
Por Jhonny Peralta Espinoza *-.
El laberinto de la derecha y su paradójica salvación
El reflujo que atraviesa la derecha se explica a partir de que sus objetivos, que parecían innegociables, hoy no los tiene tan firmes. Y se debe a que su estrategia nunca ha sido clara, ni tampoco ha podido seducir a todas las corrientes de la oposición ni al país. Esto nos demuestra que, si hay la voluntad de cambiar la realidad, el mensaje político que se va a trasmitir no debe reducirse a consignas como “cambio de la relación política con el Estado”, “federalización del país”, “retorno al republicanismo”, porque si las consignas no son traducidas en mensajes políticos para la población, para el territorio y la ideología, todo se reduce al activismo verbal, eso sí esta situación no ha alterado el objetivo estratégico de la derecha: El derrocamiento del Gobierno. Y para lograr este objetivo simplifica la realidad e impone, mediante su aparato mediático, la narrativa de que se avecina una crisis económica fuerte, tras la cual el Presidente estaría obligado a renunciar.
La derecha es una posición en la lucha de clases y, desde 2009 hasta ahora, solo ha conocido y ejercido un solo método para derrocar al gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS), como es la conspiración nacional e internacional con el ejercicio de la violencia. El Gobierno debe estar consciente de esta situación, porque la renovación o el cambio real de la derecha no son posibles ya que sus valores, como son su carácter privatizador, su gen racista, su monoculturalismo hegemónico, su violencia fascista, son innegociables. Además, hoy la derecha tiene vientos a su favor: La implosión irreversible del MAS, una crisis económica que se avecina, el sistema institucional cada vez más frágil, la ausencia de horizonte de país compartido, factores que explican que estamos ingresando a una etapa donde resolver estos conflictos superan a la acción del Gobierno, por tanto hacer democracia sin ciertas transformaciones de la estructura social es una quimera. A tomar en cuenta el Presidente y su entorno cercano.
Esos vientos a favor de la derecha se convierten en tempestades cuando Evo Morales y su entorno afirman que el Gobierno no es del MAS, que los proyectos de ley enviados por el Ejecutivo –llamados “paquete de leyes malditas”– no son iniciativa del MAS, que la inestabilidad y especulación financiera es responsabilidad de los ideólogos del modelo económico, que los que usurparon la presidencia de diputados y dividieron la bancada del MAS son los que traicionaron a las víctimas del golpe de Estado y, al final, acusan al Gobierno de convivir con el “gonismo”, el neoliberalismo, el imperialismo, etcétera.
Esta salvación paradójica que encuentra la derecha antinacional, es un reto al Gobierno para que defina una estrategia de unidad indígena popular, para dar señales evidentes de autonomía política y de discurso alternativo y prepararse activamente para el conflicto político-social. Porque si gobernar es un modo de organizar el conflicto, no debería tener miedo a la movilización política-social para derrotar estas acciones conspirativas y desestabilizadoras.
El extravío estratégico: La chapareñización del MAS
La Resolución 002/2023, de la Dirección Nacional del MAS, declara que “los militantes leales de base están decididos a defender la Revolución Democrática Cultural frente a las arremetidas del vicepresidente Choquehuanca, presidente Luis Arce (…) que pretenden proscribir al MAS y el liderazgo del hermano Evo Morales”. Esta resolución expresa un extravío estratégico y alimenta una polarización política dentro de las filas del Proceso de Cambio, situación que es aprovechada por el aparato mediático de la derecha, porque, en términos de identidad, de compromiso emocional, de sistema de creencias, y sean cuales sean los hechos, la gente comienza a creer lo que impone esta narrativa, un relato que es difundido principalmente por la vocería chapareña conformada por Leonardo Loza, Gualberto Arispe y Héctor Arce.
Esta polarización política, planteada por el sector chapareño del MAS, no tiene la intención de convertir al coyuntural adversario (llámese Luis Arce o David Choquehuanca, etcétera) como un interlocutor legítimo con el cual pactar y entenderse, la única posibilidad de consenso político que busca el sector chapareño es la exclusión absoluta de cualquier compañero que apoya y colabora con el Gobierno.
