Por Luis Oporto Ordóñez *-.
La guerra de la Independencia fue el motor que llevó la ilustración hacia las antiguas colonias españolas en América. En Santafé de Bogotá (Colombia) se suscitó una de las experiencias más fecundas en el debate independentista por medio de los clubes literarios, en cuyo desarrollo sobresale la figura del precursor Antonio de Nariño, extesorero de la Caja de Rentas decimales, que gozaba del apoyo del Virrey, y era dueño de una biblioteca de seis mil títulos que heredó de su padre.
Surge en escena el periodista cubano Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819), que “vino a Santafé por encargo del Virrey José de Ezpeleta para dirigir la Real Biblioteca y publicar un periódico semanario, que se llamó Papel Periódico de la Ciudad de Santafé”, pero trajo consigo la moda parisina de los clubes literarios, fundando la Tertulia Eutropélica, el viernes 21 de septiembre de 1792, a la que concibió con el ánimo de efectuar reuniones divertidas y entretenidas. Estos círculos de lectura y debate, en los que participaron mujeres, se diseminaron por Popayán, Cartagena y Santa Marta (1791). Al igual que en Europa, estos centros fueron calificados como subversivos.
Los clubes se replicaron rápidamente en la capital de Colombia. Nariño abrió, en su residencia, El Arcano Sublime de la Filantropía, para discutir temas como la Revolución francesa o la Constitución de los Estados Unidos, a la que asistían académicos, nobles y comerciantes, entre ellos el Dr. Francisco Martínez, Dean de la catedral metropolitana; Francisco Antonio Berrío, fiscal de la Real Audiencia; padre Miguel de Isla; Pedro Romero Sarachaga, contador y regidor del Monte Pío de Santafé y el médico Emanuel Antonio de Froes.
Manuela Sanz de Santamaría de Manrique, distinguida naturalista y estudiosa de la ciencia, antigua contertulia de La Eutropélica, fundó el Círculo del Buen Gusto, al que acudían Jorge Tadeo Lozano, Luis de Azuola y Lozano, redactores del Correo Curioso, y otras personalidades. La Tertulia Eutropélica “funcionó con regularidad hasta 1794, año en que se descubrió la supuesta conspiración encabezada por Antonio Nariño, de resultas de la cual varios de los asistentes habituales fueron encarcelados”. A raíz del hecho la biblioteca de Antonio Nariño fue decomisada, llevándose 34 cajas con obras de Voltaire, Rousseau y Reinaud, entre otros.
A fines del siglo XVIII se creó en Lima la Sociedad Amantes del País, bajo el amparo del Despotismo Ilustrado del rey Carlos III y del virrey don Francisco Gil de Taboada, presidida por José Baquíjano y Carrillo e Hipólito Unanue como secretario, conformada por literatos, religiosos y oficiales del Ejército, cuyos debates justificaban el amor a la tierra donde nacieron y a la que tenían derecho a gobernar, ideas que fueron moldeando el amor a la patria y la exigencia de reformas. Otros centros de difusión y debate fueron el Real Convictorio de San Carlos de Lima y el Seminario de San Jerónimo de Arequipa.
Diversos clubes secretos de Lima y Arequipa dinamizaron la actividad revolucionaria. Las fracciones políticas de la nobleza, como los Fernandinos (grupo conformado por los médicos Hipólito Unanue, José Paredes, José Pezet, Gabino Chacaltana), discutían en el Colegio de Medicina de San Fernando. Por su parte, los Carolinos, bajo la conducción de Toribio Rodríguez de Mendoza, se reunían en el Real Convictorio de San Carlos. Los religiosos del bajo clero, como Cecilio Méndez Lachica y Ramón Anchoris, debatían en el Oratorio de San Felipe Nery. Mariano Melgar integró el Cenáculo Literario de Arequipa (al que llamó Tertulia Literaria), que se reunía en la Quinta “Tirado” de Miraflores para discutir temas literarios, políticos y revolucionarios, manteniendo correspondencia con el Círculo de Sánchez Carrión de Lima. El criollo José de la Riva Agüero formó un club secreto e intentó ponerse en contacto con las fuerzas argentinas del general San Martín, en marcha hacia Chile, intento en el que fue apresado.
Los cenáculos literarios, los centros de tertulia y las casas superiores fueron calificados como “semillero de ideas emancipadoras, formando espíritus netamente revolucionarios entre los criollos para que hicieran causa común con los mestizos e indios”, tachados como “cuartel general de la insurrección contra España”, pues, como afirma Rodríguez de Mendoza, allí “hasta las piedras conspiraban”. Ante esa situación, el virrey Pezuela ordenó la clausura de los clubes y el Convictorio de San Carlos.
En la Real Audiencia de Charcas destaca la Academia Carolina para Practicantes Juristas (recibió su nombre en honor al rey Carlos III), célebre escuela de leyes fundada por Ramón de Rivera y Peña en 1776, especie de centro de “postgrado” para abogados egresados de la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, entre ellos la mayoría de los conjurados de la Junta Tuitiva, los “doctores altoperuanos” realistas y los rioplatenses, como también tres miembros de la Junta de Buenos Aires y 15 de los 31 diputados que en 1810 proclamaron la independencia argentina.
En su seno caló hondo el “tomismo”, las ideas de Tomás de Aquino, quien postulara que “el poder emana de Dios, sí, pero en beneficio del pueblo mismo, el pueblo y en ningún caso para justificar los poderes omnímodos de un monarca, y por eso mismo, el pueblo tenía derecho a derrocar a los tiranos”, germen del silogismo altoperuano: “Emanado de la Universidad de Charcas, que dio sustento jurídico a la revolución emancipadora”.
Hacia 1809 derivó en un centro de debate sobre asuntos de orden político y filosófico, con visión crítica sobre la soberanía y los derechos del pueblo; profundizaba temas relativos al rol de la Iglesia, los derechos del Rey y la organización del Estado en las colonias americanas. En La Paz los patriotas conspiraron activamente contra la corona española empleando –para divulgar sus ideas– los pasquines, periódicos manuscritos que circulaban en las calles de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, siendo muy activo el patriota Pedro Domingo Murillo, quien se dedicó a papelista, consagrándose con admirable tesón y llegando a ser una especie de cedulario ambulante, al que consultaban cuantos litigantes necesitaban y andaban en demanda de justicia.
- Magister Scientiarum en Historias Andinas y Amazónicas y docente titular de la carrera de Historia de la UMSA.
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