Por La Época -.
La “unidad” es uno de los conceptos más profusamente difundido y empleado por los actores políticos y sociales, palabra que, sin exageración alguna, podría llenar miles de miles, millones de millones, de páginas. La recurrente inclinación a usarla es tanta que se la encuentra de múltiples formas. La retórica con la que hablan los jefes políticos, dirigentes sindicales, cívicos y sociales, y no pocos dirigentes empresariales, siempre cuenta con el sello de defensa o convocatoria a la “unidad”.
Pero la realidad concreta es más compleja que las palabras, lo cual implica, muchas veces, que el concepto se vuelve abstracto o, mejor dicho, no sale de su abstracción para elevarse a la categoría de concreto. Y cuando sucede eso, ese concepto abstracto, que se niega a sí mismo para evitar volverse concreto, lo que hace es desvalorizarse ante el grupo social que esperaba lo contrario.
Bueno, esto es lo que está sucediendo al interior del Movimiento Al Socialismo (MAS) pues, aunque se esfuercen –desde su principal dirigente hasta sus mandos medios– en levantar en alto el tema de la unidad, lo que la sociedad percibe es una rápida erosión del principal partido político de Bolivia. Lo que militantes y seguidores de esta organización viven a diario en su fuente de trabajo, en su domicilio, en el sindicato o la junta de vecinos es un ambiente de crisis política cada vez mayor y notorio.
Y en el resto de la sociedad, cuyo 40%, aproximadamente, tiene una adherencia bastante volátil y en permanente cambio cada vez que hay una elección nacional, la percepción de que su apuesta por el MAS partía de la certidumbre de encontrar estabilidad política, económica y social, corre el riesgo de una radical modificación a partir de esa sensación de crisis.
La raíz de esa sensación de crisis de certidumbre en la militancia de base y en un porcentaje alto de la sociedad que en octubre de 2020 optó por respaldar la candidatura presidencial del masismo tiene su basamento en el espectáculo público que se está dando por el poco cuidado en abordar los problemas y las contradicciones, con lo que la prédica de la unidad con la que se construyen discursos y se lanzan mensajes a través de las distintas redes sociales está en duda.
La unidad debe ser un concepto teórico-práctico. Es decir, parafraseando al pensador latinoamericano José Martí, que “hacer es la mejor manera de decir”. Y la responsabilidad política de la materialización de ese concepto no es únicamente de la alta dirigencia, sino del conjunto de la militancia y de sectores de la sociedad que canalizan sus expectativas y horizontes de vida en un proceso que cambió el país.
Hay momentos en la historia en que la base, sin ser uniforme, está profundamente unida, pero no es correspondida “arriba”, donde las disputas ponen en peligro la acumulación histórica. Es el momento de dejar de hablar para más bien forjar e impulsar la unidad real y concreta. No hay que tener miedo a las discrepancias, pero sí a que ellas, por no ser adecuadamente procesadas, abran la posibilidad de clausurar un período histórico.
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