El MAS chapareño debe tomar en cuenta que los partidos no están condenados ni salvados por sí mismos, viven o mueren según lo que hacen frente a los grandes problemas. El MAS avanza de forma acelerada a su implosión y al mismo tiempo destruye al sujeto político indígena popular que en su momento con sus movilizaciones y su voto reconquistó la democracia. Ahora, quién o quiénes quieran reconstituir a ese sujeto político y sumar a nuevos actores tendrán que plantear un proyecto mucho más radical que el que hemos vivido, añadiendo que lo más difícil es que la gente que ve estos extravíos del Proceso de Cambio no pierda la fe en la necesidad del mismo. Este es un problema enorme que no deben olvidar ni Luis Arce, ni Evo Morales, ni sus entornos correspondientes.
¿Se podrá levantar las ruinas del MAS?
Marx advertía que un partido ya no puede inspirar ninguna práctica histórica revolucionaria si antepone la ideología a la política. Porque el término “ideología” para Marx es “un conjunto de ideas que se aplica a la realidad no para dilucidarla y transformarla, sino para oscurecerla y justificarla en el imaginario”. La realidad nos muestra que las élites “evistas” o “arcistas” enarbolan ideología pura y dura. Los primeros viven del pasado: Liderazgo indígena, nacionalización, Estado Plurinacional; y, los segundos, de la salvación economicista: Sustitución de importaciones e industrialización del país.
Para nadie es desconocido que los movimientos sociales se caracterizan por una debilidad ideológica, política y estratégica. Debilidad que se esconde muchas veces tras los resultados electorales o las grandes concentraciones políticas, y esto es producto de años de gobierno del MAS, donde los movimientos sociales han delegado su poder en el partido o, más precisamente, en el presidencialismo, llámese Evo Morales o Luis Arce, y sus entornos de confianza.
Si en algún momento hubo una llama de revolución en el Proceso de Cambio, esta se apagó cuando el colectivo de obreros, indígenas, mujeres y estudiantes dejaron que otros decidan por ellos. Entonces estamos hablando de un tema central en los procesos de transformación, como es el de la autonomía, o sea, la capacidad de decidir por sí mismos, sin delegación, tanto como individuo como colectivo. Ahora bien, ¿cómo es posible la autonomía?, ¿qué significa y qué implica la autonomía? Castoriadis afirmaba que la autonomía es “una meta que solo se puede alcanzar a través de su propia práctica”, en otras palabras, el “ser” autónomo se construye mediante la práctica de la autonomía, ejerciéndola.
El problema es si el MAS, en cualquier de sus corrientes o tendencias, tendrá la voluntad de apoyar la autonomía de los movimientos sociales. Hasta ahora lo que han demostrado es prebendalismo y cooptación. Y, para refrendar lo dicho, es útil recordar cuando declaró el presidente Luis Arce e instó a “no temer al pluralismo de ideas” (…) (para) consolidar la “unidad ideológica” del MAS; y la respuesta de Evo Morales fue de crítica a ese “pluralismo ideológico que fue utilizado por la dirigencia obrera para proteger a todos los trabajadores, y al mismo tiempo pretexto para albergar en el movimiento obrero a ‘adenistas’, ‘emenerristas’, ‘miristas’”.
Ambas posiciones expresan a la izquierda tradicional, siempre reactiva al valor de la igualdad y al valor de la pluralidad. Para la izquierda ortodoxa la igualdad se concentra en la vanguardia, en la dirección nacional, y reniega de la pluralidad, porque expulsa a los que no están de acuerdo, a lo que no es capaz de unir a la diferencia. En cambio, los movimientos sociales la igualdad la conciben como todos suman, todos aportan, no solo vale lo que sabe hacer una casta de dirigentes. Y la pluralidad tiene que ver con la idea de que somos distintos, tenemos ideas diversas, pero podemos articularnos y no ser obstáculo para la organización y ser potencia. Esta es la fuerza de los movimientos sociales, que está en el máximo de igualdad y el máximo de pluralidad, el asunto es cómo articularnos para hacer una fuerza, una potencia.
Tristemente asistimos a una disputa de élites o entornos, donde quizás ni Evo Morales ni Luis Arce están enterados en qué telaraña están atrapados.
“El rostro que adquiere históricamente un partido es uno solo: El de su sector finalmente predominante”
- Zavaleta
Esta disputa entre élites del MAS nos muestra qué clases se adueñaron del Proceso de Cambio, porque es una disputa sin horizontes ni contenidos. Cuando el mandamiento supremo de la política debe ser actuar de acuerdo con medidas que sirvan al pueblo en general, pero si solo sirven para los militantes, los analistas o cualquier otro grupo especial el divorcio entre el pueblo y la política está asegurado, la desafección crece y la desmovilización se garantiza.
