Por Pilar Orellana (Comunicadora de Correo del Alba)-.
Al fin conseguí la entrevista, gracias a unas gestiones de amigas, que desde hace mucho tiempo añoraba hacerle a este gran escritor boliviano. Un personaje de la Llajta, Cochabamba, del que se puede decir que desde que nació –fue dado por muerto al momento del parto, siendo rescatado por una tía del tacho de basura– ha tenido una vida tan azarosa que a veces supera cualquier relato de ficción. Por eso, quienes somos sus lectoras y lectores, añoramos que pronto pueda publicar sus memorias.
Con Ramón Rocha Monroy la entrevista fue un momento de aprendizaje, tanto en el ámbito de la literatura como de reafirmación del compromiso político que, cuando se le tiene claro y se es consecuente, puede incluso jugar en contra. Como en el caso de este prolifero autor que ha sido olvidado por las editoriales y colegas por tener una filiación política definida, basada más en convicciones de justicia histórica con los pueblos olvidados, proscritos del poder durante siglos –como señala–, que por compartir las formas del partido que andan medio revueltas –digo yo–. Tampoco le ha servido su militancia para obtener un reconocimiento o apoyo a su carrera.
En esta oportunidad no ahondamos en detalles de su vida personal, sino que nos concentramos mayormente en la literatura, sus proyectos y anécdotas que relató con un hablar pausado, sin ser para nada previsible en sus ideas que escapan a cualquier lugar común.
Ramón Rocha Monroy (Cochabamba, 20 de febrero de 1950) es un escritor que se define como gastrósofo y periodista, Premio Nacional de Novela 2002. Estudió Derecho en la Universidad Mayor de San Simón (UMSS), donde se tituló de abogado. Más tarde, en el exilio, haría una maestría en Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Como periodista es celebrado por sus crónicas de su ciudad natal. Columnista del diario Los Tiempos, fue consejero de prensa de la Embajada boliviana en México (1990-1992). Docente universitario, cobró fama con sus columnas publicadas bajo el seudónimo de “Ojo de vidrio”.
De igual forma, incursionó en la política y militó en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), llegando a ser viceministro de Cultura. Luego ingresó al Movimiento Al Socialismo (MAS), desde donde se presentaría como primer senador por Cochabamba, siendo inhabilitado por faltarle algunos documentos exigidos.
A principios de 2014 fue nombrado miembro del Consejo de Administración de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (Fcbcb).
La entrevista se realizó en casa de su hija Raquel, que me recibe con una calidez extraordinaria, agradecida de este diálogo, cuando soy yo quien lo está. En el antejardín, en una mesa soleada y rodeada de un ambiente familiar, comenzamos bajo la mirada de los afiches del Che, Picasso, Dalí y Joaquín Sabina.
Pilar Orellana (PO).- Una pregunta que nos hacemos sus lectores es ¿en qué está trabajando Rocha Monroy actualmente? ¿Por qué no está visible?
Ramón Rocha Monroy (RM).- Tengo 60 libros publicados y unos 15 originales, estoy afinando estos últimos porque desde la pandemia los editores no me “tiran pelota”, entonces ni modo.
He estado trabajando en una entrevista a Jaime Paz Zamora, de varias sesiones, tratando de publicar ese libro que he llamado: Habla Jaime Paz Zamora, porque él habla de muchas cosas y nosotros hemos dejado que hable, en homenaje a la libertad de expresión y en nuestra condición de periodistas que no podemos callar a nadie, pero podemos opinar. Hace puntualizaciones muy interesantes sobre el presente, el pasado y el futuro de Bolivia.
PO.- ¿Lo tiene avanzado?
RM.- Ya lo tengo listo. También toda mi historia la tengo lista. Además una novela que era larga la he convertido en dos novelas cortas.
PO.- ¿Cómo se titulan?
El entrevistador del ron apacible y Agáchate que los ataques pasan.
RM.- Tengo otra novela que se llama Me pienso seriamente emborrachar; son mis memorias de la época escolar. Estudié en un colegio de curas franquistas, la he mezclado con algunos capítulos de mi primera novela, Allá lejos, que mereció un noble comentario de don Augusto Guzmán, un gran literato que ha muerto viejito. Como me había olvidado de esa novela, la destaco en algunos capítulos.
PO.- ¿Por qué, siendo usted un escritor tan renombrado, me dice que no lo han vuelto a publicar?
RM.- Lo que pasa es que es un problema de política, porque me he declarado militante del MAS y ahí he perdido el 99,9% de mis lectores y de mis amigos. Y es que un escritor es una persona de clase media, sus lectores son de clase media y es bien lógico que nos endilguen todos sus problemas de racismo a nosotros. He perdido mucha gente y popularidad; pero no importa, porque soy masista por razones históricas, no por razones de marketing político.
