diciembre 2, 2023

¿Qué es ser conservador hoy en Bolivia?

Hace ya varias semanas tuve la oportunidad de intercambiar algunas ideas, con dos apreciados columnistas del matutino La Razón, acerca de las clases medias, el racismo y otros aspectos de la ideología conservadora en Bolivia que, según sostengo, han cristalizado en el “pitismo”. Acá algunas ideas que me hubiera gustado complementar en mi intervención en el espacio de “Piedra, Papel y Tinta”, conducido por la carismática Claudia Benavente.

Ahora bien, si admitimos que todo proceso de movilidad social ascendente en el país conducirá inevitablemente al blanqueamiento de sus protagonistas, esto es porque no se puede pensar en mejores formas de no ser pobre que ser blanco. Y en esta limitación cae la celebración de la emergencia de nuevas burguesías comerciales aparentemente integradas a la modernidad bajo sus propios términos, puesto que incluso estas parecen aspirar a la blanquitud, como las estudiadas profundamente por el antropólogo Nico Tassi en su obra Hacer plata sin plata. El desborde de los comerciantes populares en Bolivia.

Una discusión que nos remite al concepto de modernidad y su equiparación en Bolivia, pero asimismo en una buena parte del mundo con antecedentes neocoloniales, con la idea de lo blanco. En pocas palabras, el problema es que no se puede pensar en formas de modernidad no blancas. Tal como lo señala Fernando Molina en su importante trabajo: Racismo y poder en Bolivia. Una limitación que suele expresarse cuando esos mismos comerciantes populares que aborda Tassi envían a sus hijos a estudiar a universidades como la Católica, o incluso les cambian el apellido, sin mencionar su práctico etnocidio del idioma aymara.

Estamos ante una paradoja que indica la emergencia de clases medias de nueva procedencia que, en orden de poder acceder de forma consumada a su nueva posición social, deben primero cumplir con el cruel ritual de iniciación al que Sergio Velasco se refiere como el linchamiento caporalesco de su “indio ancestral”. Excelente metáfora que puede ser leída con mayor detenimiento en su columna “2019, bautizo de las nuevas clases medias”, publicada en el matutino La Razón. La condición señorial se repite, se reafirma, a través del tiempo, sin importar cuantas leyes contra el racismo se promulguen, porque el racismo en Bolivia es (in)justamente estructural.

En todo caso, el mito de la blanquitud termina reproduciéndose como única forma de modernidad en Bolivia. La única forma de ser más rico, más guapo, más listo, es ser más blanco, aunque sea por unos cuantos grados en el colorímetro. Siendo así las cosas, no sorprende que se dé una reacción de signo contrario, como la que se observa en cierto indianismo reynaguiano o incluso en propuestas como la transmodernidad de Juan José Bautista. Y ciertamente se tiene razón cuando se acusa a la modernidad de ser esencialmente europea, blanca y masculina.

Los fundamentos objetivos de la ideología conservadora

Lo último debe ser matizado, como lo demuestra el ejemplo de China, que parece anunciar el advenimiento de un capitalismo cuyo símbolo ya no será el hombre blanco y anglosajón, sino será de ojos rasgados y cabello lacio. Creo que ese es un ejemplo de modernización alternativa exitoso. Como lo es la cultura del bling bling negra, que nos ha regalado verdaderos momentos de placer con el hip hop noventero, que reivindico como prueba del hedonismo al que tiene derecho el mundo no blanco.

El problema no consiste solamente el que en Bolivia se haya fracasado en formular una alternativa a la modernidad tradicional, sino en que existen limitaciones objetivas para su superación: específicamente, el sistema educativo, el sistema de Justicia y otras estructuras del Estado. Desde el Servicio Militar, que siempre fue cumplido solo por las clases indígena; hasta la cultura universitaria, que humilla a quienes no pueden expresarse bajo los parámetros de un castellano relativamente sofisticado. De hecho, entre todas las subculturas burocráticas que podemos encontrar, la de los doctores y de los abogados terminan siendo las más brutalmente racistas, al punto que la vida universitaria de muchos estudiantes de esas carreras suele ser el momento en que cortan, con tristeza y crueldad, sus lazos con el pasado. Y lo hacen en ceremonias que rompen el corazón, como las referidas por Velasco.

