
Por Ernesto Jordán Peña *-.
Europa está viviendo un conflicto entre dos de las naciones más extensas y pobladas de este continente, el que puede escalar en magnitud y cuyas consecuencias se sienten en todo el mundo. Mucho se ha dicho acerca de las causas y las culpas de esta guerra, hoy hablaremos de sus consecuencias a corto y largo plazo, sufridas por la población en la zona de conflicto como también en el resto del planeta. Por lo pronto, estas consecuencias son principalmente la llegada masiva de refugiados a otros países del continente y el peligro de un accidente nuclear en alguna de las cuatro (o cinco si se cuenta la central de Chernóbil, cerrada desde el accidente) centrales atómicas de Ucrania a causa de los combates.
La destrucción de infraestructura y el desplazamiento de refugiados son los efectos más inmediatos y notorios de la guerra. Millones de personas serán forzadas a abandonar su hogar, dejando sus vidas y sueños. Por otro lado, esto igual significa que la economía se detuvo, lo que puede tener secuelas fuera de las fronteras ucranianas. En esta nación se encuentran los suelos más fértiles del mundo, donde hace cientos de años se producen cereales que alimentan a millones de personas en Asia y Europa. Al día de hoy ya se ha disparado el precio del trigo, maíz y soya como causa directa de la guerra. Esto afectará la canasta familiar de países que dependen de importar estos alimentos, como varios en Medio Oriente. A largo plazo el abandono de los campos de cultivo puede provocar la erosión de estos suelos y pérdida de fertilidad, ya que es el trabajo de los campesinos el que, a través del manejo del suelo, ha permitido que se mantenga la fertilidad de estos suelos; a pesar de siglos de uso intensivo, considerando que estos suelos se formaron estando cubiertos por bosques y praderas.
Por otro lado, el armamento usado, como los misiles y artillería, contienen en su composición metales pesados y químicos contaminantes que permanecerán por largo tiempo después que se silencien los cañones y queda por ver los efectos que sufrirán las personas y los ecosistemas afectados.
Entre las más notorias reacciones está el incremento en gasto militar anunciado por varios líderes occidentales. El más llamativo de estos fue el anuncio del canciller alemán, Olaf Scholz, de aumentar el presupuesto militar de su país en 100 mil millones de euros para este año [1]. A lo que se suma el ya inflado presupuesto militar estadounidense de 778 miles de millones de dólares, con miras a aumentar a 800 mil millones en los próximos años [2]. Para poner esto en contexto, el Fondo Verde para el Clima apenas ha conseguido 20 mil millones de dólares en dos periodos de movilización de recursos entre los años 2014 y 2022, a pesar que en 2014 los países desarrollados se comprometieron a movilizar 100 mil millones de dólares por año de cara al 2020. Estos números nos dan idea de las prioridades que manejan los países desarrollados, que prefieren gastar su dinero en armamento y guerras que en enfrentar la mayor amenaza para el planeta actualmente.
Hay que añadir que hasta ahora nadie se atreve a hablar de transparentar las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) producto de la actividad de los ejércitos del mundo en las negociaciones de alto nivel sobre cambio climático. Las estimaciones que existen apuntan a que el Pentágono es el mayor emisor institucional de GEI y estaría ubicado en el puesto 47 de los países con más emisiones, tomando en cuenta solo el uso de combustible (para el año 2019, dejando afuera todo lo relacionado a la fabricación y uso de armamento y otras actividades) [3]. Ni en el Protocolo de Kyoto ni en el Acuerdo de París se logró incluir alguna provisión relacionada a la transparencia en el reporte de emisiones por actividades militares, todo esto basado en el argumento de preservar la soberanía y seguridad de los Estados, esgrimido por los representantes de los países que han protagonizado las recientes guerras en el mundo [3].
Otra consecuencia de la guerra se siente en el sector de energía. Es muy probable que las exportaciones de gas y petróleo de Rusia a Europa se corten pronto, dejando a Moscú sin buena parte del ingreso que genera este comercio y a Europa sin fuentes de energía. Los que más sufrirán los efectos de esto serán las personas de a pie, que verán sus ingresos disminuidos en Rusia y tarifas de electricidad y gas cada vez más altas en Europa. Los países europeos tenían ambiciones relativamente altas en cuanto a incremento de generación de electricidad de fuentes renovables como parte de sus compromisos ante el Acuerdo de París, sin embargo, al día de hoy han quedado cortos en las metas realmente alcanzadas, en especial Alemania [3]. Quizás si se hubieran puesto las pilas en lograr estas metas ahora la población no tendría que estar sufriendo las consecuencias.
Cada vez que vean una publicidad o campaña que culpabiliza la falta de educación ambiental o al ciudadano común por no consumir menos carne o por tener hijos recuerden que las emisiones por las actividades de las personas comunes son un piojo tuerto frente las prioridades que los países desarrollados deciden apoyar, incluyendo aquellas relacionadas a algo tan destructivo y mortífero como la guerra, llamada ahora por los países más imperialistas y agresivos con el eufemismo de “defensa”.
- Biólogo ecosocialista, militante del Movimiento Insurgente
1 “Policy statement by Olaf Scholz, Chancellor of the Federal Republic of Germany and Member of the German Bundestag”, 27 February 2022 in Berlin. Consultado el 7 de marzo de 2022 en https://www.bundesregierung.de/breg-en/news/policy-statement-by-olaf-scholz-chancellor-of-the-federal-republic-of-germany-and-member-of-the-german-bundestag-27-february-2022-in-berlin-2008378
2 “EXCLUSIVE Biden to seek more than $770 billion in 2023 defense budget, sources say”. Publicado el 16 de febrero de 2022 y consultado el 7 de marzo de 2022 en https://www.reuters.com/world/us/exclusive-biden-seek-more-than-770-billion-2023-defense-budget-sources-say-2022-02-16/
3 Stevenson, Hayley. 2021. “Reforming global climate change in an age of bullshit”. Globalizations, 18 (1), 86-102.
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