septiembre 20, 2023

Katz y la hoja de ruta del socialismo latinoamericano

Por Carlos Moldiz *-.


Claudio Katz es seguramente el intérprete más serio de la actualidad latinoamericana con pretensiones honestamente socialistas. Su contribución a la reflexión de la problemática regional suele darse bajo la forma de entregas semestrales que abordan didácticamente los desafíos concretos de procesos de emancipación muchas veces analizados de forma tan abstracta por otros intelectuales que pierden sentido cuando se trata de establecer cursos de acción efectivos. Por ello, y con todo el respeto hacia el autor, resumimos las tres últimas reflexiones de un ciclo dedicado a Latinoamérica que se dio a inicios de este año. Lo hacemos con el evidente propósito de reposicionar una discusión que parece a veces evadida por los principales responsables de la conducción política de nuestra América, que podrían recoger importantes lecciones de un hombre que se esmera en evitar el eterno retorno de la frustración popular de la periferia capitalista. Cualquier desatino en su lectura es enteramente la responsabilidad de su humilde presentador.

  1. Multiplicidades de China en América Latina – 23 de marzo de 2023

Entender correctamente el significado de la presencia china en la Región es de fundamental importancia para la izquierda latinoamericana, en orden de evitar temores infundados y desilusiones emancipatorias.

Su desembarco en el continente no fue un hecho contingente, sino un esquema cuidadosamente elaborado por décadas en Beijing, que consistió en varias etapas: primero, la firma de tratados de libre comercio (TLCs); segundo, la otorgación de millonarios créditos financieros; tercero, la inversión en infraestructura; cuarto, la adquisición de empresas ligadas a materias primas estratégicas; y quinto, la provisión de equipos y servicios tecnológicos como el 5G. Una estrategia que evidencia su astucia geopolítica, que evita la confrontación militar, las demostraciones de fuerza o la injerencia política, limitándose a reclamar el reconocimiento al principio de “una sola China”.

De esa forma, China logró una fulminante expansión diplomática en la Región que se consolidó con el establecimiento de su embajada en Panamá, a pesar del indisimulado proamericanismo de sus élites. Actualmente, no solo es el primer socio comercial de las naciones de esta parte del continente, sino que ha logrado expandir su influencia y quebrar la lealtad de las burguesías locales con Washington sin recurrir a ninguna forma de sostén militar, como sí lo hicieron el resto de los imperialismos modernos, desde Alemania hasta los Estados Unidos.

Dicha ausencia de un componente militar en su exitosa ampliación comercial y financiera descartan la posibilidad de identificarla como un Estado imperialista, debido a que dicha categorización implica necesariamente el uso de la fuerza, explícita o implícitamente, para garantizar la supremacía de los capitales de la potencia opresora sobre el territorio de una economía dominada. No se registra ningún acto similar en la captura china de los mercados asiáticos, africanos y latinoamericanos.

A pesar de ello, sus críticos estadounidenses denuncian su llegada como una amenaza imperial: el saqueo de los recursos naturales de la Región, la profundización de las relaciones de dependencia del continente con la nueva potencia, el peligro de una escalada militar china sobre el Hemisferio, supuestas intenciones injerencistas e, incluso, su influencia autoritaria en desmedro de la institucionalidad democrática promovida por los Estados Unidos. Cada una de esas acusaciones puede ser confrontada por más de dos centurias de opresión yanqui que van desde la imposición de dictaduras militares hasta el refuerzo de sus intereses empresariales con el desembarco de marines en países desobedientes. No obstante, a pesar de la evidente hipocresía, no puede soslayarse que la presencia de China acá no puede ser considerada como una forma de imperialismo, pero sí se da en desmedro de la Región, profundizando su dependencia y fomentando su reprimarización.

Empero, la izquierda no puede equiparar el imperialismo estadounidense con la emergencia de China como potencia mundial cual se tratase de dos contendientes imperiales. China no atenta contra la soberanía o la integración latinoamericana, Estados Unidos sí. China no puede ser imperialista porque el control de su Estado no ha caído en manos de sus clases capitalistas, ni su expansión económica está alentada por la conquista de nuevos mercados en beneficio de la acumulación de sus capitales nacionales bajo una forma privatizada.

Con todo, la captura de su Estado por parte de sus capitalistas internos sí es una posibilidad, con lo cual se consolidaría su paso pleno hacia el capitalismo y un posible salto al imperialismo. Katz concluye señalando que la acción de la izquierda continental corresponde con resistir a Washington y negociar con Beijing.