PO.- Hablando de historia, recordé el libro que escribió sobre Antonio José de Sucre, Qué solos se quedan los muertos, una obra acuciosa sobre su vida y muerte.
RM.- Acuciosa. Leí veinte libros, cartas de la Fundación Vicente Lecuna de Venezuela y al final no tenía la dificultad inversa de complementar con imaginación lo que se podía, sino cómo hacerle decir 20 tomos de cartas a un autor.
La cualidad de Sucre es que era hombre de Estado Mayor y sus cartas estaban ausentes de retórica, como sí lo eran Napoleón y Bolívar, y Casimiro Olañeta, terriblemente retórico. Sucre iba directamente al grano y punto. Por eso es que me cautivaron sus cartas y al final dije: ¡aquí hay una novela! Me leí esos 20 tomos y de ahí fue saliendo la historia.
PO.- ¿El Estado Plurinacional, hoy en día, apoya a las y los artistas nacionales?
RM.- Yo creo que no apoya, pero el problema es que no tiene por qué hacerlo ya que todos son opositores, o el 99% lo son. Lo curioso es que un movimiento se desarrolla así con todos los intelectuales en contra y hay que tener raíces históricas para darse cuenta de eso.
PO.- ¿Las y los escritores, para este proceso tan importante para el país, son unos parias dentro del mismo?
RM.- Sí, porque no saben a dónde aferrarse, porque no son de derechas ni de izquierdas, viven embelesados con la oposición a los militares, pero eso ya ha pasado. Actualmente los originarios son los que gobiernan, algo que no quieren aceptar en lo absoluto.
PO.- Usted, además de novelas, escribía una excelente columna de comidas.
RM.- Sí, en ellas me ubico como gastrósofo, porque de mi primera novela a la última en todas partes hay pasajes de comida. Y al final me dediqué directamente al oficio en una columna que firmaba como “Ojo de vidrio”. En ella, a gente muy humilde la convertimos en personajes. Por ejemplo, había un salteñero en Kala Kala, que a su lugar [de venta] fue el Prefecto, el Alcalde, todo el mundo, porque era famoso; antes no lo era, pero nosotros éramos sus amigos.
Asimismo, nos reuníamos en “El tornillo”, que era un boliche que no tenía ni letrero, en La Cancha, bien chiquito, tenía una mesa que le llamaban “mesa de la nobleza”. Entraba uno y pedía seis cervezas, entraba otro y decía: “nobleza obliga: seis botellas más”. Tomábamos cantidades navegables de cerveza y comíamos muy bien. El dueño era don Armando y doña Amalita, la cocinera.
PO.- ¿Por qué “Ojo de vidrio” ?
RM.- En realidad es un equívoco, porque siempre he tenido los ojos rojos, excepto ahora que estoy lagrimeando mucho. Pero la columna era “Ojo de vidrio” por Ramón Rocha. Incluso el presidente Evo una vez que presenté un libro en el Palacio de Gobierno me dice: “no sé cómo se llamará el compañero, pero estoy seguro que es el ‘Ojo de vidrio’”. La realidad es que pocos saben mi nombre, unos me llaman Sixto, otros Monroy y otros Manuel, cuando es Ramón Rocha Monroy; pero no quieren que me llame Ramón.
PO.- ¿Cómo se acerca a la literatura?
RM.- Mi único hermano, que ya se ha muerto, se fue a La Paz y me dio su biblioteca, que la alimentaba constantemente con nuevos títulos. Vivía en el exterior y me enviaba libros. Desde muy chico he tenido mucha disposición por la lectura, y él se valió de un truco, me dijo: “a ver, ¿conoces ese libro?”. “Sí, más o menos”, le dije. “A ver, abrí este”. Abro y se caen unos contactos de unas fotos pornográficas. “¿Ves lo que puedes encontrar en estos libros?”. Y entonces yo revisaba, en algunos encontré 100 pesos, más fotos, de modo que en cierto momento me sabía de memoria lo que había en esa biblioteca y caminaba toda la vacación con un libro bajo el brazo, me iba a una plazuela a leer. Creo que se puede ser lector sin necesidad de ser escritor, pero de ninguna manera escritor sin ser antes lector.
PO.- ¿Qué recuerda de sus primeros escritos?
RM.- A mis 13 años hice una especie de diario. Me inventé una sección que se llamaba “El cuento semanal”, y por supuesto no pasé del comienzo del primer cuento. Imagínate cuántos hubiera escrito hasta el día de hoy. De todas maneras, ese fue mi primera incursión en las letras.
Después, la Alcaldía de La Paz convocó al Gran Premio de Literatura Franz Tamayo por el Sesquicentenario de la República, en 1975 (ahora va a cumplir 200 años el Estado Plurinacional y yo voy a cumplir 50 años de mi primera edición), gané el primer premio con el ensayo titulado Pedagogía de la liberación, que en la primera parte decía: “Crisis de la civilización occidental”, y la segunda parte estaba en blanco.
