Por Darío J. Durán Sillerico *-.
Es conocido el uso de documentos escritos para hacer historia. Los métodos y técnicas más utilizados por historiadoras e historiadores se refieren al estudio de textos debido a su condición de vestigio de las actuaciones de los antepasados. Son importantes para la comprensión de procesos históricos, pero no son los únicos.
El pasado 10 de junio los estudiantes de la asignatura de Archivística de la Carrera de Historia de la UMSA participamos en la visita de la Villa París, en el corazón de la ciudad de La Paz. Nuestro docente de la materia, el maestro Luis Oporto Ordóñez, tuvo la brillante iniciativa de mostrarnos ese “otro documento” que son las casonas patrimoniales para el análisis del pasado.
El inmueble adquirido por el Banco Central de Bolivia (BCB) fue concebido como ampliación del Museo Nacional de Arte y se encuentra ya con la tercera fase de intervención, concluida gracias al financiamiento del BCB y de la Aecid.
Visita a la Villa París
El recorrido fue presidido por la especialista en conservación y restauración de bienes culturales Tatiana Suárez Patiño, quien con mucho flow compartió con nosotros los procesos de intervención. Una vez entregado los folletos de divulgación del proyecto que incluía códigos QR para comprobar el antes y después de las intervenciones iniciamos el recorrido con los exteriores de la casona, donde se destacan la recuperación estilística colonial en la calle Comercio y la característica loggia de tres arcos sobre la calle Yanacocha.
En una segunda instancia ingresamos a la primera crujía del inmueble para revisar el trabajo estructural realizado para la recuperación del espacio como la sala de exposiciones Taypi Qatu. Se respetaron los sistemas constructivos originales que fueron dejados como vestigio arquitectónico que se combinan con vigas metálicas.
La conservadora Tatiana Suárez, quien en un lenguaje ameno y lúdico sin descuidar los aspectos técnicos del recorrido nos dirigió al patio central de la Villa París, expuso la portada barroca andina, fechada en 1768, y las arquerías existentes. La experta mencionó los criterios de intervención realizados: se encontraron algunas policromías en colores y se reintegraron piezas líticas en sectores que habían perdido las originales. Lo más curioso es la gran portada asimétrica que ocasiona una disposición particular de las gradas. Para los estudiosos del inmueble es toda una incógnita que todavía está pendiente.
Continuamos el circuito con la gran joya del paseo: los murales del segundo nivel. Sacamos nuestros celulares para tomar fotografías y al mismo tiempo mirábamos con gran asombro los colores y formas impresos en las paredes. Se trata de fragmentos encontrados en dos de los ambientes realizados con técnicas parecidas a la iglesia de Curahuara de Carangas o Carabuco, pero que en este caso se trataba de arquitectura civil y no religiosa.
El diálogo se abrió entre Suárez y nosotros para determinar los motivos que diferencian la coloración en la pintura mural. Las pistas estaban en el mismo espacio: el ambiente dividido por un tabique y el sector expuesto a la luz natural tiene los colores más oscuros por la reacción de los pigmentos. Entonces surgió una interrogante: ¿por qué se dejan en blanco algunos sectores de los murales? La conservadora nos aclaró que no se puede completar los espacios en blanco porque se estaría incurriendo en un “falso histórico”, en inventar algo que no se sabe a ciencia cierta cómo fue en el original.
En cuanto a la temática de los murales, los de mayor tamaño son representaciones militares. Por las pérdidas en los mismos no se puede establecer con precisión el tipo de escenas, pero lo que queda claro son los motivos florales y vegetales que sobresalen por sus llamativas formas y colores. Estos se explican por la relación que hubo en la época colonial entre los motivos naturales y el jardín del Edén. Lo más llamativo son los elementos de flora y fauna americana, porque se usaban referentes locales y no europeos.
En los ambientes que se preservan los murales también se rescataron las estructuras originales de cubierta. Como elementos tradiciones de la arquitectura colonial se utilizaban piezas de madera de especies nativas para el armado estructural y las uniones se realizaban con tientos de cuero de vaca. Todo un trabajo artesanal que llega a nuestros días como prueba de su éxito constructivo. En este caso, el criterio de intervención fue la hidratación de todos los elementos, tanto de las maderas como de los cueros, para así asegurar su permanencia a futuro.
Estudiantes que miran con asombro la estructura de cubierta recuperada.
Continuando con el recorrido, las arquerías del segundo nivel fueron igualmente protagonistas de la visita. Si bien son piezas líticas dispuestas en arcos que están talladas a la usanza del siglo XVIII, esconden una realidad mucho más compleja. Algunos sillares presentan hendiduras perfectas de una calidad geométrica extraordinaria. De acuerdo a lo que se conoce del periodo colonial, Tiwanaku fue utilizado como cantera para las construcciones paceñas. Estas hendiduras corresponden al sistema de grapas empleado por los tiwanakotas para fijar las piezas líticas entre sí.
Taller de conservación y la biblioteca especializada del Museo Nacional de Arte
Un recorrido tan especial merecía una sorpresa para el final. Fuimos invitados a conocer el Taller de Conservación y Restauración del Museo Nacional de Arte, dirigido por Tatiana Suárez Patiño. El espacio acondicionado con todas las medidas técnica es utilizado para las intervenciones a los bienes culturales del museo. Pertinencia, profesionalidad y rigor científico es lo que caracteriza el trabajo de Suárez y su equipo. El ejemplo fue un cuadro colonial del Señor de los Temblores restaurado con técnicas que se ocupan para este tipo de trabajos, como el regatino y el puntillismo.
La visita terminó en la biblioteca especializada en arte. Textos adquiridos a lo largo de la historia de la institución con temáticas amplias como específicas, universales como locales. Destacan publicaciones de Teresa Gisbert, José de Mesa y Arthur Posnansky, como catálogos del Museo.
Los edificios patrimoniales son documentos históricos. De ellos se pueden leer las formas de vida, los deseos de la gente y los criterios de construcción. En ese sentido, en la Villa París los muros hablan, los techos cantan y los suelos conversan para contarnos cómo fue el edificio concebido, pero además cómo fue cambiando a lo largo del tiempo.
Para ello se necesita de especialistas, mano de obra calificada y criterios de intervención pertinente, que en el caso de la Villa París es todo un triunfo. También se necesitan visionarios como el maestro Luis Oporto, quien desde la cátedra amplía la perspectiva profesional a quienes nos formamos como futuras y futuros historiadores.
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