El sistema educativo mantiene sus rasgos discriminatorios a partir de la solvencia económica de sus usuarios, otorgando una mayor calidad formativa a quienes pueden pagarla antes que a quienes pertenecen al sistema público. Por educación, por otro lado, debemos ir más allá de la escuela, para recaer en la familia, el trabajo, etcétera. Un sistema de creencias que se nos refuerza desde la más tierna infancia y que tienen consecuencias a largo plazo, para terminar condicionando hasta a quien elegiremos como amigo o pareja.

En ese sentido, Bolivia es la negación del amor, su castración. Es todo lo contrario de lo que dijo Bolívar, quizá condescendientemente: no es sinónimo de libertad, sino un lugar tan ausente de esta que hasta el amor se conduce bajo los parámetros del “mejoramiento de raza”.

El pitismo como nueva ideología de la élite

El rol del pensamiento político pitita es específico y responde a su tiempo. Aunque para perpetuar este orden excluyente siempre se recurrió a justificaciones de tipo ideológico conservador que pueden resumirse en el discurso del mestizaje y sus versiones multiculturales de los años 90, sucede algo diferente con quienes protagonizaron los hechos de racismo de 2019. Los guiaba una nueva forma de ideología conservadora, la última etapa que le siguió al racismo neocolonial criollo, el darwinismo social de fines del siglo XIX, el racismo encubierto del mestizaje y el racismo hipócrita de lo multicultural. Este nuevo racismo se llamará provisoriamente: “pitismo”.

El pitismo es abierto, cínico y desvergonzado, como sus intelectuales cholos (mestizos, se llaman ellos a sí mismos). Se pasó a una defensa activa de la blanquitud, asociada abiertamente a conceptos como los de meritocracia, belleza, inteligencia, innovación y otros valores que se consideraron como ausentes en las masas de origen indígena representadas en el Movimiento Al Socialismo (MAS), a las que se fustigó su organización sindical, un supuesto carácter autoritario y antidemocrático asociado a su vez con lo rural, y un apego irracional a una identidad precolombina que vieron en el pachamamismo de ciertas figuras públicas.

La diferencia entre el paso de lo conservador a lo reaccionario en la ideología de las élites se aprecia, primero, en el abandono de formas de tolerancia y convivencia promovidas por el multiculturalismo de los años 90 para regresar al desprecio abierto por lo indígena, lo que se sella en la quema de la wiphala; en el subsecuente abandono de la democracia en todas sus dimensiones, desde los más estrechos, que son los de su forma electoral, a través de unos cuantos resultados electorales; y luego un rechazo de la democracia integral, la que se refiere al reconocimiento de la igualdad y los derechos de las personas, con el negacionismo de masacres y otras atrocidades, y por la negación misma de las elecciones.

Su rechazo a la “ideología de género” es otro elemento inescapable, y no solo un aditivo ocasional. No se puede ser integralmente racista sin ser profundamente machista. Tanto una forma de opresión como la otra tienen su origen en la división interna establecida por el capitalismo dentro del seno de las clases explotadas. Estrategias para neutralizar toda forma de solidaridad que se pueda dar entre un trabajador negro y un trabajador blanco, o entre ambos con una trabajadora. Al menos si seguimos a Federici.

Hoy en día, esta ideología comienza a incorporar elementos del discurso libertario, de las derechas sin complejos, a lo Agustín Laje, y otros discursos que se expresan muy bien en figuras como las de Virginio Lema. En todo caso, estamos ante el nacimiento de una nueva corriente ideológica que ya tiene algunos representantes políticos y que se anuncia de forma ominosa para el futuro de Bolivia.

