marzo 28, 2023

Continuidad y ruptura del nacionalismo popular: 70 años de la Revolución Nacional

Por José Galindo *-.


La ironía es una forma curiosa que tiene la historia para presentarse en el mundo: la Revolución Nacional, que pretendió instrumentalizar al campesinado en favor de los intereses elitistas, terminó abriendo paso, sin darse cuenta, a la emergencia del sujeto indígena originario campesino que los enterraría, dándoles muerte junto con el partido que les dio vida, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que al mismo tiempo acabó convirtiéndose en el artífice del proceso desnacionalizador más exitoso de la historia. ¡Dios existe, y está claro que tiene un buen sentido del humor!

Es un lugar común entre los interesados por la política, la historia y los problemas sociales señalar la experiencia masista como una extensión de la Revolución Nacional de 1952, que este sábado cumplió su 70ª aniversario, hecho cada vez menos polémico a medida que se aleja en el tiempo, pero no por ello menos significativo. Aunque asociar al Movimiento Al Socialismo (MAS) con el MNR puede advertir cierta ingenuidad por parte del observador, ciertamente existe una relación, así sea indirecta, entre los procesos que encabezaron ambas organizaciones, aunque igual pueden enumerarse diferencias tanto de forma como de contenido. En todo caso, la huella de este acontecimiento es imborrable en la historia de nuestro país, en cuya reflexión se han invertido, con razón, mares de tinta.

Uno de sus protagonistas, impulsores y cronistas fue René Zavaleta Mercado, quien dijo que, de la alguna manera, toda la historia de la segunda mitad del siglo XX era nada más que el desenvolvimiento de lo que sucedió en 1952. Aunque pueda parecer una apreciación algo sobredimensionada del hecho, evidentemente su impacto tuvo consecuencias que se extendieron por décadas, tal como lo demuestra Herbert Klein al hablar de los antecedentes históricos que precedieron la emergencia del MAS, que parten en un país cuyos contornos se dibujan a partir de las reformas implementadas por el gobierno del MNR, a saber: la reforma agraria y el sufragio universal.

Pero antes de abordar los alcances de abril para la Bolivia actual, repasemos brevemente sus antecedentes.

La Revolución traicionada

El origen de la Revolución suele señalarse en un hecho igual de trascendental para nuestra historia, la Guerra del Chaco, que entre 1932 y 1935 enfrentó a los dos países más pobres del hemisferio: las repúblicas de Bolivia y Paraguay, que trataron de disputarse una franja desierta de territorio dentro de la cual se presumían riquezas petroleras que nunca se comprobaron; no, al menos, hasta medio siglo después, bajo la forma de hidrocarburos. En todo caso, este hecho, pobremente comandado por las clases dominantes de aquel entonces, provocó una serie de reacciones nacionalistas que apuntaron a socavar el poder de la oligarquía minera y la hacendada sobre el manejo del Estado.

Una manifestación de este proceso fue la seguidilla de gobiernos militares de corte nacionalista que algunos historiadores han venido a llamar “gobiernos del socialismo militar”, encabezados por Toro, Busch y, quizá el más relevante, Villarroel. En sus mandatos se vino a aplicar una serie de medidas orientadas al reconocimiento de derechos de sectores oprimidos y explotados, el fortalecimiento del rol del Estado, la nacionalización de ciertas industrias y recursos naturales, y la reivindicación de la nación como espacio de unificación de la sociedad. En suma, lo que en algunos países latinoamericanos se llamó, entre los años 30 y 50, el movimiento de lo nacional popular.

Dichas presidencias fueron, obviamente, aborrecidas por las clases acomodadas que conspiraron para el derrocamiento e incluso asesinato de estos líderes, entre los que destaca el linchamiento y colgamiento de Villarroel, tras lo cual se intentó retomar el poder a través de elecciones que fueron desconocidas cuando una nueva fuerza política irrumpió en el escenario, tributaria del nacionalismo que se venía anunciando en ciernes: el MNR, dirigido por una clase media de profesionales que algunos llaman “los primos pobres de la oligarquía”, donde destacaban los liderazgos de Paz Estenssoro, Walter Guevara y Hernán Siles Suazo.

