
Francesca Newton -.
Entrevista a la historiadora socialista y feminista Sheila Rowbotham
Sheila Rowbotham habla de la vida en la lucha por la liberación de la mujer, de su camino hacia el feminismo socialista y de porqué cree que los debates de los años 70 siguen teniendo tanta resonancia hoy en día.
En el Día Internacional de la mujer, la Secretaria de Prensa de Boris Johnson, Allegra Stratton, dijo que el Primer Ministro se consideraba a sí mismo “feminista”. La única conclusión a la que podemos llegar es que el término “feminista” ya no posee un significado concreto, volviéndose un contenedor vació que todo el mundo puede llenar con cualquier significado que cumpla con sus objetivos.
Pero si este es el caso, no quiere decir que la necesidad real del feminismo ya no exista. Al contrario, después de cuatro décadas de diezmar los servicios públicos de los que dependen las mujeres de forma desproporcionada, y de la proliferación generalizada de trabajos mal pagados, inseguros y precarios en los que las mujeres están empleadas de forma desproporcionada, la necesidad de un feminismo clarificado y de clase es más importante que nunca.
Para ayudarnos a comprender este creciente abismo entre la necesidad y la realidad en el feminismo del siglo XXI, podemos fijarnos en otros períodos formativos de la historia del movimiento de las mujeres. Recientemente, la historiadora feminista socialista Sheila Rowbotham –autora de Women, Resistance, and Revolution, y Hidden from History–publicó Daring to Hope. Las nuevas memorias detallan las experiencias de Rowbotham en los círculos feministas socialistas pioneros de la década de 1970, contando una historia multinacional que abarca desde relatos de profundas relaciones personales hasta la organización política seria.
Hablamos con Rowbotham sobre sus recuerdos de esta época de formación, en la que ella y quienes la rodeaban intentaron construir el tipo de feminismo que necesitamos hoy en día, un feminismo que lucha por la mejora colectiva y la liberación social real.
Francesca Newton (FN).- Daring to Hope trata de la década de los 70, marcada por la primera y la última Conferencia del Movimiento de Mujeres en 1970 y 1979. Antes de entrar en ese periodo, ¿podría hablar de su entrada en la organización política y de lo que le interesó inicialmente del socialismo y el feminismo?
Sheila Rowbotham (SR).- Siempre fui una rebelde, pero cuando llegué a la universidad conocí a gente que era socialista, y me convencieron de que no podía ir por ahí siendo una mística. La versión del feminismo que teníamos en aquella época estaba representada quizá por el St Hilda’s College de Oxford, donde yo estaba, que había sido formado por mujeres del primer movimiento sufragista. Teníamos la idea de que eran un poco remilgadas y correctas, y no realmente como nosotras. Sin embargo, las personas con las que primero me relacioné fueron mujeres que habían participado activamente en movimientos revolucionarios en lugares como Francia: conecté con mujeres que habían intentado cambiar la sociedad, cambiar aspectos de la vida de las mujeres.
Tomé conciencia a través de mi propia vida, y también hablando con amigas me di cuenta de que había problemas de los que las mujeres rara vez hablábamos. Las cosas que experimentábamos no eran solo individuales, sino que eran cosas que ocurrían en las relaciones entre hombres y mujeres a una escala más amplia. Surgieron ciertas pautas de comportamiento y nos dimos cuenta de que teníamos que empezar a cuestionar los supuestos en los que se basaban. Pero en aquella época esos supuestos no se veían como algo que tuviera que ver con la política, porque la política se suponía que tenía que ver con los cambios externos, exteriores, ajenos a nosotras.
FN.- En tu libro se ve claramente que te preocupaba el crecimiento de los primeros grupos de liberación femenina más allá de la clase media. También habla de los retos a los que se enfrentó al tratar de introducir los temas de la mujer en entornos socialistas tradicionalmente dominados por los hombres, y de la tendencia a veces a descartar los temas de la mujer como una distracción burguesa de la verdadera lucha. ¿Qué ayudó a esos esfuerzos de expansión y qué los obstaculizó?
SR.- En aquel momento, lo que no sabíamos era que formábamos parte de un cambio sociológico. Había todo un estrato de personas de clase media-baja y de clase trabajadora que empezaron a acceder a la educación superior en nuestra generación. Era una pequeña minoría, pero había personas que procedían de entornos en los que nadie había ido a la universidad. Y había más hombres en esa situación que mujeres, porque cuando yo iba a la escuela se animaba a las chicas a ir a la escuela de magisterio si alcanzaban el nivel de bachillerato.
Así que, en mi año, solo un puñado –unas tres– fuimos a la universidad, lo que significaba que éramos un poco raras. Y al ser raras, empezamos a cuestionar más nuestra posición. Los jóvenes que se incorporaban a los grupos de izquierda solían proceder exactamente de la misma situación –eran personas que habían ido a la universidad y empezaban a cuestionar los valores de sus padres y de sus orígenes–, pero la acusación era siempre que éramos demasiado de clase media, mientras que ellos también eran de clase media.
Con los sindicalistas era diferente. No es que hubiera una hostilidad universal. El Instituto para el Control de los Trabajadores, por ejemplo –un grupo formado en 1968, que defendía el control de los trabajadores sobre los medios de producción– fue donde empezaron a surgir algunas de estas ideas sobre las experiencias de las mujeres. Y había gente como Audrey Wise, que, por su experiencia política como mujer sindicalista, podía cruzar entre las mujeres jóvenes e intelectuales y la gente que estaba en el movimiento sindical.
Y, por supuesto, había muchas mujeres sindicalistas que, desde una situación bastante diferente, se cuestionaban su propia posición, y que introdujeron los temas de la mujer de forma orgánica en el movimiento. No querían sentarse en grupos de concienciación, discutiendo su ser interior, pero eran muy conscientes de su situación, y la comparaban a veces con otro tipo de reuniones educativas sobre derechos civiles. Cuando leí los informes de la sección de mujeres del TUC, vi que también había muchas de esas cuestiones planteadas por mujeres en la conferencia. Y eso me dio fuerzas realmente.
En el pasado existía una sección tradicional para mujeres en los sindicatos, que se remonta a los años 40, pero muchas mujeres sindicalistas de mentalidad independiente a finales de los 60 y los 70 sintieron que se las contenía al incluirlas en una sección femenina concreta dentro del sindicato. Lo mismo ocurría con las secciones femeninas del Partido Laborista. A veces, las mujeres podían ser rechazadas; para la mayoría de nosotras esa es una experiencia que tenemos en común.
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