uniforme, entonces decidí ir a tocar a Santa Cruz”, pero cuando intentó retornar “para el carnaval del 91 no me dieron tela para mi uniforme. Vas a descansar este año”, dijo el director. “Entonces, Don Pablo, platillero de la Pagador se presentó en mi casa con tela y me invitó a ser parte de su banda”.
- Magister Scientiarum en Historias Andinas y Amazónicas y docente titular de la carrera de Historia de la UMSA.
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