inaPor Sara Valentina Enriquez Moldez
Posteriormente al golpe de Estado en Bolivia, la vuelta de la democracia y la posesión de Luis Arce, correspondiente a la segunda oleada de gobiernos progresistas en América Latina, nuestros procesos se encontraron con varios desafíos. Al igual que en la Región, Bolivia hoy se encarga de administrar los cambios que se produjeron desde 2006 hasta 2019, claramente con particularidades propias que reconfiguraron el escenario político, como ser la pandemia, la postpandemia y la guerra ruso-ucraniana.
En nuestro caso, marcado fundamentalmente por un golpe de Estado doloroso, con profundas heridas que hasta el día de hoy no terminamos de digerir; y no lo podremos hacer hasta que se consiga justicia para todas las víctimas. Es evidente que se logró una parcial justicia con la aprehensión de Jeanine Áñez, Luis Fernando Camacho y algunas cabezas operacionales del golpe de Estado, y eso debemos reconocerlo. Pero nuestros muertos no regresarán de ninguna manera, vivirán en la memoria de los pueblos. Lógicamente quedan pendientes aprehensiones y la desestructuración de mecanismos golpistas de la derecha que hoy siguen operando.
El trauma del golpe es muy fuerte, y podemos constatar esto hasta en los lugares más recónditos de nuestra cotidianidad política. Sin embargo, de lo que no se habla es de las heridas que este suceso dejó en la subjetividad militante. Y para analizar ello se precisa de una autocrítica importante desde el mismo y para el mismo movimiento popular.
Desde hace unos meses se hizo una constante leer noticias sobre la problemática interna en Bolivia, hoy nos preguntamos ¿por qué? Esta cuestionarte tiene dos respuestas que no se invalidan entre sí: la primera, que responde a motivos de extrema obviedad relacionados con la hegemonía mediática; y la segunda, que responde a motivos más profundos de “longi tempore” que implican una mordaz autocritica, no a las autoridades, sino a nosotros mismos, a la militancia.
La primera respuesta tiene que ver con la cobertura y coordinación mediática entre los medios hegemónicos de comunicación, que prestan especial atención a los conflictos internos del Movimiento Al Socialismo (MAS), logrando gradualmente su acometido de fracturar al movimiento popular más grande de la historia boliviana. Para hacer esta afirmación estudiamos las portadas del diario Página Siete, desde el 1 al 31 de mayo, en las que 15 de ellas hacen referencia directa e indirecta al conflicto interno del MAS. La derecha no se detiene y nosotros nos seguimos automutilando.
La segunda respuesta parte por reconocer los conflictos que, en primera instancia, son naturales. Pero también pasa por reconocer que el mundo no solamente está contaminado por las industrias de los capitalistas, sino también por sus lógicas: el individualismo, el egocentrismo, el consumismo, la maximización de la ganancia, entre otras. Y al estar sumergidos en un mundo globalizado la militancia no está exenta de dichas lógicas, aunque uno de sus objetivos centrales debería ser luchar contra estas. Lo cierto es que la militancia está sometida a la alienación que se da en el capitalismo, no nos salvamos, y eso solo fue posible gracias a la victoria cultural del neoliberalismo en nuestra subjetividad: ablandar y domesticar a la militancia.
El principio que funda el sistema capitalista es el beneficio, la competencia desenfrenada entre todos los pueblos e individuos, y esas tienden a reproducirse en casi todos los espacios si no existe la suficiente resistencia ante la arremetida de esos antivalores del neoliberalismo. La alienación enajena la conciencia sobre la necesidad de un mundo mejor y, en consecuencia, desmoviliza. Tener conciencia verdadera sobre la realidad no es aceptarla, sino asumir la urgencia de la militancia activa y contrahegemónica. De lo contrario, estando desmovilizados y carentes de discusión ideológica, nuestra agenda se achica y el horizonte se hace más lejano. El comandante Chávez decía que la mejor defensa es la unidad y la ofensiva: “…pero toda ofensiva requiere un plan, una estrategia, unos actores coordinados, estructurados, conscientes, y además se requiere saber hacia dónde es la ofensiva, quién es el oponente principal”.
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