El desconocimiento de las elecciones de 1951, en las que ganó notoriamente el MNR y que la oligarquía usurpó con el “mamertazo”, virtualmente un golpe de Estado, que fue respondido con otro intento de golpe de Estado dirigido por el MNR, pero al que se unirían luego masas de trabajadores mineros y fabriles, al igual que sectores campesinos, precipitando no ya una rebelión, sino una verdadera revolución, la Revolución Nacional de abril de 1952. En ella fue derrotado el Ejército de la oligarquía, tras lo cual quedaron dos liderazgos en pie: Paz Estenssoro, al frente del MNR, y Juan Lechín Oquendo, al frente de la Federación de Trabajadores Mineros de Bolivia, la legendaria FTMB. A pesar de que el marxismo había calado hondo en las masas populares de aquel entonces, estimulando la formación de varios partidos de corte socialista, Lechín, a nombre del movimiento obrero, terminó entregándole el poder a Paz, traicionando con ello, según autores como James Malloy, la promesa de una revolución socialista.

Y ciertamente esta historia tendría altas dosis de traición, a juzgar por el curso que tomaron los acontecimientos. Una vez en el poder, el MNR, presionado por las masas campesinas y obreras, adelantó una serie de reformas entre las que destacan tres medidas: 1) La reforma agraria; 2) El sufragio universal; y 3) La nacionalización de las minas, siendo esta última la más débil de todas, ya que terminó siendo efectuada al precio de una indemnización a favor de los propios empresarios que usurparon las riquezas mineras del país, los “Barones del Estaño”. Las dos primeras, sin embargo, tendrían repercusiones de largo aliento, como veremos.

A pesar de la radicalidad del suceso y el compromiso de las masas, el gobierno del MNR viró rápidamente hacia posiciones de centro y seguidamente de derecha, tan pronto como en 1953, cuando el hermano del presidente estadounidense Eisenhower visitó el país en el marco de su campaña contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), ofreciendo el apoyo de su país a cambio de que Bolivia se alineara al lado del capitalismo en la Guerra Fría.

Para finales de la década de los 50 otro hecho de profundas repercusiones geopolíticas tuvo lugar: la Revolución cubana, que empujó al gobierno de Estados Unidos a intensificar sus esfuerzos en contra del comunismo que se avizoraba en numerosos movimientos sociales de la Región. El instrumento para efectivizar esta política sería la Alianza para el Progreso, consistente en el apoyo financiero a gobiernos del continente a cambio de su compromiso de disciplinar a las organizaciones obreras que comenzaban a simpatizar con algunos planteamientos de soberanía política y desarrollo económico autónomo.

En el caso concreto de Bolivia, el acuerdo consistía en brindar apoyo financiero al gobierno del MNR a cambio de que este fortaleciera a sus Fuerzas Armadas que se encargarían, a su vez, de mantener a raya al movimiento obrero liderado entonces por la vanguardia minera. Dicho acuerdo derivaría en el fortalecimiento de los órganos represivos del Estado hasta el punto en que se convirtieron en actores políticos de primera línea, condicionando el desarrollo de los acontecimientos nacionales vía el máximo poder de veto: el uso y monopolio de la violencia organizada. Nacía con ello el periodo de las dictaduras militares, inaugurado por el golpe de Estado de René Barrientos en 1964.

Justicia poética

Desde este punto dejaremos de ahondar en el curso de la Revolución Nacional para concentrarnos en sus consecuencias. Más allá del desplazamiento del gobierno civil del MNR por asonadas golpistas militares, lo cierto es que la Revolución Nacional logró poner en marcha cambios profundos que derivarían en el actual proceso boliviano encabezado por el MAS. ¿Cómo?

