noviembre 30, 2023

El actuar de la oposición en las redes sociales

Por José Galindo *-.


Para nadie es un secreto que en Bolivia se libra cotidianamente una guerra mediática en la que se busca influir sobre las convicciones y el comportamiento de las personas. Hasta hace poco las partes en conflicto debían regirse, así sea dilatadamente, bajo las normas impuestas por el periodismo, sin que ello garantizara que actúen profesional o éticamente. Todo cambió con la irrupción de las redes sociales como nuevo campo de batalla, con sus propias reglas de juego. Entre los efectos menos deseables de este proceso se tiene el surgimiento de cierto tipo de actores que no solo no temen actuar por encima de cualquier norma de conducta establecida, sino que lo hacen en contra del propio sentido común y la convivencia democrática.

Vendedores de humo

Ya no se trata de manipular a la audiencia con datos reales, ni siquiera de engañarla con otros falsos, sino de construir nociones de realidad alternativas, así sea desafiando todo razonamiento lógico o evidencia empírica que desmienta las fantasías propuestas. Un conjunto de prácticas conocidas hoy como postverdad, que van más allá de la mentira, donde poco importan los hechos, pues lo que persigue es la compatibilidad del relato ofrecido con los prejuicios y valores de la audiencia, a la que se busca convencer de que la Tierra es plana, que las vacunas son un fiasco, que la economía se hunde o que hay en marcha una conspiración para quitarles su voto y su libertad. Una verdadera cruzada en contra de la verdad.

Dicha estrategia puede valerse de la simplificación de la realidad a partir de cualquiera de sus datos, desde los más destacables hasta los menos relevantes, o la práctica construcción de universos paralelos a partir de falsedades que no pueden ser desmentidas por el simple hecho de no poder ser contrastables con absolutamente nada. Como afirmar que unas elecciones fueron fraudulentas, pese a la presencia de veedores internacionales, cuya labor se relativiza si no es que se niega a priori, más allá de cualquier sentido de responsabilidad por lo dicho. Razón por la cual no puede considerarse cualidad informativa o educacional alguna en este tipo de programas.

Estamos, por lo tanto, ante una forma particularmente perversa de activismo político que pretende pasar por periodismo, excusando sus terribles inclinaciones bajo el paraguas que ofrece el género de la opinión. Literalmente un periodismo que desinforma y aleja a la audiencia de la realidad. Un modo de consumo cultural nocivo que idiotiza a las audiencias para convertirlas en militantes de causas artificiales que poco tienen que ver con sus propios intereses, debido a que, más allá de sus diferencias, este tipo de opinadores no son más que el reflejo caricaturizado de lo que solían ser los medios de comunicación tradicionales.

Poetas de la ira

El formato más usual al que recurren sus representantes es el podcast, que consiste básicamente en una transmisión hecha por una o más personas que conversan coloquialmente sobre un asunto o tema en particular. No obstante, nuevas plataformas como TikTok han multiplicado los espacios en los que este tipo de personajes pueden aparecer para influir en la opinión pública. Lógicamente están presentes en Twitter, Facebook y Youtube, siendo replicados, a veces, por canales de televisión que reproducen sus contenidos.

En todo caso, su producción suele ser muy básica e incluso rudimentaria, con escenarios, equipo e invitados muy improvisados. La ocasión es aprovechada para emitir opiniones cargadas con un alto contenido emocional, que buscan radicalizar las posiciones de la audiencia o interpelar a aquellos que ya se encuentren radicalizados. En este tipo de ambiente suelen florecer con mayor facilidad discursos de odio que bajo determinadas circunstancias sirven para justificar las acciones más atroces. Se busca inspirar ira en el oyente, indignación y hasta la percepción de que el enemigo identificado no posee ningún atributo que lo haga digno de respeto. Es decir, un discurso no solo despectivo, sino deshumanizante. Este es, quizás, su sello más distintivo.

En dicho género de opiniones, que podríamos clasificar fácilmente dentro de los llamados discursos de odio, es inevitable toparse con argumentos racistas, sexistas, clasistas y misóginos, gracias a que resulta muy difícil inspirar odio en la audiencia sin recurrir al uso de estereotipos sociales que refuercen la posición extrema de los locutores, así como el uso de epítetos y adjetivos descalificativos de forma casi permanente y a discreción. Así, se cumple aquello que irónicamente venía denunciando cierta oposición desde la llegada del Movimiento Al Socialismo (MAS) al gobierno, indicando que se había reemplazado al adversario por el enemigo.

Reunión de extremistas extraviados

Podría suponerse que su público está compuesto en su mayoría por convencidos que ya formaban parte de partidos de extrema derecha o estaban relacionados con alguien que lo hacía, y hasta cierto punto eso es verdad, debido a que los representantes de estos canales son personas que ya eran parte de los círculos de la opinión pública, la política o los medios de comunicación, aunque generalmente de carácter marginal y hasta desechable. De alguna manera, el círculo de los perdedores de la política y el entretenimiento.

Pero también llegan a ellos los que se sienten atraídos por las posiciones extremas del canal que los reúne. De igual modo, así es como empiezan, ya que las personas que llegan hacia ellos lo hacen conducidas por algoritmos que prevén que se sentirán identificadas con el tipo de contenidos propuestos. Llegan ahí, por lo tanto, gentes que comenzaron compartiendo publicaciones abiertamente racistas, a las que luego se les sugiere otras de carácter misógino, así como canales conservadores que promueven la defensa de la familia tradicional, etcétera. Por ello estas audiencias parecen cortadas con una misma tijera.

