diciembre 10, 2024

El dramático destino de las bibliotecas particulares

Por Luis Oporto Ordóñez *-.


En la edición 1021 de La Época publicamos una nota con el título “Donación de la Biblioteca del Ing. Rodolfo Pinto Parada a la Universidad José Ballivián del Beni”. Sin embargo, la hija del bibliógrafo beniano nos hizo saber que esta no fue donada, sino cedida en calidad de custodia. Hacemos la aclaración pertinente.

Esta misma semana, la hija del célebre escritor Néstor Taboada Terán, autor de la novela Manchay Puito, el amor que quiso ocultar Dios, nos comentó que la biblioteca de su padre fue donada a la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) hace un tiempo. Cuando ella quiso ver la colección de su padre, notó con horror que la misma había sido dispersada en las colecciones generales, por materia. Lo mismo sucedió con la biblioteca del gran escritor paceño Jaime Sáenz, autor de la icónica novela Jaime Delgado, con lo que, en los hechos, estas dos formidables colecciones se perdieron irremisiblemente. La biblioteca singular de Josep Barnadas, la colección hemerográfica de suplementos culturales de Elías Blanco Mamani, la biblioteca de Rubén Vargas, fueron entregadas a una importante institución internacional, las que por razones de política interna cerró las bibliotecas que prestaban servicio público.

Las élites, gracias a su poder económico, tuvieron a su alcance bibliotecas utilitarias, desde la época colonial, como Don Nicolás Urbano de Mata y Haro, Obispo de La Paz (1702), que fue “una de las primeras en aquella ciudad, que se instaló fuera de los recintos monásticos”, con un total de 360 volúmenes. Funcionarios de la Real Audiencia de Charcas, a partir de 1681 (año ad quo) hasta 1825 (año ad quem), acopiaron 22 bibliotecas particulares localizadas en La Plata (hoy Sucre) y 11 en la Villa Imperial de Potosí, según el estudio de Nancy Ripodaz. Por su parte, Marcela Inch identificó 34 bibliotecas privadas y tres Negocios de libros en la Villa Imperial, para el periodo 1750 a 1825, entre ellas las del clérigo Eusebio Benítez Maldonado y del abogado Juan Fermín Daza, las de Miguel de Amatler y Gregorio Iporri. El célebre Dean Terrazas, poseía una “biblioteca repleta de libros de ingreso prohibido por heréticos, o por liberales o por afrancesados”, que los hacía importar clandestinamente; libros que puso a disposición de los independentistas que acudían a la Academia Carolina de Chuquisaca.

Una verdadera constelación de bibliotecas particulares centellea a lo largo de la historia, pero su destino se torna incierto al momento de extinguirse la vida de sus propietarios. El desdén ha sido la constante que ha determinado el destino final de las bibliotecas particulares, en todas las épocas de nuestra historia.

La destrucción de las ricas bibliotecas coloniales deja un recuerdo lacerante. Los funcionarios de la Real Audiencia de Charcas, los azogueros y un puñado de mujeres no imaginaron el triste corolario de sus desvelos librescos. El relator Segovia y fiscal Miguel Martínez Escobar los entregó en herencia, subsistiendo por breve tiempo pues los libros fueron vendidos, rematados. Un tercio de la biblioteca del oidor Ussoz y Mozi, encarcelado durante la rebelión de 1809 por orden del presidente de la Audiencia, Nieto, fue enviada a Cochabamba y “los dos tercios restantes” vendidos “en bloque al comerciante Domingo Aníbarro”. La biblioteca del ilustrado caballero José Ignacio Flores sufrió la disgregación de sus libros, saliendo a la venta clandestina varios tomos, yendo a parar a las estanterías de altos jerarcas del Virreinato del Río de La Plata, como señala Ripodaz.

Antonio Paredes Candia relata las vicisitudes de las bibliotecas republicanas, con destino parecido de sus antecesoras coloniales. “La hermosa biblioteca de Agustín Aspiazu fue usada por su viuda como combustible para la preparación de api, en la antigua Calle Lanza”, desgraciada suerte corrió “la Biblioteca de Hernán Paredes Candia, rematada de cinco en cinco, de diez en diez, por un martillero ignorante”. La “Biblioteca de Don Antonio Gonzáles Bravo, fue vendida casi al peso por aquella mala gente que la heredó”. La Biblioteca de Don Modesto Omiste, “la vendieron a peso, ni más ni menos como si fueran papas o cebollas”. La Biblioteca de Ismael Sotomayor y Mogrovejo fue pignorada por él mismo, quien “ya dominado por el alcohol, sacaba un volumen de su magnífica biblioteca e iba a ofrecerlo a alguien que le arrojaba unos pesos por el libro, destruyendo así poco a poco su obra”. La colección fue expropiada de facto por el Ministerio de Educación y depositada en tugurios, de donde fueron sustraídos sistemáticamente por los funcionarios de esa repartición.

La valiosa biblioteca que coleccionó Gregorio Beeche, el destino deparó un fin trágico. En 1929 su biblioteca de 80 mil títulos “fueron dispersados y repartidos en varios establecimientos de Chile, lo cual equivalió a su desaparición. Fue una gran pérdida, sufrida en el extranjero, para la bibliografía boliviana”, afirma Alberrto Crespo. En tanto que la biblioteca que perteneció al bibliógrafo Nicolás Acosta, fue vendida a los Estados Unidos.

En tiempos más reciente, algo similar aconteció con la biblioteca de Fernando Baptista Gumucio, exministro de Economía del gobierno de Hernán Siles Suazo (1982-1985). El destino de la magnífica biblioteca de Valentín Abecia Baldivieso, que superó los 35 mil ejemplares pasó a propiedad de sus sucesores y se tiene conocimiento que una parte fue entregada en calidad de donación a la Biblioteca de la Penitenciaría de San Pedro, en la ciudad de La Paz, hecho loable, por cierto. Sin embargo, muchos bibliófilos encontraron exlibris de Valentín Abecia Baldivieso en el comercio de libros usados del Mercado Lanza, identificados por los sellos de procedencia. Es igualmente incierto el destino de la biblioteca enciclopédica que atesoró Teodosio Imaña Castro, cuya extensión y contenido es notable. La biblioteca de Roberto Choque, quien murió en julio de 2020, la primera especializada en historia indígena de Bolivia, quedó en manos de “parientes” que aparecieron de la bruma.

Felizmente para la Historia, las bibliotecas de José Rosendo Gutiérrez, la biblioteca de Gabriel René Moreno, la biblioteca de Ernesto Otto Rück, la imponente biblioteca de Guillermo Lora, la célebre obra de Alcides D’Orbigny Voyage dans l’Amerique Meridional, fueron adquiridas por instituciones culturales nacionales. Las bibliotecas particulares de Alberto Crespo Rodas, Luis Ramiro Beltrán y Armando Cardozo y la colección completa del periódico Última Hora, incluyendo el archivo fotográfico que formó como resultado de su función periodística que sobrepasa las 100 mil piezas, fueron transferidas a una respetable institución universitaria de La Paz.


  • Magister Scientiarum en Historias Andinas y Amazónicas y docente titular de la carrera de Historia de la UMSA.

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