
Por Carlos Tablada (Economista)-.
La pandemia que se ha extendido a 185 países ha puesto en evidencia los efectos de las políticas neoliberales y la esencia salvaje del capitalismo. Ese sistema, que prioriza la obtención de ganancias a costa de la vida de millones de personas, también provoca el fallecimiento de millones de personas no solo por el Covid-19, sino también por el hambre, las enfermedades curables, los accidentes laborales –incluso en los propios Estados Unidos y Europa– y guerras de rapiña. En estos tiempos, muchos han sido atraídos a pensar y a reencontrarse con Ernesto Che Guevara.
En Cuba, también, aunque no sea precisamente a causa de los males que experimenta el mundo por su sistema capitalista, se busca el modo de revolucionar nuestra economía, nuestras instituciones, tal como el pueblo decidió al votar su Constitución en años recientes; son momentos en los que se debe realizar cambios profundos en la estructura de la economía y en el modo de gestionarla. Cerrar instituciones y/o eliminar regulaciones que obstaculizan el desarrollo de la producción nacional y su sostenibilidad y crear otras nuevas más pegadas a la base, administradas y fiscalizadas por la comunidad, por el municipio. El anterior es un proceso al que Raúl llamó continuar el desarrollo de descentralización.
El pueblo cubano vence el Covid-19 y se prepara para aplicar los cambios estructurales en la economía que permitan que las fuerzas productivas se desarrollen y crezcan a pesar del bloqueo estadounidense. De forma tal que se puedan destruir las trabas burocráticas que frenan su desarrollo y la felicidad plena de nuestro pueblo. “Cambiar todo lo que deba ser cambiado”, como dijo Fidel y como nos ha instado Raúl Castro; implantar y desarrollar lo acordado por el pueblo en la votación de su Constitución de modo pleno y cumplir los acuerdos de los congresos del Partido Comunista de Cuba (PCC), consensuados con el pueblo, y cuya aplicación se ha demorado demasiado.
El pensamiento del Che hoy en día viene como anillo al dedo en relación con lo acordado por el PCC. Principalmente, por Raúl Castro, que ha sido el gran impulsor de modernizar y hacer eficientes nuestra economía y nuestras instituciones; esa labor la ha venido haciendo desde 2008; y, luego, el presidente Miguel Díaz-Canel la ha asumido. Con Raúl Castro, con Ramiro Valdés, con Miguel Díaz-Canel está el Che.
No se trata de copiar, ni de aplicar la organización que creó el Che al inicio de la Revolución de 1959, para hacerla viable, y tampoco de seguir en los caminos trillados que llevaron a la desaparición del bloque soviético. Se trata de pensar con cabeza propia e incorporar los principios que, de modo resumido, expongo más adelante.
Che estaría de acuerdo con lo que Raúl expresó de forma clara: “Quienes apuestan por demonizar, criminalizar y enjuiciar a los trabajadores por cuenta propia escogieron un camino que, además de mezquino, es risible, por insostenible. Cuba cuenta con ellos como uno de los motores del desarrollo futuro. Y su presencia en el paisaje urbano inequívocamente llegó para quedarse…”.
Che no se opuso a la pequeña y a la mediana empresa privada. No solo no se opuso, sino que les garantizaba las materias primas, las piezas de repuesto, para que produjeran y funcionaran. Su cierre y desaparición ocurrieron tres años después de que dejara de ser uno de los dirigentes de la economía cubana, unos meses después de su asesinato. Che pensaba que no había que destruir por decreto las relaciones monetario-mercantiles que nos habíamos encontrado, sino que se debían crear y desarrollar nuevas relaciones de producción sociales y políticas.
