Por lo general cuando voy a la Feria del libro, rebusco en todas los stands para encontrar cosas interesantes, novedades y si encuentro algo que me llame mucho la atención las compro sin pensarlas dos veces, siempre tengo ese miedo de volver y no encontrarlo, es uno de mis problemas mayores, eso me hace ser un gastarate, a veces de puras chucherías como se dice vulgarmente, pero son cosas que me gustan en ese instante, muchas de ellas no las vuelvo a ver después, de otras ni me acordaba que las compre, pero en el caso de los libros es diferente, nunca me arrepiento, la maleada es que me quedo sin plata muy rápido, la primera vez que vi el libro “Aprender amar el plástico” del escritor mexicano Carlos Velázquez de la editorial boliviana Sobras Selectas, no tenía un peso en mi bolsillo, hurgue ambos, en uno me encontré con un chicle a la mitad, sentí asco y en el otro unos centavos destinados a mis cigarros.
Tiempo después mi compañera me llevo a la casa de Wara Godoy que compartía espacio con Nohe Sahunero, si más lo recuerdo lo habían llamado “El Librujas”, ese momento había ido a comprar solo libros de música, había dejado como un año de leer teoría política, estaba dejando la literatura y quería embullirme en la música como tal, esto en el afán de poder comprender espacios, vidas y sonidos, en un todo. Es allí que volví a ver el libro “Aprender amar el plástico”, la portada son dos manos levantando un disco de vinilo, como si fuera una hostia en plena liturgia, yo estaba en un proceso de escribir sobre vinilos, coleccionistas, historias, para mi columna dominical en el Semanario La Época, dentro de mí grite “bingo”, pensé que tenía algo relacionado con el tema, pero me equivoque, son pequeñas historias, de Carlos Velázquez. Como era comienzo de mes, no tenía ningún problema para comprármelo, así que lo puse en mi selección de libros a llevar.
Confieso que nunca había leído nada de él, pero ya el primer cuento me mato por completo, me encanto, su sinceridad, su honestidad ante la vida, una pluma fascinante, comencé a resaltar frases que me llamaban la atención, al hablar sobre su noviazgo decía “estiré mi relación hasta un nivel en que ni el mal sexo, la infidelidad o la disfunción eréctil resultarían tan nocivos. Una sola satisfacción preservo de aquel infierno, si sobrevivimos a esa pesadilla, somos capaces de resistir cualquier catástrofe. Incluida su madre”, de hecho, lance una carcajada por el contexto que iba narrando, más adelante cuenta que un tiempo de su vida iba perdiendo viajes, el avión lo dejaba bastante por llegar tarde, entonces se repetía “para lo que si soy bueno es para superar las cruda morales. Entonces, como si de remontar una resaca se tratara, me repetí ¡No más!.
Después me entere que tiene muy buenos editores que lo cuidan bastante, o que no juega en grandes editoriales transnacionales, que seguramente omitirían o sacarían muchas cosas, que en teoría o dentro del conservadurismo molestarían al público, pero sería quitarle también su originalidad, su prosa, su enojo, por ejemplo en su cuento “Darks de boutique” donde relata el concierto de “The Cure” comienza a protestar, nos cuenta “la primera parte la pase bien, después de haber toca 25 canciones la cosa se ponía intensa, sobre todo cuando se produjo una tormenta de encores”, un encore es una interpretación adicional al final de un concierto, el término viene del idioma francés, lo que significa «de nuevo». Carlos dice al referirse a Robert Smith líder de la banda “Smith no tiene madre. Porque está faltando a un principio fundamental del rock: el encore es a una petición del público y no a una imposición del grupo en escena. Vamos, si hasta alguien tan ignorante como Vicente Fernandez lo sabe, él no deja de cantar mientras el público no pare de aplaudir, Pero con The Cure nosotros no pedimos que volviera tantas veces al escenario”.
Además el lenguaje mexicano, la forma de entender su identidad a través de las letras, el estereotipo que le da al libro, un hombre de su cotidianidad con experiencias fabulosos, “profundamente humano”, me encanta la parte que dice el silencio era mío, pues es una costumbre que heredé de cuando era un don nadie, “la gente que me topaba en la calle se cruzaba a la acera de enfrente para no saludar. Ahora, ya que los don nadie son ellos, el que les saca la vuelta soy yo. Y, siempre que me molesto, opto por la ley del hielo”.
Es un libro que uno no se lo puede perder, es una bestialidad de libro, como decía Patricio Rey y sus redonditos de ricota, “Mi héroe es la gran bestia pop”., es un libro pop.
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