  1. El desconcierto del neoliberalismo latinoamericano – 1 de abril del 2023

Tal vez la más compleja de toda esta serie de lecturas, en la que Katz ilustra el desventurado camino del subdesarrollo latinoamericano a partir de una crítica radical del sentido común neoliberal.

En primer lugar, se anota el servilismo que propugnan los voceros de esta corriente, que se aferran a la idea de que la presencia estadounidense en la Región es la única garantía posible para nuestro desarrollo, sin explicar las consecuencias prácticas de las últimas décadas, cuyo saldo negativo se atribuye, más bien, a la población latinoamericana con distintos argumentos.

Se explica tal persistencia por una fascinación que las élites locales han sentido siempre por sus opresores europeos y estadounidenses, proporcionalmente opuesta a su desprecio por las culturas nativas del continente. Una tradición de pensamiento que los remite a sus antepasados liberales de la segunda mitad del siglo XIX, que se traduce en una docilidad que llega a extremos irracionales en tiempos de franco retroceso de los Estados Unidos como potencia económica.

Su lógica está guiada por mitos, como el de la superioridad europea, la ineptitud latina y, más recientemente, la idea de que la paulatina “latinización” demográfica de la primera potencia a causa de la migración redundará de alguna forma en la integración de Sudamérica a su economía y sociedad. Un anexionismo subconsciente que soslaya la crueldad de la política migratoria de los últimos años.

La Alianza del Pacífico sirve para describir su fanática sumisión a los Estados Unidos, siendo en principio una asociación económica espectacularmente promocionada por los medios y sus especialistas (compuesta por México, Colombia, Perú y Chile), pero luego suspendida por Trump y la corriente aislacionista que representaba. Y es que la imagen de la primera potencia no declinó frente a las élites neoliberales, a pesar de su creciente dependencia económica respecto a China, con la cual se firmaron muchos TLCs, sin dejar de ser dependientes política, ideológica y cultural respecto a Washington.

En todo caso, desde la irrupción de la pandemia y el estallido de la guerra en Ucrania la tendencia a la crisis se ha reforzado en todo el mundo, acompañada por el encarecimiento de los precios de los alimentos y los combustibles. La caza de recursos naturales, entonces, adquiere una nueva dimensión, que no parece disuadir a los neoliberales de las terribles consecuencias que tuvo para el continente la reprimarización de sus economías.

De hecho, defienden tanto la especialización latinoamericana en el extractivismo minero y la agroexportación, pese a la evidencia empírica que ofrecen casi 500 años de historia de saqueo de minerales en la Región, así como obvian que el desarrollo capitalista que tanto admiran en los Estados Unidos se dio por vía opuesta a la concentración latifundista de la tierra, optando, más bien, por la multiplicación de millones de pequeños granjeros que fortalecieron su mercado interno e intensificaron al actividad fabril.

Pero las explicaciones neoliberales son inflexibles al respecto, atribuyendo el subdesarrollo regional a una supuesta inferioridad aborigen opuesta a una mitificada modernidad anglosajona, sin considerar siquiera el déficit de soberanía política que sufren en diferentes niveles todas las sociedades de esta parte del Hemisferio, que les impide implementar la serie de políticas necesarias para promover el desarrollo de sus economías. Objetan ello señalando que ninguna soberanía es posible en un mundo “interdependiente”, omitiendo las jerarquías efectivas de dicho orden.

Es a partir de acá que Katz explica cómo es que se dio un desarrollo contrapuesto entre los Estados Unidos y el resto de América del Sur. Señala que el acelerado desarrollo capitalista del país del Norte tuvo dos momentos: la Guerra Independentista, que fijó las bases institucionales de su organización política moderna, y la Guerra de Secesión, que apuntaló su desarrollo capitalista a partir de una imposición de los sectores industriales del norte sobre las inclinaciones latifundista de los plantadores esclavistas del sur, cuyo modelo de agricultura expansivo chocaba con la consolidación de un mercado interno necesario para el despegue industrial. Con la victoria de la industria sobre el latifundio se dio paso a la conformación de toda una clase de granjeros blancos cuyo excedente pasó a formar parte del proletariado industrial, sin cesar por ello la explotación de la población negra.