No se puede usar al Che para demonizar el desarrollo de las entidades de producción, los servicios privados y las cooperativas, contemplados en nuestra Constitución y la nueva conceptualización del modelo cubano. Más bien, Che nos puede ayudar a romper las trabas burocráticas que imponen los que no son capaces de cambiar de mentalidad y se aferran a viejos modelos que demostraron su ineficiencia con el colapso del modelo soviético. Che nos puede ayudar a desarrollar el socialismo cubano al que tanto aportó él. Todo lo anterior, sin descuidar la defensa y la solidaridad con el resto de los pueblos, con la Humanidad.
El pensamiento, los sentimientos y la acción de Ernesto Guevara surgieron, se expresaron y se realizaron en el centro del proceso revolucionario más destacado y hereje de la segunda mitad del siglo XX: la Revolución cubana.
Che pudo asumirla de forma creativa porque tuvo cuatro componentes en su formación que lo predispusieron a ello:
- La formación cultural, ética y social progresista dada por su familia y el entorno en que ella se movió, que pusieron a su disposición lo más positivo de la cultura occidental acumulada;
- La historia de Argentina, el país donde nació y creció;
- La influencia de la República española y sus luchas;
- Su experiencia en el terreno: Vivencias sociales directas en casi todos los países de América Latina, el Caribe y el sur de los Estados Unidos, en sus primeros 23 años de vida.
Por otra parte, la Revolución cubana contaba con todos los ingredientes necesarios para impactar al joven argentino, culto y conocedor de las realidades de nuestra América. La Revolución cubana se fundó sobre un pensamiento revolucionario autóctono de profundas raíces, que se había nutrido de lo mejor de la cultura y que había puesto la ética como piedra base para toda faena. Así, siempre había acompañado a la palabra, a la idea, a la ilusión, a la esperanza, al sueño con la acción; lo que se había manifestado en cuatro revoluciones, desatadas en menos de 85 años, de donde habían surgido y descollado dos pilares:
- Una escuela militar insurgente, cuya arma principal es la ética, que aún se estudia y que usamos los cubanos con efectividad para defendernos del imperialismo estadounidense;
- La obra de muchos pensadores revolucionarios, la cual alcanza su máximo exponente en José Martí. Sin Martí y sin el espíritu de Antonio Maceo y su familia no se puede comprender por qué Cuba no se desmoronó como el resto del bloque soviético, por qué sobrevivió a la Guerra Fría, sobrevivió al bloqueo más inhumano y criminal aplicado a un pueblo en la historia de la Humanidad por la potencia más poderosa del mundo.
Estos son los elementos esenciales a tener presentes en este siglo XXI. Porque el pensamiento martiano y una corriente del pensamiento marxista, posterior a José Martí –cuyos exponentes más brillantes son Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras–, permitieron la elaboración de un marxismo de la subversión y no de la obediencia; una tendencia al cuestionamiento total de las verdades eternas del capital, del bloque soviético y de los partidos comunistas, que se habían dedicado más a interpretar que a transformar la realidad.
Mella, en una fecha tan temprana como 1925, al fundar el Partido Comunista en Cuba, en el mismo acto se enfrentó a las primeras manifestaciones de dominación, obediencia y distorsión del ideal libertario de la Revolución rusa de 1917. Y Antonio Guiteras representó el antiimperialismo consecuente y la inspiración del camino que siguieron años después los revolucionarios cubanos.
El otro pivote a tener en cuenta para comprender al Che es la figura, el intelecto, la ética, la acción consecuente de su jefe y maestro, Fidel Castro Ruz. La amistad y comunión intelectual que ambas personalidades establecieron marcaron, en buena medida, la historia y la suerte de nuestra Revolución cubana.
La Revolución de 1959 fue contra todo el saber y las verdades establecidas en Occidente, en la izquierda y en la academia. Cuba era el único país del mundo en los años 60 donde era impensable que se diera, triunfara y se desarrollara una revolución antiimperialista que conquistara la independencia, la soberanía y dentro de la que se fundaran y crecieran instituciones populares inéditas de verdadera participación popular, tanto en la defensa como en la distribución del plus producto.