La pititización de los sectores populares

Como tendencia difícil de proveer se encuentra la insólita derechización de los sectores populares, esta vez bajo la impronta del evismo, matizada por la ausencia de un componente racista en su discurso, pero con innegables semejanzas con el pitismo por su ensimismamiento, su total indisposición al diálogo y al intercambio de ideas y una actitud de emocionalidad extrema que desprecia tanto al oponente como glorifica de forma acrítica a su caudillo.

Puede que el trasfondo de este preocupante fenómeno sea más pragmático que ideológico, al menos si seguimos a Edgar Arandia en su artículo publicado en La Razón, titulado “La pititización”, donde propone que la motivación inmediata de la nueva facción opositora al Gobierno, que emergió del propio MAS, responde a la competencia por espacios dentro de la administración pública, ante cuya imposibilidad se opta por asumir una postura de visceral rechazo al gobierno de Arce, a quien se llega a calificar como una manifestación más del imperialismo en el país, sin ofrecer mucha explicación al respecto. La frustración del cuoteo no es la explicación final del problema, pues se deja entrever en el último párrafo que es la carencia de una formación de líderes y cuadros que prolonguen la vida del partido más allá del oficialismo de turno; una tarea que si se hizo fue de mala gana y con resultados muy pobres.

Me atrevo a añadir que dicho problema adquiere nuevas dimensiones debido a que una gran parte del mundo popular no defiende necesariamente principios o ideas socialistas, indigenistas o altermundistas, sino una convicción tan ciega como la fe en la movilidad social que ofrece el capitalismo y que le hizo creer a muchos que el verdadero propósito del Instrumento Político era consolidar ese ascenso social de sectores históricamente excluidos como su único fin, y no solo como parte de un proyecto más grande que lleva por adjetivo la soberanía de los pueblos. Desde esa perspectiva, el pragmatismo mal entendido, el utilitarismo más prosaico, la ambición más desmedida, se justifica porque el verdadero fin no sería otro que el poder y el dinero: con ello se cierra a un grado casi cero la distancia que separaba a esos sectores con la izquierda.

El vaciamiento simbólico del evismo

Finalmente, ha de presentarse un ejemplo concreto para llamar la atención sobre las consecuencias efectivas de la ideología reaccionaria que promueve el pitismo. Este no puede ser otro que la deriva a la que se ha abandonado el evismo a sí mismo, como movimiento político de carácter carismático y prebendal simultáneamente, en el que consignas variadamente progresistas lograron convivir con algunas de las instituciones políticas informales más conservadoras, como las que dependen del control del Estado para garantizar la lealtad política de amplios sectores de la población, que terminan reemplazando la doctrina por el ciego apego a quien les garantiza oportunidades y recursos. Una tradición que ciertamente no fue inventada por el evismo, y que termina haciéndolo indistinguible de cualquier otra formación partidaria hasta del carácter más improvisado.

La crisis se dio cuando el evismo dejó de tener a su alcance dicho control del aparato estatal, sin poder superar aquellas formas de hacer política por otras de carácter más espiritual o moral, entendiéndose por ello la capacidad de inspirar adhesión solo por la calidad persuasiva de las ideas y a partir del ejemplo personal en la acción política. Algo que sin duda el expresidente puso haber hecho, tal como lo lograron otras figuras como José Mujica, Fidel Castro o Martin Luther King, quienes tuvieron la capacidad de convertirse en símbolos políticos más allá de su permanencia en el poder.

En todo caso, el vaciamiento de la figura de Evo Morales no solo amenaza con desmoralizar a amplios sectores que en algún momento la consideraron como una prueba viviente de que la movilidad social podía hacerse realidad incluso en lugares como Bolivia, sino también con desvalorizar la tradición izquierdista que acompaña su discurso. Aquello no le daría razón a los supuestos fundamentales del pitismo, pero ciertamente les daría más espacio para conquistar.

 

 

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