Por La Época -.
Bolivia acaba de cumplir 198 años este 6 de agosto. La independencia alcanzada en 1825 fue, como en la mayor parte de los países de América Latina y el Caribe, bastante formal. De estar sometidos en su momento a la Corona española, en el siglo XXI es Estados Unidos el que maneja los hilos de la dominación.
La fundación de Bolivia fue el resultado de la lucha larga que el Ejército bolivariano comandado por Simón Bolívar y los guerrilleros independentistas libraron sin cuartel ante la Colonia, cuyo ejército, junto a la mayor parte de los curas, tenía en su mira a los indígenas sublevados y a los hijos de españoles nacidos en esta parte, entre los más importantes que aspiraban a concretar las ideas liberales plasmadas en las revoluciones francesa y norteamericana.
La Declaración de Independencia se quedó, muy pronto, en una mera formalidad. Los “doctorcitos” se apoderaron de la Revolución, persiguieron y asesinaron a los que levantaron las banderas anticoloniales y se alejaron de las ideas que planteaban la construcción de la Patria Grande. Ese grupo pequeño, desarrollado como fuerza oligárquica, asumía el pensamiento liberal mientras solo le beneficiara, e impulsaba todas las formas de explotación y dominación que le fueran posibles.
De ahí Bolivia se convirtió en un espacio de disputa entre las fuerzas sociales opuestas al imperialismo que había sustituido al español y que al mismo tiempo hacía mayor daño: el norteamericano, y las fuerzas que se sienten reflejadas en un mundo con explotación, dominación y discriminación. Los intentos nacionalistas como los de Busch, Toro, Villarroel, Juan José Torres y otros, fueron violentamente desmontados. Y no puede escapar de la lista la experiencia guerrillera comandada por el Che en 1967, a la impronta de los movimientos de liberación nacional que aparecieron en nuestra América tras el triunfo de la Revolución cubana.
Producto de esta acumulación histórica, de derrotas y victorias parciales, es que en la primera década del presente siglo se registró un impulso revolucionario que iba a traducirse en la victoria electoral de Evo Morales en 2005 y, luego de un golpe de Estado en 2019, en el regreso del pueblo al gobierno en 2020, a través del binomio Luis Arce y David Choquehuanca. Es el pueblo organizado el protagonista principal del Proceso de Cambio y de su fuerza depende su continuidad.
Se ha avanzado mucho en varios campos, pero también se ha retrocedido. La tarea histórica más importante de este momento no es la definición de quién será el candidato en las elecciones generales de 2025, asumiendo que no haya alteración del orden democrático, sino la puesta en marcha de un proyecto que tenga por objetivo un salto cualitativo en la perspectiva anticapitalista y socialista. Para eso hay que cumplir con la autocrítica todavía pendiente de los 14 años anteriores al golpe y de la propia táctica empleada en esas jornadas. No se trata, por tanto, de recuperar el proceso o de profundizarlo, sino de hacer lo primero para redireccionarlo hacia su perspectiva inicial: el socialismo comunitario.
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