Todavía hay quienes se quejan y no entienden el escándalo teórico-práctico y la herejía que significó la Revolución cubana, que no parecía posible al sentido común y a la razón organizada en teoría. La teoría marxista-leninista de los años 50 del pasado siglo contenía pocos estudios concernientes a los países del llamado Tercer Mundo (aún en nuestros días son insuficientes). Y son esta misma teoría, estas mismas interpretaciones del marxismo-leninismo, las que no dieron respuesta al problema esencial: La toma del poder y el establecimiento de una sociedad sobre pilares diferentes a los del capitalismo.
La Revolución cubana, desde sus inicios, estableció como principio que no tenía sentido alguno realizar acción, organización, proceso productivo o político, si no iba encaminado hacia –y si no se obtenían– el mejoramiento humano y la desalienación.
Estas son las premisas indispensables, a mi modo de ver, para comprender los aportes de Ernesto Guevara de la Serna al socialismo hoy.
Ernesto, convertido en Che por sus compañeros cubanos, retoma el principio de dudar, la duda como método en la teoría revolucionaria. La teoría y el marxismo como movimiento y no como dogma. La teoría marxista como base útil de herramientas para pensar y actuar y no para meter la realidad en una camisa de fuerza, en un sistema rígido inalterable. La teoría y la práctica para subvertir, crear y no para establecer un sistema de obediencia y dominación que discursara de la manera “el Partido pensó por ti y tú debes digerir”, en palabras del Che.
En el campo de la teoría marxista establecida por la existencia de la Unión Soviética –me refiero a la Economía Política y sus manuales, su Socialismo y Comunismo científicos– Che fue tajante: Afirmó que estaba en pañales, es decir, aún por hacer.
Che, al igual que Fidel, vaticinó que la Unión Soviética y los países de Europa del Este marchaban, de manera irremediable, hacia el capitalismo y expuso algunas de las causas que originarían este proceso. Che se percató de que el sistema soviético estaba permeado por los principios económicos, ideológicos y la ética del capitalismo. Che no se limitó a la crítica, sino que desarrolló un pensamiento y una práctica alternativos desde los inicios de la Revolución cubana.
Che se percató de que para crear el socialismo hay que crear una cultura alternativa a la capitalista; y esto lo tomó de los revolucionarios cubanos que, desde el siglo XIX, tenían presente que no se podía construir un país independiente y soberano sin unas bases éticas y culturales distintas de la metrópoli española primero, y del imperialismo estadounidense después.
Cuando producimos una bicicleta, por ejemplo, no solo se obtiene un bien material, sino que se producen y reproducen las relaciones económicas, sociales, ideológicas, jurídicas, éticas, imperantes en el instante de producir la bicicleta.
Che no creía que el desarrollo económico fuera un fin en sí mismo: El desarrollo de una sociedad tiene sentido si sirve para transformar al individuo, si le multiplica la capacidad creadora, si lo lanza más allá del egoísmo. Y este viaje del yo al nosotros, al desarrollo de la individualidad y a la libertad, no se puede hacer con los instrumentos, las categorías y la ética capitalistas.
No es renunciar a la mercancía ni a las relaciones monetario-mercantiles, es sencillamente producir por el valor de uso y no por el valor de cambio. Producir para satisfacer las necesidades de la comunidad, de la población; no por el afán de riqueza material, olvidando la riqueza espiritual y las necesidades materiales de toda la población y no solo de una minoría.
Las nuevas relaciones socialistas de producción tienen sentido si disminuyen la alienación de los trabajadores y tienden a eliminarla paulatina y definitivamente, ajenas a relaciones económicas y a un aparato empresarial y estatal que declaran que la propiedad es de todo el pueblo, pero no permiten la participación en las decisiones que van desde elegir a sus dirigentes, hasta discutir e incidir en las proporciones en que se distribuye la renta nacional: Cuánto al consumo y cuánto a inversión y la acumulación.
* Cortesía del portal web Cubadebate – https://cubadebate.cu
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