PO.- ¿Cuáles son las escritoras o los escritores que prefiere o le han inspirado?
RM.- Para empezar Julio Cortázar, pero igual uno que le ha inspirado y que este no menciona, Boris Vian, francés.
Me quejé de que Cortázar no diga nada de Vian y alguien me contestó que Cortázar había hecho un seminario de él. Pero no era hacer un seminario nomás, era mucho más que eso, fue su gran inspirador. Cortázar no hubiera hecho Historias de cronopios y de famas si no leía a Vian.
PO.- Cortázar no hubiese escrito si no hubiese leído a Boris Vian… ¿qué no hubiese escrito Rocha Monroy si no hubiera leído a…?
RM.- Para empezar, no hubiese escrito El run run de la calavera si no hubiera leído a Boris Vian. Yo lo conocí bastante antes que a Cortázar. Y comparto la misma fuente de inspiración.
Cuando escribí El run run de la calavera había sufrido un surménage, era director del Canal Universitario y me dieron un mes de baja médica. No podía aguantar ni el ruido de la máquina de escribir. Escribí a pulso, en un cuaderno de contabilidad que todavía tengo. A la mitad del trayecto fui espantado al psiquiatra y le dije: “el problema es que estoy a media novela y me estoy curando, tienes que medicarme menos”. Y me dio la mitad de la medicación hasta terminarla; probablemente no lo repetiría. Es una de las 15 novelas fundamentales de Bolivia y el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) de la Vicepresidencia está en deuda de su reedición.
PO.- Es periodista y escritor, ¿qué es para usted el éxito como autor?
RM.- Los grandes autores escriben para los críticos en un círculo cerrado, un periodista lo hace para todos y su éxito radica en que llega a todos con un lenguaje sencillo. El éxito es la lectura, que todo el mundo lea y me lo diga, nada más eso. El éxito no es económico, porque este oficio debería tener un letrero como esos de las micros que dice: “se goza, pero no se gana”. El que busca en la literatura ganar dinero está perdiendo el tiempo.
PO.- ¿Cómo crea o le da forma a sus personajes? ¿Le llegan o los elabora a partir de qué?
RM.- Veo a la gente, al cotidiano, y me frustra ver que haya literatura de ciencia ficción cochabambina, cuando hay tantas cosas que abordar en la vida cotidiana aquí. Ese era el secreto de mi columna, yo salía y veía en lo cotidiano lo insólito. De esa forma me gané cierto prestigio.
PO.- Escribió sobre el Potosí, los Vascongados y Vicuñas de Cochabamba ¿qué le falta contar?
RM.- Sobre todo gastronomía. El run run de la calavera es de un pueblo de Pocona que es el primer cantón de Totora, está a 100 km de aquí, por el camino antiguo a Santa Cruz. Los contemporáneos no me querían mucho, porque decían: “este cojudo miente, se inventa cosas”. Pero ahora los nietos me buscan porque es una prueba de que sus abuelos han existido. Y hay impresiones y costumbres interesantes. La verdad es que yo quería escribir solo para Pocona, pero me salió bien, porque acercándose a lo local se puede llegar a ser universal.
PO.- ¿Qué novela tiene en mente, la que añora y no ha logrado escribir?
RM.- La edad y la memoria ya me follan… digo “me fallan”, así es que estoy haciendo un inventario de lo que he escrito, creo que 60 novelas y los originales que son 15, bastante. Estoy en un proceso de recopilación y no tengo pendientes con la literatura.
PO.- Por último, ¿qué le gustaría que le preguntaran y nunca lo han hecho?
RM.- Sabe que, ha quedado pendiente lo de Potosí. En Potosí 1600 me fijé más en La Historia de la Villa Imperial de Potosí y los Anales de Bartolomé de Arzáns Orsúa y Vela, porque escribe sobre una nube ilusoria ya que si vas ahora a Potosí te das cuenta de la pobreza extrema que tiene. Además que el Cerro Rico nunca ha dado nada a los potosinos, pero absolutamente nada, es un problema de mandar dinero afuera: a España primero y a los Estados Unidos después. Y ahora los cooperativistas mineros, que venden a los rescatistas lo que pueden; pero nunca han dado nada a Potosí. Sin embargo, es un gran orgullo tener el Cerro Rico, siendo bastante deleznable su participación en el desarrollo de Potosí.
La novela tenía que llamarse “Potosí 1600 centímetros cúbicos”, para que ningún historiador me fuera a decir: “¡pero cómo Potosí 1600, si eso ha ocurrido en 1700-1748…!”. Era “1600cc”, pero ha quedado así y acepté.
* Cortesía de la revista Correo del Alba – https://correodelalba.org
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