De acuerdo a Klein, las reformas del MNR en cuanto a la distribución de la tierra y la ampliación del derecho al voto mediante el sufragio universal terminaron por abrir espacios de movilidad social a un sector que hasta allí había sido completamente excluido de la vida política del país: el sujeto indígena, que a partir de entonces comenzó a organizarse en sindicatos campesinos que tenían protagonismo político y económico, en el primer aspecto instrumentalizado con el Pacto Militar-Campesino, acuerdo que formalmente los dirigía contra el movimiento obrero, convertido en la principal oposición a los gobiernos militares.

Aquel pacto fue roto tácitamente con la Masacre de Tolata, en la cual el gobierno de Hugo Banzer reprimió fatalmente a campesinos que se oponían a los acuerdos impuestos por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que afectaban sus medios de supervivencia. Mientras esta ruptura se desarrollaba, otra reforma del MNR comenzó a entrar en efecto: la reforma educativa, que castellanizó a amplios sectores rurales de cuyo seno emergieron un grupo de líderes que advirtieron la falsedad de la política de construcción de una nación mestiza en la cual una nueva identidad nacional surgiría de la mezcla entre criollos e indígenas. Tal promesa nunca se cumplió, pues, tal como advierte Álvaro García Linera, la discriminación contra el indio ejercida por las élites se actualizó a partir de criterios de idioma, color de piel y apellido.

La mentira del mestizaje quedó patente, y una generación de intelectuales indígenas percibió la incoherencia para transmitirla a sus organizaciones campesinas, en las cuales comenzaron a influir mediante una tesis política de amplio alcance histórico: el katarismo, que en su versión más radical reclamaba autonomía política para un sector de la población que era, en los hechos, otra nación dentro del Estado, otra Bolivia que necesitaba independizarse del Estado republicano como un todo.

Las expresiones de esta corriente lograron plasmarse en un proyecto político partidario concreto, con el Movimiento Revolucionario Túpac Katari (MRTK) y el Movimiento Indio Túpac Katari (Mitka) como primeras emanaciones de esta línea de pensamiento que reivindicaba no solo la organización de sindicatos campesinos y sus demandas, sino la identidad india, no indígena, como una con pleno derecho y diferenciada de criterios meramente clasistas.

Fue esta tesis la que nutriría la formación de un instrumento político que representara al mundo rural e indígena liberado de los partidos tradicionales que utilizaban a sus bases para fines particularistas, que se convirtieron en hegemónicos tras la desarticulación del movimiento obrero en la década del 80. Así, el ocaso de la Central Obrera Boliviana (COB) no significó el final del movimiento nacional popular, sino la transformación de su vanguardia minera y proletaria en el sujeto indígena originario campesino reagrupado paulatinamente en la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb), y definitivamente en las Seis Federaciones de Productoras de Hoja de Coca del Chapare.

De este modo podemos ver cómo aquella sentencia del marxismo clásico, por la cual la burguesía terminaba dando luz a sus propios verdugos, terminó reafirmándose en el caso boliviano, pues sin las reformas emprendidas por el MNR con el sufragio universal, la reforma agraria y la reforma educativa, el movimiento campesino no hubiera podido organizarse tal como lo hizo en la segunda mitad del siglo XX, que se consumó con la desarticulación del movimiento obrero mediante el DS 21.060, que forzó la relocalización de los trabajadores mineros en zonas como el Chapare y la actual ciudad de El Alto, sujetos que a principios del siglo XXI se convertirían en los sepultureros del modelo neoliberal y la democracia pactada, representadas ambas, irónicamente, por el MNR.

La historia tiene un innegable sentido de ironía. El MNR creó al campesino para que acabara con el movimiento obrero, que terminó siendo el que enterró a su proyecto de un país de élites, usando las armas que inadvertidamente le regaló mediante sus reformas educativa, agraria y de sufragio universal. El destino es opuesto a las intenciones.


  • Cientista político.

Sea el primero en opinar

Deja un comentario