En América Latina, por otro lado, aunque la independencia fue también promovida por una clase agromercantil guiada por ideales ilustrados y el rechazo al peso tributario colonial, esta terminó optando por un desarrollo agrícola latifundista que asfixió la posibilidad de un mercado interno y una industria, para luego profundizar el subdesarrollo con la especialización de sus economías en la venta de minerales y materias primas al norte industrial, al mismo tiempo que adoptaron políticas de librecambismo que liquidaron toda posibilidad de desarrollo capitalista industrial. El régimen de propiedad de la tierra, por lo tanto, tiene un correlato directo con el desarrollo de la industria, al menos en las condiciones del siglo XIX. El modelo latifundista bismarckiano sí funcionó en Alemania y Japón, por otro lado, porque este último logró transformar su enriquecimiento en procesos internos de acumulación, mientras que su contraparte latina se limitó al usufructo ocioso de la propiedad agrícola.

Katz concluye la explicación de la temprana diferenciación entre el norte y el sur de América a partir de la balcanización de los proyectos independentistas de la Región, que inicialmente fueron concebidos de forma más amplia tanto por Bolívar como por San Martín. Al parecer, el despunte inicial del capitalismo requería de mercados internos cohesionados en torno a la unidad de un Estado-nación, con resultados más óptimos en la medida de que las unidades territoriales fueran también más grandes. La desintegración de la Gran Colombia, la Confederación Perú-Boliviana, las Cinco Repúblicas del Caribe y las Cuatro Provincias del Sur le dieron la ventaja a los Estados Unidos para desarrollarse lo suficientemente rápido como para luego subyugar a la Región, mientras las élites locales se disputaban la creación de repúblicas cada vez más pequeñas en las que garantizar sus privilegios en territorios con amplios latifundios, pero sin mercados internos consolidados ni muy grandes. Es decir, condiciones no muy favorables para una consolidación capitalista.

  1. Integración, soberanía y socialismo en América Latina – 10 de abril de 2023

Frente al contexto expuesto en las últimas 13 entregas, la última está dedicada a presentar algunas recomendaciones a los gobiernos de izquierda de la Región en orden de apuntalar hacia un genuino desarrollo económico y social.

Se parte por señalar que los países de América Latina y el Caribe no solo deben resistir las presiones de Washington, sino que deben negociar en bloque con China, y no separadamente, para superar las actuales condiciones de intercambio comercial que fomentan la dependencia y el extractivismo, a fin de alcanzar acuerdos de signo inverso, en los que se priorice la reindustrialización, la inversión productiva y la transferencia de tecnología.

A diferencia de la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas, la Ruta de la Seda es un proyecto que recién se perfila en el horizonte y puede ser sujeto a un proyecto de negociación en el que América Latina y el Caribe podrían sentar las bases para insertarse bajo nuevas condiciones en el mercado internacional. Algo, por otro lado, que no parece despertar oposición china, como sí ocurre con los Estados Unidos. Para ello, se debe ir más allá de los actos protocolares de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac)-China.

Este paso importante debe ir acompañado por otro complementario como es el de madurar proyectos de unidad latinoamericana que opongan una dimensión social a los TLC que se vienen firmando a caudales sin despertar, aparentemente, resistencia alguna, como sí sucedió con el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) a principios de este siglo. Esto se debe a que los sectores aislacionistas estadounidense optaron durante el reino de Trump por una política proteccionista, al mismo tiempo en que el libre comercio era impulsado, inesperadamente, por China. Aquello, sumado a un desplazamiento del movimiento altermundista liderado por organizaciones como el Movimiento Sin Tierra (MST) por un edulcorado sindicalismo federacioncita internacional, ha permitido la profundización del libre comercio en el paradójico contexto de un retroceso de la globalización.

Se requiere la activa acción de los gobiernos radicales, los movimientos sociales y las agrupaciones de izquierda en espacios como la Celac Social. Un llamado a la reorganización del movimiento popular que no puede limitarse ya a reclamar un mundo multipolar, sino que debe tomar en cuenta algo que el autor rescata del chavismo: la pluripolaridad anticapitalista, que guíe la lucha contra las pretensiones hegemónicas del imperialismo sin limitarse a lo geopolítico, proponiendo en vez de ello la nacionalización de los bancos, las plataformas digitales, la reducción de la jornada de trabajo, la formalización del empleo y la desmercantilización de los recursos hídricos.

Y a todo ello no se puede apuntar sin el uso explícito, honesto y desvergonzado de la palabra socialismo.


  • Cientista político.

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