Los aplauden quienes han recibido lo peor del proceso de descomposición del tejido social que produce la pobreza y la exclusión. Aquellos que intentan encontrar una explicación a sus frustraciones personales o colectivas y que prestan sus oídos receptores a los que estén dispuestos a ensayar una respuesta, que ante la falta de educación teórica o científica no puede ser otra que los relatos ofrecidos por estos vendedores de humo y fantasías. Un público triste que rodea a bufones no menos lamentables.

El síntoma, no la causa

Ahora bien, los exponentes de este nuevo género de desinformación han estado multiplicándose como los hongos en los últimos años, pero pocos son tan difíciles de ignorar como Gonzalo Lema y Agustín Zambrana. Su programa, el Bunker Cabildo Digital, es lo más similar que podría encontrarse a las reuniones que cierto energúmeno solía sostener junto con otros fanáticos alcoholizados en antros alemanes hace más de medio siglo, donde no puede faltar, por supuesto, la música de ritmo marcial aunque con guitarras eléctricas, como tal vez le hubiera encantado a Mussolini.

Los temas abordados en sus programa suelen estar marcados por la agenda ya prefabricada que ofrecen los medios de comunicación tradicionales, solo que en este caso con una completa ausencia de análisis o de información, pero con invitados que no encuentran ningún problema en ofrecer sus esforzadas opiniones sobre lo que se vaya a discutir en las agonizantes dos horas que suelen durar. El mensaje principal que le pone el título al episodio está escondido a la mitad del espacio, por lo que resulta necesario escucharlo todo si se quiere captar un poco de sentido, sin que ello implique que el espectador vaya a aprender algo o a informarse en todo ese tiempo.

En general, la discusión que sostienen en aquel espacio suele estar limitada a comentar algunas imágenes o textos que se ponen en pantalla, con un uso recurrente de insultos y consignas, donde, como podrá adivinarse, el Gobierno y sus simpatizantes son objeto de su furia desmedida, aunque su extremismo los lleva a atacar a miembros de la propia oposición que no encuentran lo suficientemente radical, y a los que acusan incluso de masistas. Pocos escapan a la ira de sus presentadores, creativos a la hora de formular discursos de odio sin el menor reparo por los argumentos. Terminan sus segmentos, como es de esperarse, con amenazas que prometen retribución por las faltas cometidas por sus adversarios.

Uno podría llegar a pensar que en programas como estos se halla la causa del declive democrático que se viene experimentando desde hace algunos años en Bolivia, pero eso sería confundir los síntomas de la enfermedad con las causas, además de darles demasiada importancia a personajes que de otra forma resultarían tan superfluos e irrelevantes como sus oyentes e invitados. En realidad, la visibilidad de personas como Lema y Zambrana es posible solo porque se los permiten las plataformas ofrecidas por las redes sociales, donde descubren refugio muchos de los que no pudieron seguir la trayectoria de sus primos profesionales en los medios de comunicación tradicionales o en el mundo de la política.

No es una exageración decir que los personajes que dirigen el Bunker son el desecho de la oposición política y mediática, particularmente en el caso de Lema, quien viene tratando de arrancar políticamente desde inicios de este siglo, habiendo pasado por cada uno de los partidos que formaban parte de las coaliciones neoliberales. Primero, como candidato del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), sin éxito, por supuesto; luego como asesor de un ya olvidado diputado del partido fundado por el exdictador Hugo Banzer Suárez, Acción Democrática Nacionalista (ADN); y, finalmente, como candidato a la presidencia de otro partido que se salvó de perder la sigla solo por la declaración de nulidad de las elecciones de 2019: El Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), en las que Lema no llegó siquiera al 1% de la votación total.

Supo reponerse a esa derrota, como a todos sus anteriores fracasos, y utilizó la fugaz y diminuta plataforma que le ofreció ser candidato de una sigla desesperada por no fenecer para lanzarse como figura pública a través de las redes sociales, dando como resultado el programa que hoy lamentamos, donde se construyen narrativas como que las elecciones de 2020 fueron fraudulentas, más allá de toda evidencia que pueda ofrecerse hasta en el más limitado periódico; o que existe una conspiración en marcha para entregar los recursos naturales del país al imperialismo chino o ruso, sin mencionar otras disparatadas teorías de la conspiración que suelen comentarse en sus increíblemente largas transmisiones.

En cuanto a su acompañante, Agustín Zambrana, no puede decirse más de lo que dice sobre sí mismo y lo que delata su redacción. Veamos uno de sus tuit: “El pueblo boliviano sufre por incapacidad de un gobierno sin capacidad de solucionar (sic). La crisis económica de Bolivia exige acción inmediata. El gobierno ilegítimo debe responder presentando planes realistas y dar soluciones a la creciente crisis. ¡Bolivia merece respuestas!”. Se presenta a sí mismo como amante de Dios, patriota, regionalista, cruceño y pro-vida.

A pesar de la apariencia cómica que guardan ambos personajes, no debe olvidarse que bajo otras circunstancias sus mensajes de odio pueden amplificarse, sin dejar de ser solo un síntoma de la decadencia a la que ha llegado la oposición política y las élites del país, a quienes ya no les basta con renegar de la realidad, siendo necesario inventarla con la mayor ira posible.

Lema y Zambrana son sin duda dos hombres superfluos e irrelevantes, pero que sirven para ilustrar el grado de decadencia que atraviesa la derecha en el mundo, que ya no le basta con medios tradicionales para desinformar y hoy se vale de la postverdad para inventar realidades e incitar a la violencia de la forma más descarada, justificando, de alguna forma, la caulrofobia: El miedo a los payasos.


  • Cientista político.

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