
Por Ernesto Jordán Peña *-.
Las ciudades bolivianas están creciendo a un ritmo acelerado y desordenado. Teniendo una proporción de población urbana relativamente bajo para la Región, Bolivia tiene todavía ciudades que en los próximos años seguirán creciendo rápidamente. Las opciones económicas que brinda la urbe atraen a aquellos que buscan mejores oportunidades en la vida. Por otro lado, durante la cuarentena muchos habitantes urbanos se encontraron encerrados en sus apartamentos y casas, y ahora los más pudientes buscan escapar hacia las áreas periurbanas y rurales, mientras que los no tan pudientes se limitan a los paseos de fin de semana. Por estos y otros motivos vale la pena detenerse a examinar cómo se estructuran las áreas urbanas de nuestro país, qué problemas presentan y cómo podríamos solucionarlos.
A diferencia de países vecinos, como Argentina, que está construida alrededor de Buenos Aires; o Perú, que gravita hacia Lima; o Chile, centrado en Santiago, Bolivia no tiene una población fuertemente concentrada en una gran área metropolitana, sino que esta se agrupa en el llamado “eje central” de las ciudades de El Alto, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz (algunos tienen razones para incluir a Oruro). Esta circunstancia permite que el desarrollo y las oportunidades estén más o menos repartidos en el país, sin embargo, cuando uno considera que más de la mitad de los bolivianos viven en estas cuatro (en realidad tres) áreas metropolitanas se nota la fuerte concentración alrededor de estas ciudades. Podemos decir entonces que la población boliviana tiende a aglutinarse, pero no en un solo lugar.
El crecimiento de estas urbes mencionadas ya ha sobrepasado los límites municipales, desbordándose a municipios vecinos. Por un lado, hay aquellos que buscan principalmente en base al precio del terreno y terminan formándose barrios alejados, con poca cobertura de servicios y donde el costo ahorrado se esfuma en pasajes de transporte público y tiempo perdido en trasladarse todos los días al trabajo. Por otro lado, los más pudientes, que buscan “escapar” de la ciudad y construyen casonas rodeadas de verde, en barrios cerrados y aislados de su contexto, que manejan todos los días para ir al trabajo o acceder a servicios a la ciudad. Ambos casos son ejemplos de crecimiento desordenado y poco planificado, uno parece más atractivo que otro, pero ambos tienen impactos negativos que se pueden evitar. Se genera una dependencia en el automóvil, se pone presión sobre infraestructura que no fue pensada para tanto tráfico (como el Puente Urubó en Santa Cruz o la carretera a Mallasa en La Paz). Sin mencionar que se transforman tierras de cultivo, como el valle de Río Abajo en La Paz, o el Valle de Cochabamba, en carreteras y cemento. Se genera contaminación, porque estos barrios alejados (tanto ricos como pobres) no están conectados al alcantarillado sanitario y por lo general no cuentan con recojo de basura. Los gobiernos de los municipios que sufren de este fenómeno rara vez toman medidas ya que se benefician de ingresos económicos por la emisión de permisos de construcción, impuestos de propiedad urbana y en muchos casos también de la corrupción. Las ciudades al centro de las áreas urbanas ahora tienen que absorber el costo que significa atender a la población que se moviliza todos los días para trabajar y acceder a servicios. Al mismo tiempo, los pueblos y comunidades se vacían de jóvenes.
Las consecuencias de este crecimiento desordenado ya se sienten en nuestras ciudades. En Santa Cruz, el Puente Urubó colapsa en tráfico cada día y los acuíferos que sacian la sed de los cruceños están en peligro por la deforestación causada por las urbanizaciones. En Cochabamba el aire es cada vez más sucio por un parque automotor creciente y que no tiene que pasar ninguna prueba de calidad de emisiones. En La Paz un derrumbe en los caminos que conectan las laderas y los valles con la hoyada puede dejar sin acceso al trabajo y servicios a miles de personas por varios días.
Muchos de estos problemas pueden solucionarlos cada municipio, por ejemplo, destinando más espacio a áreas verdes, para que así no haya la sensación de tener que “escapar”, o implementando medidas que limiten la circulación de autos privados y fomenten el uso del transporte público, o mejorando el transporte público para que sea más eficiente.
Pero hay cuestiones que ya escapan a los límites municipales, como los problemas de contaminación, mal uso de la tierra y transporte inter municipal. La Ley Marco de Autonomías da lineamientos para la conformación de áreas metropolitanas y mancomunidades, sin embargo, no ha habido la voluntad política ni la demanda ciudadana de implementar estas instancias de coordinación y cooperación. Tanto los gobiernos municipales como los departamentales han fallado en afrontar estos problemas de manera integral. Para buscar soluciones ha tenido que intervenir el gobierno central, como es el caso de Mi Teleférico y Mi Tren, que buscan poner a la altura que los bolivianos merecemos el sistema de transporte público en las áreas metropolitanas donde intervienen.
La mayor parte de las autoridades municipales lastimosamente se concentran hoy en día en hacer obras que les permitan reelegirse en cuatro años, en lugar de concertar soluciones integrales para los problemas que afectan a la mitad de los bolivianos. Como habitantes de estas áreas metropolitanas no tenemos que esperar que estos problemas se vuelvan críticos y debemos organizarnos para proponer soluciones integrales. Tenemos el derecho de imaginar ciudades donde de gusto vivir y donde puedan caber todos nuestros sueños, sin dejar a nadie atrás y en armonía con la Madre Tierra.
- Biólogo ecosocialista y militante del Proceso de Cambio.
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