Más allá de las limitaciones, errores, desviaciones estratégicas de las élites del MAS, hay una responsabilidad que recae sobre el Gobierno, porque enfrenta a la ingobernabilidad, la desestabilización y la conspiración. El Gobierno debe responder si está dispuesto a construir un nuevo pacto social, que implique la radicalización de la democracia, y nuevos retos políticos que reconduzcan el Proceso de Cambio. Debe mostrar si es capaz de entender el carácter de la época, las características de la crisis económica mundial, la nueva geopolítica mundial y desarrollar una crítica política y una visión político-moral apropiadas para interpretar esta nueva época.
Una medida política trascendental, que gatille a los movimientos sociales y pueda permitir abrir nuevos horizontes políticos, que hace tiempo lo planteó Sergio Almaraz, es la vía de la defensa movilizada de los recursos naturales o económicos, como por ejemplo la nacionalización de la explotación y comercialización del oro o la estatización del comercio exterior. Medidas políticas que podrían recuperar la tensión de los movimientos sociales y llevarían al país a una radicalización permanente. En este caso tendríamos un pueblo activo políticamente, donde el detonante son los recursos que genera el mismo pueblo trabajador. Estas medidas demostrarían que la ideología que busca conscientemente el Gobierno y los movimientos sociales es una ideología igualitaria.
Otro camino que puede elegir el Gobierno es que el Presidente inicie la batalla de las ideas, como proceso ético, que aspire a la politización de los movimientos en base a preguntas esenciales que tienen que ver con el país que aspiran a construir, con el poder político que desean poseer, con unas Fuerzas Armadas de defensa de la democracia y la patria, con sistemas de salud y de educación que colmen las expectativas del pueblo. Estamos hablando de un proyecto de país, de un poder político y de una economía política que responde a las necesidades de un pueblo que siempre ha estado a la altura de la historia.
La voluntad es poder, y el poder es emancipación. El Gobierno debe ser audaz también en los métodos, debería encabezar junto a los movimientos sociales y un renovado gabinete más político un manifiesto como base para iniciar un debate de masas, más allá de los límites que desea imponer el aparato mediático de la derecha. Dicho manifiesto tendría una parte analítica especialmente rigurosa y dura que intente explicar las causas de la derrota en 2019 (si hay balance no hay derrota); y, sobre todo, una propuesta-sintetizada en 10 o 12 ideas fuerza que centraran el debate y ayuden a una síntesis final. Todo este planteamiento, en torno a la necesidad de construir un “sujeto político unitario” con voluntad de mayoría y de gobierno, o sea, una mayoría para gobernar desde un proyecto propio, solvente, viable social y políticamente. Ni programa máximo, ni programa mínimo; programa para la acción consciente que mueva a las mayorías, que genere compromiso e ilusión.
Estos caminos que planteamos al Gobierno tienen el fin de construir una convergencia de fuerzas sociales y políticas, una nueva unidad que para ganar una mayoría en el país debe ser creíble, debe apoyarse en la posición hegemónica de su ala radical. En el país podemos identificar que esa ala radical la constituyen los indígenas, que siguen siendo los sectores más desfavorecidos; los jóvenes entre 17 a 27 años, que cuando se inició el Proceso de Cambio, habían nacido o tenían 10 años y que hoy constituyen el 30% del electorado y no tienen un proyecto de vida; y las mujeres, con las que el Estado tiene una deuda social. Esta es una tarea inmediata y sin plazos que el Gobierno debe iniciar, porque desde esos sectores saldrá el proyecto estratégico por el cual luchar y la exigencia de actuar tanto “desde arriba” como “desde abajo” iría de la mano, creando así las condiciones de relaciones de fuerzas políticas y sociales a favor del Gobierno y de una reconducción del Proceso de Cambio.
Hoy la palabra más repetida es unidad, para unos es alrededor de un líder, para otros es en torno a un gobierno. Ni lo uno ni lo otro, la unidad es una estrategia, es decir, un modo de hacer y organizar la política concebida como acción consciente, colectivamente realizada. A esto se suman los relatos o narrativas que se construyen sobre hechos; ni “evistas” ni “luchistas” poseen una línea política que se materialice en hechos y, por lo tanto, construyan relatos, y mucho menos poseen una comunicación política, que en política es decisivo, porque de manera que quien nombra hace valer su interpretación de las cosas, y esa interpretación beneficia a quien lo hace. Entonces la batalla de los relatos va a definir en buena medida el final de esta lucha política.
- Exmilitante Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka.
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