diciembre 11, 2024

La gran crónica sobre la Revolución de Octubre

Por Enric Llopis (Periodista)-.


Valdímir Ilich Uliánov, Lenin, leyó con gran interés el libro Diez días que estremecieron el mundo, del periodista estadounidense John Reed (1887-1920), publicado por primera vez en 1919; los dos revolucionarios comunistas llegaron a conocerse; “recomiendo la obra con toda el alma a los obreros de todos los países. Yo quisiera ver este libro difundido en millones de ejemplares y traducido a todos los idiomas (…) “, escribió Lenin en el prefacio para la edición norteamericana (el texto fue vertido al castellano en 1959).

El reportero dedicó buena parte de la obra al “Petrogrado rojo”, epicentro de la Revolución rusa en octubre de 1917, pero –remarcaba en la introducción a la crónica– los hechos podrían hacerse extensivos a todo el país.

Ediciones Akal ha reeditado en mayo Diez días que estremecieron el mundo. La reseña editorial destaca que el reportaje de 446 páginas –incluidos los apéndices– sitúa al lector “hombro con hombro” junto a las milicias populares, comités de fábrica y propagandistas “que llenaron las plazas de San Petersburgo para protestar, celebrar y hacer huelga”.

John Reed se graduó en 1910 en la Universidad de Harvard. En el libro México insurgente dio cuenta de su experiencia como corresponsal en la Revolución mexicana iniciada ese año, y en la que conoció a Pancho Villa; muestra del compromiso político fue su condición de miembro del Partido Comunista de los Estados Unidos (participó en la fundación).

Otro dato biográfico subrayado por Akal es la huida del periodista de los Estados Unidos –en 1919, debido a las acusaciones de espionaje– con destino a la Unión Soviética. John Silas Reed falleció en 1920, a los 32 años en Moscú, víctima de la enfermedad del tifus; el lugar del entierro fue la Plaza Roja moscovita, junto al Kremlin, y “como uno de los héroes de la Revolución”.

La crónica de Reed sobre la revolución soviética registra los hechos que vivió directamente, o que confirmaron fuentes acreditadas; por ejemplo, en el capítulo sobre el “fondo general”: “a finales de septiembre de 1917 vino a verme a Petrogrado un profesor extranjero de Sociología, que se encontraba en Rusia; en los círculos de empresarios e intelectuales había oído decir que la revolución había entrado en fase menguante (…) “.

Después de escribir un artículo y viajar por Rusia, añade Reed, el docente constató que la revolución se hallaba en una etapa de ascenso; pudo escuchar, de manera reiterada, consignas como “la tierra para los campesinos, las fábricas para los obreros”; y, si hubiera estado en el frente, habría oído a los soldados reivindicar la paz.

Y también, en el capítulo sobre la “conquista del poder”: “un día vi frente al (edificio de San Petersburgo) Smolny un maltrecho regimiento que acababa de volver de las trincheras. Los soldados estaban en formación frente a las grandes puertas, enflaquecidos, con los rostros demacrados (…); algunos señalaban las águilas imperiales que decoraban la entrada, y reían… En este momento llegó un destacamento de la Guardia Roja para relevar a los centinelas”.

En el contexto de la derrota del Gobierno de Kérenski, otro de los pasajes relatados por Reed hace referencia a la tarde del 16 de noviembre: dos mil guardias rojos marcharon por Zágorodni Propspekt acompañados por una banda musical que tocaba La Marsellesa (“¡y qué apropiada sonaba!”); el corresponsal vio a obreros con enseñas rojas, en filas compactas, que saludaban a “sus hermanos que volvían del frente” (“de la defensa del Petrogrado rojo”); mientras, el público burgués miraba con susto y desdén.

En la introducción del libro el cronista revela que la fuente primordial fueron sus apuntes, pero también consultó la prensa rusa de todas las tendencias y algunos periódicos ingleses y franceses; y principalmente el Bulletin de la Presse (editado diariamente por el Buró de Información Francés de Petrogrado). A ello se agregaban los decretos, llamamientos y anuncios obtenidos en las calles de San Petersburgo, así como las disposiciones gubernamentales del periodo.

Las notas y aclaraciones iniciales del periodista resaltan a Fiódor Dan; Lieber e Irakli Tsereteli como dirigentes del partido Menchevique; y a Lenin, Trotsky y Anatoli Lunacharski (comisario para la Instrucción Pública) como líderes bolcheviques.

¿De qué modo caracterizó a este partido John Reed? Frente al socialismo “moderado” o “parlamentario”, los bolcheviques (después llamado Partido Comunista) “se pronunciaron por la inmediata insurrección proletaria y la toma del poder del Estado con el fin de acelerar la llegada del socialismo mediante la socialización forzosa de la industria, la tierra, las riquezas naturales y las instituciones financieras”.

La explicación genérica se complementa –en las páginas anteriores– con valoraciones concretas; por ejemplo, el autor considera que si los bolcheviques no se hubieran mantenido en el poder en diciembre las tropas de la Alemania imperial habrían entrado en las grandes ciudades –Moscú y Petrogrado– y Rusia “habría caído de nuevo bajo el yugo de cualquier zar”.

Sobre el ascenso bolchevique y la victoria revolucionaria (el 7 de noviembre de 1917, según se tome la referencia del calendario juliano o gregoriano), fue el efecto de un proceso que comenzó ya en 1915: el declive económico y del Ejército ruso; así, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, “los reaccionarios corruptos que controlaban la corte del Zar prepararon deliberadamente la derrota de Rusia con el fin de acordar por separado la paz con Alemania”.

John Reed anuncia en el texto otro volumen, titulado De Kornílov a Brest-Litovsk, que finalmente no publicó. El objetivo de Diez días que estremecieron el mundo era que pudiera conocerse en detalle lo ocurrido en Petrogrado en 1917, tanto el espíritu popular como las acciones y discursos de los líderes. Es la misma tarea realizada por los historiadores que investigaron a fondo la Comuna de París (1871).

Ante la Revolución de 1917 “mis simpatías no fueron neutrales”, escribió el 1 de enero de 1919 en Nueva York, pero “(…) me he esforzado por observar los acontecimientos con ojos de concienzudo reportero, interesado en hacer constar la verdad”.

En el prólogo a la edición de Akal, el historiador Edgar Straehle remarca que John Reed escribió el libro en dos meses. También subraya la importancia de la gran crónica; y así lo reconocieron historiadores “anticomunistas” como Theodore Drapper: “el libro de Reed hizo sin duda más simpatizantes soviéticos que toda la propaganda de izquierdas junta” (The Roots of American Communism, 1957).

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